La tierra ha visto como se levantan los castillos
y cambian de nombre.
Al frente las cuevas y después las casas blancas.
El calor en el verano y el fuego en el invierno.
Las raíces del pasto y de los árboles
conocen los dibujos interiores de la tierra.
Los transforman al traspasarlos.
La luz del sol salta desde la sierra nevada
y hace reír a las hojas, desconcertadas,
borrachas de luz de todas direcciones.
Un día en que la sangre había corrido,
en que los vencedores y los muertos descansaron en paz,
decidieron mirar y vivir aquí.
Así esta zona descubrió la línea recta.
Se le conmovieron las entrañas llenas de cristales,
ordenados y azarosos.
Alá veía orgulloso pero se preguntaba
hasta cuando sus hijos tendrían que matarse
para jugar a la belleza y reencontrarse
con Él en las formas, que se acarician y se repiten.
Afuera los árboles se rozan al pasar la brisa
y se miran de reojo como las parejas
que descubren a otras en los parques en la tarde.
Los granos de arena gritan ‘Oh hermanas’
al reconocerse en los ángulos precisos,
en la belleza accidental, casual,
de quien sigue fiel las leyes de Alá,
las del orden y las del capricho.
Hexágonos. Pentágonos.
Puentes que van a algún sitio.
Alabanzas a monarcas efímeros,
mentiras de justicia y de supuesta revelación.
Al fondo del jardín un niño
raya el papel que sus padres le dieron.
Del azar pasa a la obsesión
de colores precisos y recuerdos ajenos.
De paredes derrumbadas, posibilidades que duermen
en las piezas del mosaico.
De frases que Alá sigue repitiendo,
sin que aburran, resonando en cada cosa.
La Alhambra, Granada, 25/11/2012.
Apareció primero en Rayas y Palabras.