No se trata de un viejo empedernido, ni de un adulto exitoso. Es un chico promedio. Su vida estaba marcada por los pasos que daba, que ya de por sí eran pequeños en comparación con sus compañeros. El olor que llevaba de arriba para abajo era el olor del cigarro. Se gastaba todo lo que se ganaba en cajas de Malboro, en extravagancias extracurriculares. Su camino pasaba por un burdel, donde conoció a la chica de sus sueños, Ana le decía, pero nunca supo cómo se llamaba en realidad. Al salir de allí pasaba por una panadería que trabajaba hasta tarde, luchando contra los eternos ladrones de una ciudad desprolija y poco animada en la oscuridad. Todos los días compraba dos canillas y un litro de jugo de naranja. Ese era su desayuno, su almuerzo y su cena. Todo por ahorrar para un viaje a la ciudad de sus sueños, Praga. Llevaba reuniendo desde que empezó su trabajo en un call center. Odiaba el trabajo, pero más era el amor por su viaje, y por la ciudad de la esperanza. Abre la puerta de su casa de 20mts cuadrados. Tira el pan y el jugo en la cocina, no tenía hambre pero el curso de la monotonía lo obligaba a comprar. Agarra el colchón en donde dormía y saca de la profundidad una botella transparente -de vidrio- llena de billetes. Eran los ahorros de toda su vida. En la tapa de la botella se leía con marcador medio borroso ”Viaje a Praga”. Abre el pote y distribuye todos los billetes que habían y los pones por orden en la cama. Al mismo tiempo, saca de su bolsillo los ahorros del mes. Se puso a contar billete por billete. Esperaba poder llegar a la meta. Se ponía nervioso y contaba una y otra vez los billetes hasta que se dio cuenta que ya la espera había terminado. Tantos años y al fin tenía la plata suficiente para comprar un pasaje a Praga.
Su madre, quien había muerto de cáncer pocos meses atrás, siempre trató de llevarlo para Europa. Él siempre escuchaba las historias que su madre contaba sobre lo bello que eran las ciudades de Europa. Sus imponentes arquitecturas que sobresalían entre centros comerciales y coliseos. Entre lo viejo y lo nuevo. Pero por fin logrará ver por sí mismo esas confidencialidades del mundo. Pisar la tierra de Napoleón. Caminar por donde caminó Constantino. Volver al pasado sin crear una maquina del tiempo. Eso era para él viajar a Europa. Mañana a primera hora estaría en la entrada de la agencia de viajes para comprar su boleto al pasado y al futuro. Su boleto a lo histórico y a lo vanguardista. De la emoción, el chico arregla su dinero, lo coloca en un sobre al lado de su cama y se acuesta. Su felicidad no lo deja dormir, pero luego de un tiempo meditando logra cerrar los ojos y roncar profundamente…
A la mañana siguiente, el chico no necesitó su habitual despertador para poder levantarse, su emoción programó su cerebro para despertar un minuto antes de que sonara la alarma. Su desayuno sabía distinto, sabía a éxito. Era el mismo pan que probaba desde hace ya unos años, pero ahora era diferente. Su cometido estaba por cumplirse. Se vistió -ni planchó la camisa-, agarró el apreciado sobre con la plata y salió rápidamente hacia la agencia de viajes que quedaba a tres cuadras de su casa. En su cotidianidad siempre pasaba por la querida agencia de viajes, su trabajo estaba a pocas cuadras de allí, pero hoy la veía distinta. Camino hasta la primera cuadra, y notó que la calle estaba más sola que de costumbre, pero no le paró mucho al sentimiento de la marea que pronto dejará sin vida al que esté mal parado. Cuando iba llegando a la última cuadra notó un peso encima, alguien lo miraba fijamente pero, lo peor de todo, es que no había nadie. Pocos carros pasando. Notaba algo raro, pero no le siguió parando, y sólo caminó un poco más de prisa para llegar a su querido destino que ya lo divisaba frente a sus ojos, sólo le faltaban unos metros. Al mismo tiempo vio cómo una señorita con la cara escondida lloraba sola en la calle. Vestida toda de negro, con chaqueta de cuero. Era raro ver una escena como esa. El chico desvió unos centímetros su caminata para ayudar a la chica que lloraba con un grito desolador…
…El chico al preguntarle por su estado y a qué se debía aquel lloriqueo, se sorprendió al ver que quien lloraba era Ana, la prostituta de quien había disfrutado de su cuerpo varias veces. Ana, al ver que la habían descubierto, sacó de su chaqueta de cuero negra una navaja afilada. Se la incrustó al chico directo en el corazón. Sin mediar palabras cayó al piso. Su sangre rápidamente se convirtió en un charco de sueños valientes, pero sueño al final. Ana agarra velozmente el sobre para que no se empañe de sangre, lo abre y cuenta cuánto dinero había. Saca una sonrisa de su cara y se larga sin pisar la laguna de sangre o el cuerpo de joven que estuvo a punto de lograr su sueño, pero que la vida no aguantó la risa y lo dejó solo, sin un protector. Sólo fue una silueta más dibujada en el piso. Sólo fue un numero más en el periódico. Sólo fue eso, un chico anónimo.