Gone Girl: las apariencias del cine

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Gone Girl (2014, David Fincher) es una película que abarca diversos temas y que contiene un engaño doble, el relacionado con el enigma de la historia central y el de la misma forma narrativa que utiliza la cinta para contarnos esta anécdota. Comienza como un thriller tópico en el que Nick Dunne (Ben Affleck) descubre que su esposa Amy (Rosamund Pike) ha desaparecido justo el día en que ambos cumplen cinco años de casados. De ahí en adelante, lo que supondría la típica trama policial y de misterio, poco a poco va variando en tono e historia hasta abarcar, como ya ocurría con Zodiac (2007), una investigación en la que resolver la incógnita central es menos importante que los efectos que esa investigación va causando, no en los dos oficiales que investigan (interpretados por Kim Dickens y Patrick Fugit), sino en la imagen del matrimonio Dunne. Porque esta es, antes que nada, una película sobre las apariencias.

Fincher consigue imprimirle un ritmo endemoniado a la película y hace que los constantes giros en la trama no luzcan forzados, con todo y que en algunos momentos parece haber cierto problema para dosificar la información. Experto en crear atmósferas, el director provoca que en todo el filme se sienta que hay algo turbio debajo de toda la historia, pero a diferencia de sus anteriores películas donde el elemento retorcido estaba a la vista de todos, en ésta todo es más sutil, debido a que en apariencia tenemos frente a gente común pasando por una situación extraordinaria. Sin embargo, a medida que la investigación avanza, lo que se va revelando no son tanto los elementos típicos de un thriller policial, sino aspectos oscuros de la naturaleza humana, sombras en cada personaje que los va haciendo más complejos y que provoca en el espectador constantes cambios en el punto de vista moral. Es decir, a medida que los conocemos no estamos seguros de si empatizamos con los personajes, ni tampoco qué es exactamente lo que ha ocurrido. Curiosamente, y esto es parte de la excelencia de la película, es esa misma la historia que transcurre en la trama, ya que a medida que los medios de comunicación se meten en la historia de Nick y Amy, y se convierten en una especie de tribunal paralelo, también es a punta de revelaciones que cambian la orientación de los hechos, que el público norteamericano va juzgando lo ocurrido, y sobre todo a Nick, a quien la gente le reclama porque no interpreta adecuadamente el papel de esposo preocupado por su mujer perdida.

En tal sentido, Fincher entrega una meta-película en la que el mecanismo que se utiliza para narrarnos la historia es manipulado y al mismo tiempo satirizado y deconstruido por el director. Es un cine inteligente y de una sapiencia poco común a estos niveles de cine comercial. También estoy tentado a decir que hay una mala vibra en toda la cinta que también es poco habitual en películas de este tipo, ya que lo común en el thriller es que la repulsión venga de personajes que siempre están a la orilla del sistema: drogadictos, prostitutas, pervertidos sexuales, el típico sociópata común y corriente que luego revela su verdadero rostro. Suelen ser esa gama de outsiders y no las personas “normales” las que llevan la carga de miseria en historias de este tipo. Acá, los monstruos son comunes y corrientes, algo reforzado con el siniestro final de la película, un cierre sin concesiones y realmente notable, tanto cinematográficamente como por lo que dice respecto a la hipocresía de la institución matrimonial.

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Ahora bien, así como este es un mérito de la película, y así como también estoy profundamente convencido de que comparar una adaptación cinematográfica con el libro en el que se basa es limitado y hasta pueril, pienso que hay algunos leves problemas de planificación a la hora de colocar la información en pantalla. La novela se centra en los personajes, la historia pasa a ser algo secundario, porque Gillian Flynn compone un libro donde el tema central no es la desaparición de Amy Dunne, sino la depauperación de su matrimonio, las formas de manipulación que existen entre las parejas, el cómo compenetrarse con alguien que te conoce completamente se puede convertir en un arma letal en tu contra. Fincher opta por centrarse más en la historia, lo que hace que la película avance de forma veloz y trepidante, dejando que los temas que se desprendan de la ficción central vayan integrándose al relato como ramificaciones de la anécdota, y aunque esto le da méritos a la película, también le quita un poco de la profundidad. Los principales afectados son los personajes. En el libro, Nick Dunne es mucho más ambiguo desde el punto de vista moral; al igual que Desi Collings, que en la película queda demasiado estereotipado, a lo que no ayuda que Neil Patrick Harris realice una actuación terrible, el único verdadero bajón de la función. Ahora, así como ocurre esto, pasa también lo contrario. Porque allá en la obra literaria, donde Flynn abusaba de los monólogos, especialmente en la excepcional segunda parte de la novela «Chica conoce a chico», Fincher es más concreto, más directo, menos dado a subrayar. Curiosamente méritos y deméritos corresponden a ambos, ya que Flynn es la guionista de la adaptación cinematográfica.

Dicho esto, poco más que objetar a una película notable, potente y que por momentos recuerda a Hitchcock, aunque sobre todo recuerda a uno de los más aventajados alumnos del director de Psicosis (1960), me refiero a Brian De Palma, principalmente su extraordinaria Ojos de Serpiente (1998), porque incluso en sus defectos Gone Girl recuerda a la cinta protagonizada por Nicolas Cage. Ben Affleck, a quien muchos solo quieren reconocer como gran director, negándole el talento actoral demostrado en películas como Hollywoodland (2006, Allen Coulter), realiza un excelente trabajo. Notables también Kim Dickens y Carrie Coon, una como policía, la otra como hermana del protagonista. Los demás, excepto Harris, están correctos. Pero las palmas se las lleva Rosamund Pike, con un papel que bien pudo ser una sucesión de sobreactuaciones y vicios actorales, pero que la actriz resuelve con maestría. Si Gone Girl vale la pena por algo es por ella.

En definitiva, no creo que se trate de la mejor película del año, pero por ahí he leído algunas críticas que califican a la película como tramposa y poco cercana a la realidad cinematográfica (es decir, la acusan de artificiosa). Y creo que no, si algo respira Gone Girl es muy buen cine, cine inteligente y exigente, de ese que a veces está escaso.

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