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Nuestra última cabaña…

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Fui en busca de un frío mañanero y, para despertar todas mis ansias, utilicé el último suspiro de fuego para encender una fogata y un cigarro del alba. Traté de hacer del desayuno un acto de buena fe para mi estómago que lleva días sin probar un buen plato de comida. Supe que tratar no es más que una esperanza que se va perdiendo con los intentos. Son pocos los que aciertan, son muchos los que se quejan. Yo suelo ser un poco menos ortodoxo y, aunque logre acertar, me quejo constantemente de los azares de la vida y de las nubes mal puestas. Sólo quiero que la naturaleza no me asesine, y que la soledad no sea mi horizonte perplejo. Subí la escalera, esa que se desarma para no volver. Subí para ver y para creer que sigo vivo, con un poco de sentimientos. Entre cientos de árboles y montañas que se roban tu atención, tal vez no te des cuenta que ya no tienes sentimientos, que ya no amas. En esa montaña solamente sobrevives al hambre, a los osos tan inquietos y hambrientos como tú lo estás.

Fui al techo a despejar las canaletas, a saber que mi cabaña se estaba derrumbando a pedazos. Esta cabaña que llevo tanto construyendo con mis manos. Mi honor y mis caídas se las debo a ella. Mi acompañantes de noches, excitadas por mis suaves besos, se enamoraron más de ti que de mí. Cuando te miré de lejos supe que te perdería, que estabas ahí pero que te desvanecerías. Me dio una simple tristeza que ya te ibas, sin tener un momento en donde nos divertiríamos contando anécdotas. Aunque ya no eres la misma, sigo viéndote con los mismos ojos de enamorado empedernido, de un loco de amor por su pequeña creación. La selva se abrió a nuestros pies de carne y hueso, de madera.  Sólo bastaba un suspiro de viento, una lluvia torrencial, que hiciera de tus techos de madera y tu puerta retumbante como un chillido de un pequeño, un efímero recuerdo. Pero me quedé en ti. No quise salir, me daba miedo no volver a encontrarte ya que te derrumbarías toda. Me quedé lavando los platos que dejé sucio por el fácil motivo de estar cansado de tanta monotonía.

Me fui contigo al cielo de las cabañas para saber que no importaba nada, ni siquiera la ropa sucia que dejé colgando y sin secar, o los platos sucios que no terminé de lavar. Nada de eso importaba, ya que todo se había esfumando en unos pequeños segundos, sin avisar. Nada de eso importaba, porque simplemente ninguno de los dos estaba

 

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