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El maletín

Una mujer grito de forma desesperada, había presentido el inminente estallido. En el mismo instante en el que dejo caer al suelo la vajilla, recibió de la mesa cinco una buena propina. No hace mucho que quería comprarse un buen atuendo para ir al cine. Estaban pasando aquella película sobre la guerra que de buena fuente, tenia respetables críticas. Con la propina de la mesa cinco y dos quincenas más podría llevar a cabo su visita al cine. El sujeto del maletín pidió un café negro sin azúcar. Portaba un saco oscuro y camisa blanca, en su muñeca el reloj marcaba las ocho y cuarto de la mañana. Sobre la mesa el diario del día, con un peculiar anuncio sobre el virus silencioso (libre de síntomas previos) que atacaba el sistema digestivo de los abogados.

Ella como todas las mañanas y acatando al pie de la letra su horario de trabajo, se dirigía al mismo con la resolución de costumbre. La cafetería Paradiso en donde desempeñaba labores de mesera, gozaba de buena reputación entre los obreros de la fábrica de calzado que dominaba a sus anchas la manzana circundante. No obstante esa mañana los clientes no marchaban hacia el negocio como era habitual, más un lunes, inicio de semana. Cuando el reloj marcaba las siete con cinco, un hombre de mediana edad entro y se dirigió sin aspavientos a la barra. No daba señales de angustia por el hecho de la posibilidad de llegar tarde a su trabajo, ni disposición a enfilar de forma grosera un desayuno sin siquiera masticar. Sobre la mesa puso un hermoso maletín de piel, de esos que no puede comprar cualquier obrero. Ella dedujo de inmediato que no podría tratarse de un obrero de la fábrica. Una reflexión apresurada, pero el sueldo básico por ese entonces no cotejaba tan sofisticado lujo.

El hombre del traje oscuro, maletín lujoso y mirada socarrona, pidió un café oscuro sin azúcar acompañado de una arepa de carne mechada. Esa cafetería hacía gala de su reputación por su rapidez y calidad en el servicio, a menos de diez minutos, estaba la señorita Ana con su desayuno. El hombre de traje oscuro con absoluta tranquilidad se dispuso a comer. La comida le sentó de maravilla le alcanzo a comunicar a la mesera Ana. Solicito que se le indicara donde estaba el baño de caballeros. La señorita Ana con la amabilidad que la caracteriza, le indico con su índice derecho que el mismo se encontraba al lado de la Rockola, junto hay un pequeño pasillo carente de profundidad, allí era el baño. La mesera Ana que era muy blanca y su cabello negro hacia resaltar su tez de nieve, se percato de que el hombre había dejado su maletín sobre la barra, no pudo contener su extrañeza. Como alguien podría dejar algo de tan alto valor como si se tratase de cualquier cosa. La mesa empezó a temblar. Como tratándose de algo que provenía del maletín, con su cara de miedo Ana soltó la vajilla que acababa de recoger de la mesa junto con la taza de café vacía, los trastos fueron a dar al suelo con tal violencia, que los cocineros vinieron a ver que sucedía. Ana señalo el maletín con sus dedos temblorosos, allí debía haber una bomba dijo. Los cocineros se echaron a reír, cuando todos cayeron en cuenta que el revuelo fue causado por una rata del tamaño de un conejo que andaba merodeando los trastes sucios en busca de alguna sobra de comida. A los pocos minutos de pasado el percance, el hombre de traje oscuro volvió del sanitario, se trataba nada menos que del inspector de sanidad.

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