Advertencia: se analiza la película revelando algunos detalles fundamentales de la trama
Interstellar (2014, Christopher Nolan) es una película grandiosa, en todos los posibles sentidos de esa palabra. En principio es de celebrar que en medio de tantas secuelas, adaptaciones y conceptos refritos exista un director, y no uno que se mueve en el cine independiente, sino uno que filma con presupuesto de blockbuster, en el marco del cine más industrial y comercial que haya, capaz de filmar un material tan original y arriesgado como el que comento hoy, o su viaje onírico en Inceptión (2010), o la reinvención del cine de superhéroes en su trilogía de Batman (2005, 2008, 2012). El asunto, luego de aplaudir las pretensiones, es saber si entre aspiraciones y resultados hay una relación equitativa.
Viendo Interstellar no pude evitar relacionarla con la que hasta el momento era la película más ambiciosa de Nolan, el recorrido a través de los sueños de Inceptión: una película tan admirable en sus búsquedas y riesgos, como fallida en su resultado final. Porque Interstellar tiene los mismos defectos de aquella, principalmente: la incapacidad de Nolan de hablar a través de las imágenes. La verborragia se come al director y su hermano, ambos guionistas incapaces de llevar sus brillantes ideas al terreno de la imagen, condenados a la exposición de todo el argumento de la película por medio de esquemáticos diálogos que cuando se confrontan, lo que dicen con lo que quieren expresar, mueven a la risa. Así, mientras en Inception los actores casi inventaban una nueva regla cada vez que bajaban a un nivel de sueño, cual si los guionistas se hubieran olvidado de algún detalle a medida que avanzaba la historia, en Insterstellar la subestimación que hace Nolan de la audiencia lo lleva a explicar cada dos escenas no solo las teorías que sustentan la historia, sino lo que es más grave: la enseñanza emocional de la película.
Ilustrémoslo con tres escenas: El gran tema de la cinta es como el amor vence a la lógica y salva al ser humano; esto se hace presente cuando el personaje de Anne Hathaway (correcta en su rol) explica que desea tomar una decisión guiada no por los datos científicos que indican que la decisión correcta es la contraria a su preferida, sino inspirada por el amor irrefrenable que siente por un personaje. ¿El problema? Es la primera vez que sabemos esto, hasta el momento nada nos daba a entender este amor apasionado y sin límites que lleva a la brillante científica a ir en contra de la evidencia racional. Y sin embargo, aunque nada sabemos del supuesto amor desenfrenado que Hathaway siente por este personaje que no aparece en toda la película, el protagonista sí lo sabe y ocurre lo que se supone es un duro conflicto entre la racionalidad y la pasión. Todo sucede con un farragoso diálogo en el que Hathaway nos explicar cómo el amor, en su impulso irracional, es la fuerza que mueve a los seres humanos a evolucionar. Lo que se supone es un momento cumbre en la película, nos deja fríos, porque hacen falta más que diálogos para mostrar ese efecto irracional que indudablemente tiene el amor en los seres humanos.
En otra escena se ilustra el mismo concepto, pero a la inversa: en este caso el espíritu de sobrevivencia lleva a otro científico, encarnado por Matt Damon, a mentir respecto a los datos científicos. Nuevamente la emoción humana se impone a la ciencia, pero ¿cómo nos lo hace ver el director? Pues poniendo a Matt Damon, cual villano de telenovela miamera, a decir una y otra vez cuáles son sus oscuras motivaciones, así, de lo más chato, de lo más obvio, con diálogos de esos de mala película de acción donde el villano dice “decidí hacerte esto, para obtener esto otro y que te pasara esto; ahora voy a matarte de esta forma…”. Austin Powers ya satirizó, con su genial Dr. Evil, este tipo de villanos que dicen su malvado plan a viva voz. Lo triste es que nada de esto era necesario; hasta el más lerdo de los espectadores pudo haber entendido por qué ocurre la traición de Damon, desde el mismo momento en que aparece este personaje y sufre un colapso nervioso en la solapa de Mcconaughey debido a su soledad y aislamiento.
Una escena más: en un momento uno de los astronautas le explica a UN CIENTÍFICO DE LA NASA en qué consisten los agujeros negros. Para hacerlo, realiza un dibujo en un papelito y lo atraviesa con un bolígrafo. Si esta escena fuera de McConaughey hablando con su hija, no sería tan vergonzosa. Y digo vergonzosa porque el problema de Nolan es la distancia que hay entre sus pretensiones y sus resultados. El cine del director de The Dark Night se presume inteligente, filosófico y profundo; pero está filmado de forma plana, obvia y poco imaginativa. De esta manera, el mundo onírico de Inception era lo más antionírico y plano que existía. En el caso de Insterstellar, donde se pretende una película grandiosa, poética y sensible, nos encontramos con una cinta mecánica, sobreexplicativa y de una sensibilidad muy calculada.
Lo que no se entiende es que no se trata, en lo más mínimo, de falta de talento. Al contrario, así como en Inception había secuencias memorable (esa pelea en un pasillo con gravedad cero), en Interstellar queda muy claro que Nolan, cuando quiere, puede filmar un cine mayúsculo, como también había demostrado en sus primeras películas. El problema es que el director parece estar mucho más preocupado por serle fiel a sus fans, esos que puebla la internet con inverosímiles discusiones nerds sobre la temática de sus películas y los significados de los elementos contenidos en ellas, que por serle fiel a su historia. Por cierto, así como para los geeks las mujeres son una especie de elementos misterioso y ajeno, Nolan muestra cómo nunca antes cuánto le cuesta crear personajes femeninos de fuerza. Cual nerd de liceo, las mujeres de Nolan o representan elementos conflictivos e histéricos (¿se acuerdan de Marion Cotillard en Inception?), o son seres de absoluta pureza con quienes los hombres de la historia tienen relaciones idílicas, como ocurre en esta cinta y la relación de McConaughey con su hija. Esto, repito, no sería tanto un problema si Interstellar no se pretendiera un film filosófico sobre el sentido de la vida y el destino del ser humano; pero al ser así toca decir que no se puede hablar de la humanidad y del poder de los sentimientos en su salvación, con una cinematografía tan plana y una construcción de personajes humanos tan limitados emocional y psicológicamente. Afortunadamente aquí están Jessica Chastain y la carismática Mackenzie Foy, para dar la cara con su talento por unos personajes bien planos.
Es este lenguaje para consumo de fanboys, esta especie de identidad de marca, algo que lastra mucho al filme, al punto de opacar sus evidentes méritos. El primero, la sapiencia de Nolan para utilizar de forma adecuada los efectos especiales, siempre al servicio de la película y no al revés. Hay secuencia excepcionales, como esa donde McConaughey llega al espacio donde el tiempo puede apreciarse en tres dimensiones, en las que queda demostrado que el director sabe filmar con originalidad secuencias que a otros directores, más fascinados con el CGI y el efectismo audiovisual, les habrían costado mucho más. Es un mérito que Nolan ya había demostrado en trabajos anteriores, como en la secuencia de la destrucción de los puentes de The Dark Knight Rises, el asalto al banco de The Dark Knight o la cabalgata en medio del caos del Espantapájaros en Batman Begins.
Otro mérito indiscutible está en muchas de las secuencia en el espacio, cuando al igual que Stanley Kubrick, el director opta por prescindir del sonido y ajustarse lo más posible a la veracidad de los viajes espaciales. Supongo que es muy difícil luego de que tantos directores han explorado los mismos lugares comunes sobre el tema, filmar secuencias que cuenten lo mismo (el despegue, el acoplamiento a las estaciones espaciales, la cotidianidad de los astronautas en el espacio) de forma original. Y Nolan lo consigue, demostrando que puede ser un director más intuitivo y sagaz de lo que muestran sus farragosos diálogos. Ahí tienen, por ejemplo, la secuencia de despegue, con una utilización excelente del montaje paralelo.
Otro asunto es que Nolan conoce muy bien sus referentes cinematográficos y literarios. Aunque la flojera mental llevaría a pensar en primera instancia en 2001: Odisea del Espacio (1968, Stanley Kubrick), lo cierto es que hay mucho más aquí. Por el lado positivo está la influencia de Spielberg, tanto en su parte espacial como en sus primeros 45 minutos, los mejores de la película y la muestra más evidente de que Nolan, si lo desea, puede filmar un cine menos acartonado y mecánico. Como también lo demuestra la estremecedora secuencia en que McConaughey ve los mensajes de sus hijos y se enfrenta a uno de los más grandes temores de los padres: la certeza de haberse perdido los momentos más importantes en la vida de sus descendientes. También se saborea la veta humanista de Ray Bradbury y Carl Sagan. Por el lado negativo, encontramos rasgos de lo peor de la grandilocuencia del a veces incomprendido M. Night Shyamalan; de hecho, hay secuencias en los maizales que retrotraen inevitablemente a Signs (2002). También hay aquí algunos de los excesos del más reciente Terrence Malick, en especial de los peores momentos de To the Wonder (2012), otra cinta que quería hablar de lo humano y trascendente, negándolo en el discurso cinematográfico utilizado.
Finalmente está el casting, donde brilla, además de las ya mencionadas Chastain y Foy, Matthew McConaughey, el alma de la película. Mientras Michael Caine, Anne Hathaway, John Lithgow y Ellen Burstyn, cumplen sin problemas con sus respectivos roles. Tengo dudas respecto a los trabajos de Wes Bentley y Matt Damon, pero creo que es más un problema del guion que trata muy mal a sus personajes que de los interpretes. Por decir algo, el descuido con Bentley, que a veces parece un adorno en la película, es imperdonable, siendo que en un punto algo le ocurre y se supone que es algo que debería conmovernos, pero es tanto el descuido que ni nos importa.
En conclusión: Interstellar es una muestra de los claros y oscuros del cine de Christopher Nolan. Un autor capaz de tomar riesgos y que goza de un estatus en el sistema de estudios de Hollywood que ya desearían para sí muchos otros directores, y que lo equipara con la libertad creativa y de recursos de los que en algún momento gozaron creadores como Kubrick, Scorsese y Coppola en los años setenta. Pero al mismo tiempo, se trata de un director que suele ahogarse en sus pretensiones. Tal vez el peor rasgo de su cinematografía sea esa distancia entre lo que se quiere decir y cómo se dice: aquí hay una cinta que quiere decirnos que el ser humano y su amor, o mejor dicho, la irracionalidad que deviene de sus sentimientos amorosos, es más poderosa que la ciencia, y que en este rasgo humano hay una fuerza que puede llegar a salvarnos hasta del apocalipsis desolador que la historia nos muestra en su primera hora. El problema es que lo humano es por naturaleza imperfecto, aventurero, luminoso, misterioso, emocionante y conmovedor, precisamente todo lo que Insterstellar pretender ser, pero no termina de serlo.
Sin embargo, no creo que el balance sea totalmente negativo. De hecho, si todavía puntuara las películas, como solía hacerlo hace unos cuantos años, le pondría un 6.5 o un benevolente 7 a la cinta de Nolan. No creo que sea un desperdicio verla, solo creo que no aporta mucho ni al género ni a la carrera del director. Quienes lo odian, encontrarán aquí una magnificación de sus defectos; quienes lo aman, tendrán acá más razones para seguirlo idolatrando. Yo me quedo con sentimientos encontrados y con la conclusión de que Nolan es más que muchos directores mainstreams del momento; es más arriesgado, más imaginativo, más interesante. Del mismo modo, así como Nolan está lejos de los blockbusters de Michael Bay o Roland Emmerich, creo que todavía le falta mucho para llegar a la brillantez conceptual de un Andréi Tarkovski.