José, tiene cinco largos años trabajando en una empresa de publicidad exterior. No concibe la vida después de este trabajo. No tiene esperanzas cuando llega la quincena, tampoco cuando compra comida. Está conectado a un respirador artificial. Llega con puntualidad todos los días, desayuna mal, es decir, la mayoría de las veces ni siquiera toma café. Cuando sale a la hora pico se pone su escudo protector, unos audífonos. La armadura del empleado moderno cuando sale al exterior a combatir su realidad, circunstancia, estadio. Esa es la respuesta, el aislamiento progresivo de las personas. Para José, la música representa su propio cascarón. Nada puede turbar su mente, ni distraerlo cuando va de camino a casa. Sucedió que cierto viernes del mes de Marzo, acabando de cobrar su quincena, con una sonrisa un tanto forzada en el rostro; se dirigía con entusiasmo a su casa con intención de cambiarse de ropa lo más pronto posible, tenía planes con unos amigos, que contemplaban un billar y cervezas. Cuando subía al autobús de pronto su aparato reproductor de música se quedo sin batería. José, casi entro en crisis en el acto. No podía fallar su música, menos un viernes, termino de semana. Esto representaba una verdadera tragedia. Para subirle la tensión, que ya de por si respondía a su mal encarado humor, una señora de avanzada edad le pidió que por favor le cediera el puesto, estaba ocupando el puesto de los ancianos y usos especiales. Todo el mundo se le quedo viendo con ahincó, sintió la mirada de todo el autobús sobre él. Una chica que iba a su lado le pidió la hora, cosa rara por aquello de los celulares inteligentes. El angustiado José, respondió sin apartar el rostro de su reloj. La chica sonrió, toco el timbre y solicito la parada próxima. José, continuo molesto por no haber escuchado música durante su regreso a casa.