Hace algún tiempo mis disturbios mentales me colocaban en estados extremos de ansiedad. Este mal solo lo podía aplacar ingiriendo en grosera y desordenada abundancia diversos tipos de alimentos. El alcohol y las drogas me repugnaban por lo que jamás las usé como paliación. La comida era otro cuento. Podía engullir un par de ruedas de pescado frito con un batido de guanábana, puré de papas y una barra de chocolate blanco como complemento ¡El postre brother!… La mezcolanza de salado y dulce me producía alto placer. Nada mejor que un helado de mantecado con sirope de caramelo y papas fritas en el mismo lugar, o una arepa de chicharrón con abundante mermelada de melocotón y un buen toddy frio para bajar todo aquel peo, ¡Una sambumbia!…
Los perritos calientes eran mis preferidos… ¡Con todo!… ¡Salsa de tomate!… ¡Mostaza!… ¡Mayonesa!… ¡Salsa de ajo!… ¡Queso fundido!… ¡Guasacaca!… ¡Salsa de cebolla dulce!… ¡Salsa inglesa!… ¡Huevos!… ¡Pepinillo!… ¡Pimentón!… ¡Maíz!… ¡Tomate!… ¡Repollo!… ¡Lechuga!… ¡Bastante zanahoria rayada! ¡Jalapeños!… ¡Papa frita por coñazo y abundante queso amarillo!… Ordenaba tanto queso, que lo único que se podía distinguir sobre el plato era una montaña de queso rallado… ¡EEEL PERRITO!… ¡Nada que envidiarle a una hamburguesa!… Luego de tragarme cinco perritos con tan exquisitas suculencias, no podía dejar atrás mi medio-litro de chicha.
La carne cruda era otro cuento que consideraba muy excitante. Me imaginaba a mí mismo como un león en el Serengueti desgarrando los músculos de una enorme cebra a la que había asesinado despiadadamente.
Con el tiempo los problemas digestivos me hicieron pensar en otras actividades distanciadas de la gastronomía irracional. Cuando comienzas a sufrir fuertes dolores de estómago que se prolongan por horas intentas tomar ciertas cosas en consideración, ¿Acaso me importaba mi salud?
¡Al carajo mi salud!
¡Me jodia era vivir retorciéndome por los fuertes dolores!
¡Era una tortura brutal!
¡Una pérdida de tiempo!…
Una vez esas dolencias se sumaron a otro fuerte dolor de muelas. Recuerdo haberme tragado diez analgésicos. El resultado fue una parálisis general de mi cuerpo y un aumento radical del dolor, ¡No podía ni llorar!… A partir de ese entonces comencé a excretar sangre.
En otra oportunidad pensando desesperadamente en aliviar el dolor, estrellé varias veces mi cabeza contra la pared. No recuerdo en qué momento perdí el conocimiento… Desperté sobre una camilla, y un doctor con rostro de clérigo me daba instrucciones estrictas sobre la forma en que tenía que alimentarme por el resto de mis días, haciendo énfasis en que si violentaba en lo más mínimo, las consecuencias serían fatales.
Luigi (UN AMIGO) me había trasladado al recinto médico. De esta manera FUE QUE lo conocí. Me dijo que solo me espiaba porque mi rostro le era familiar y que por ello me iba a matar. Por alguna razón no lo hizo y ahora somos un buen dúo. Pero lo de Luigi es otra historia que en esta parte no voy a contar… Olvídenlo.
Mi nivel absoluto de independencia y seguridad impedían que por mi mente pasara siquiera la posibilidad de buscar ayuda. Tenía que hallar apresuradamente otros métodos de controlar las ansiedades, razón por la cual, se me ocurrió la idea de indagar entre el enjambre humano para experimentalmente copiar alguna de sus diversas actividades y así aliviar mi mal. Por esta razón, brotaron en mí muchas ganas de saber sobre los demás ¡Cuando siempre los había odiado!… ¡La nueva paradoja de mi naturaleza!… ¿En qué andaban?… ¿En qué pensaban?… ¿Qué hacían?… ¿Qué tan diferentes eran entre sí?… Pero sobre todo, quería saber si eran felices y si yo mismo podría copiar algo de entre su abanico de diferencias para ser feliz también.
Para saber todo esto conseguí un pequeño apartamento en un congestionado vecindario de clase media-baja en las afueras de la ciudad. Apartamento 3-b (piso tres, la mejor vista ya que alcanzaba ver el 90% de los demás apartamentos). El hijo de puta que me alquiló era un gordinflón de mediana edad que olía a mierda fresca con cerveza. Su nombre era Marquina Figueroa Suarez. No paró de amenazarme: <¡No puedes hacer ningún tipo de modificación estructural sin previa autorización porque te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el contrato!… ¡Si metes animales te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el contrato!… ¡Si haces fiestas te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el contrato!… ¡No puede vivir más nadie aquí porque te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el contrato!… ¡El pago del alquiler no incluye los servicios de agua, luz y condominio! ¡Así que debes pagar luz, agua y condominio o te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el contrato!… ¡No puedes llevar a cabo ningún tipo de negocios desde aquí porque te demando y tendrías que desalojar el inmueble! ¡Está escrito en el puto contrato!>… Cuando escarbaba en mi bolso para sacar el revólver y darle dos tiros, el gordo cerró su boca y señaló la parte inferior del contrato donde tenía que poner mi firma. Me pidió luego copia de la cédula y carnet de trabajo a lo que respondí con una faja gorda de dinero. Lo tomó todo y sin más se fue. ¡No me interesaba que ese imbécil supiera siquiera mi nombre! De alguna forma la humillación de haberme impuesto con prepotencia tantas reglas me las cobraría en el futuro… Mi misión por el momento era saber sobre la vida de los vecinos para encontrar mi purificación y más nada.
El vecindario estaba compuesto por dos edificios tipo bloques que se ubicaban uno al frente del otro. Yo merodeaba por las azoteas en las madrugadas para ver con más claridad los acontecimientos ya que era una comunidad muy activa en las noches. El vigilante no significó algún problema porque dormía puntualmente hasta que terminaba su guardia en la mañana. Cuando entraban las últimas personas a la residencia alrededor de las once de la noche, éste (El vigili) se fumaba una vara, leía un panfleto amarillista de muertes y asesinatos, se sacaba los mocos, escarbaba en su culo, se acomodaba el paquete, y en pocos instantes quedaba completamente dormido sobre su taburete de plástico mientras abrazaba una almohadita de un verde desteñido.
Nadie podría dormir en mejores condiciones.
Desde las azoteas la visión siempre era muy buena. Casi nadie acostumbraba a cerrar sus ventanas por lo que tenía un buen campo visual de todas las salas y cuartos principales de los apartamentos. En las jornadas diurnas tenía igualmente una visión ventajosa, pero tenía que movilizarme con más cuidado porque podría ser visto ya que había mucho movimiento de gente entrando y saliendo… Por suerte el condominio no manejaba mucho dinero como para contratar vigilancia en las horas del día. O quizás sí lo tenían y no eran más que unos tacaños de mierda.
En dos meses completos fotografié a todos los vecinos y vecinas. Grabé videos, experimenté muy de cerca e hice mi análisis. Llegué así a la triste conclusión de que todos son enfermizamente iguales: Tienen las mismas motivaciones. Pelean por lo mismo. Ven los mismos programas de televisión. Leen la misma prensa. Son chismosos, ¡Son ALTAMENTE INFIELES! ¡CULEAN UNOS CON OTROS! ¡En las madrugadas se escapan a fornicar con sus vecinos y vecinas amantes!, Tienen los mismos afectos. Compran los mismos productos. Tienen las mismas ambiciones. Se embriagan todos los fines de semana. Son una especie contradictoria y subnormal de católicos. Pasan horas en el Facebook. Hablan siempre de las mismas cuatro mierdas que conocen. Son adictos a la pornografía. Son prepotentes, corruptos, promiscuos, y en la filosofía política tienen una visión aristocrática y elitista del mundo cuando no son más que una pila de pela-bolas, o sea, una clase media-baja-proletaria que le da oxígeno al mismo sistema que se caga sobre ellos, ¡Unos catadores de bosta!
Todo aquello, contrario a darme alguna herramienta para encontrar mi felicidad, me hizo encabronar brutalmente. Decidí entonces cambiar mis planes para hacer algo que los desequilibrara aprovechándome de los conocimientos y evidencias que ya tenía de sus turbias andanzas… Averiguar sus nombres fue lo más fácil. Abrí una cuenta de Facebook con un seudónimo y coloqué en el buscador el nombre de una de las vecinas más faramalleras quien aceptó rápidamente mi solicitud de amistad. En sus contactos aparecían todos los vecinos y vecinas ¡El Facebook dios! ¡Mark Zuckerberg es un genio! ¡Me hice amigo de todos!… Cargué fotos y vídeos al final de una tarde con comentarios lascivos, y me senté en mi torre de control (apto 3-b) a esperar los acontecimientos.
Mis binoculares estaban preparados.
La primera reacción fue que todos cerraron sus ventanas. Unos minutos más tarde empezó el berrinche. Mis binoculares eran ya obsoletos y los tiré, pero el espectáculo auditivo fue de lo mejor…
¡Todo un atentado terrorista!…
¡El desmembramiento completo de una comunidad!…
Entre los ruidos de golpes y gritos que se mezclaban mientras surgían de todos los apartamentos, podía entender pocas expresiones como¬: ¡HIJO E PUTA YO SABÍA QUE TE ESTABAS COGIENDO A ESA MAL PARIIIIA!..
Por otro lado: ¡PLANG!… ¡QUÉ VAINA ES ESA MUJER! ¡ESE NO SOY YO!…
En el piso de abajo: ¡ME HACES EL FAVOR DE RECOGER TODAS TUS VAINAS Y TE ME VAS A LA MIERDA!… ¡MI AMOR PERO SI CON PHOTOSHOP SE PUEDE HACER CUALQUIER VAINA DE ESAS!…
En el último piso del edificio del frente: ¡QUE NO TE BASTA CON ESTE COROTO REPUUUTA!… ¡CRRGUGHH!
En el apartamento del lado izquierdo: ¡YO SABÍA!… ¡SPLAAT! ¡YO SABÍA QUE TE GUSTABAN LOS MARICAS! …¡NOOOOOOOO!… ¡PUUURRRRG!
A lo lejos: ¡COMO DEJASTE QUE TE METIERAN UN PLÁTANO EN EL CULO!.. ¡BANG! ¡BANG!…
Por otro lado: ¡PISHHT!… ¡TOMA PA QUE APRENDAS PUTA!… ¡PISHHT!… ¡AAAAHGGR!
Muy cerca: ¡ME LO TUVE QUE COGER PORQUE LE DEBÍA PLATA Y NO TENÍA COMO PAGARLE!
Al poco tiempo, el berrinche se extendió a la parte exterior de los apartamentos cuando los maridos y mujeres encabronados salieron tras los vecinos y vecinas que fornicaron con sus cónyuges… El resultado fue de cinco muertos, dos de balas y tres apuñaleados. Diecinueve heridos con diversas armas caseras como cuchillos, bates, palos de escoba, tablas de planchar, tenedores, sartenes, tapas de letrinas, correas, sillas de plástico, teléfonos celulares, peines, zapatos, porta retratos etc… Un vecino fue gravemente herido en la nuca con un consolador de buen tamaño, luego la persona que lo agredía insistía en castigarlo por la parte de atrás con un plátano. Las heridas casi fueron fatales.
La policía llegó luego de media hora y detuvieron a unos que todavía actuaban hostiles. Ayudaron a los paramédicos con los heridos y también cooperaron con los funerarios que venían por los cadáveres.
Un par de horas después, el silencio volvió a reinar. El vigilante en su rincón estaba tan tronado que ni se enteró de la revuelta vecinal. A las seis y cuarenta de la mañana cuando despertó, recogió el panfleto amarillista, se percató de que no quedaran indicios de que fumó monte, escarbó en su paquete y se largó.
*
Pero mi misión no había terminado. Unos días después, me marché del vecindario y mandé un mail a todos los vecinos informando que desde el apartamento 3-b, un falso inquilino enviado por el señor Marquina Figueroa Suarez había tomado todas esa fotos y vídeos para extorsionar a los vecinos, y así, hacer algo de dinero extra; pero como Marquina no le quería pagar al individuo sino hasta que se llevaran a cabo las extorsiones entonces el falso inquilino decidió publicar todo el material. Llamé por teléfono a Marquina para ofrecerle un pago adelantado con el pretexto de que saldría unos días de viaje. Cuando los vecinos prendían en llamas el apartamento 3-b, Marquina llegaba corriendo con desespero a ver lo que sucedía con su único medio de sustento.
Supe con el pasar de los días que Marquina había sido grotescamente asesinado. No hubo ningún vecino que no le golpeara con algún objeto casero. Le dieron con un bolso, con un exprimidor de naranjas, con una regleta de electricidad, con un botellón vacío, con un neceser, con un maniquí, con un molde para hacer tortas. Incluso le metieron un plátano en el culo. Nadie dijo nada. Nadie supo nada. ¡Se hicieron los turcos! Nadie pagó el muerto.
De todo aquello aprendí que si podía vulnerar fácilmente la realidad de un pequeño entorno, entonces con un poco más de esfuerzo podría hacerlo en un teatro de operaciones más amplio. Descubrí pues, que mi ansiedad más allá de serme perjudicial, era una potente arma de destrucción masiva. Cosa que no sabía que quería. Mi visión consiguiente, era saber dónde daría el próximo golpe.