El concepto de libertad ha sido tratado en distintas ramas del pensamiento. El objetivo de este artículo no es reproducir el trabajo de grandes escritores como Immanuel Kant, Friedrich Hegel, Eric Fromm, Michel Foucault, Fernando Savater, David Friedman y Jesús Huerta de Soto. No obstante, es necesario ofrecer una definición de referencia para una mejor comprensión de la lectura. La libertad, según la Real Academia Española (RAE), es la facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y no de obrar, por lo que es responsable de sus actos. El diccionario de la RAE también ofrece otra definición, la cual es digna de análisis: “A los jóvenes los pierde la libertad”, en el sentido, de falta de sujeción y de subordinación. El mencionado ejemplo si no demuestra, por lo menos, sugiere una idiosincrasia que debe ser confrontada en el mundo iberoamericano.
A pesar del ejemplo antes expuesto, se podría asegurar – sin temor a errar – que la inmensa mayoría de los hispanohablantes (jóvenes y adultos); se proclamarían sin titubeos defensores de la libertad. Sin embargo, esa afirmación solo sugiere que dicha mayoría está de acuerdo en hacer uso de su facultad de actuar de una forma u otra. Es decir, es casi imposible encontrar a un amante de la libertad rehusarse a ser el dueño de su vida, en otras palabras, a tener la facultad de elegir con conocimiento. Pero, eso no significa que abrir un debate sobre la libertad sea superfluo por parecer un tema sin controversias y contradicciones. Podríamos hacernos una prueba de los límites de lo que somos, decimos y hacemos. O mejor dicho, de lo que otros son, dicen y hacen.
Es menester recalcar que hacer uso del derecho a la libertad implica ser responsable de sus actos. El refrán popular dice: tu libertad termina donde comienza la del otro. Entonces, ¿cómo se explica racionalmente la criminalización de prácticas que no perjudican a terceros? Es decir, ¿cómo se pueden demonizar prácticas religiosas? Vale la pena citar a la psiquiatra, Wafa Sultan, «la gente puede creer en piedras, siempre y cuando no se las tire al otro». En ese orden de ideas, ¿cómo se pueden satanizar prácticas culturales, si no se viola el derecho de otra persona? De igual manera, cabe preguntarse ¿cómo se pueden condenar actividades sexuales que no vulneran los derechos de terceros? Y así sucesivamente, hasta llegar a temas más controversiales como la eutanasia y los delitos sin víctimas.
En consecuencia, la libertad no es exclusivamente la constitución individualista del yo, sino también la relación con el otro. En ese sentido, sí estaríamos hablando de ejercer la libertad con responsabilidad ética. Sin embargo, nos encontramos en una situación de contingencia extrema, la guerra contra el terrorismo, así como la guerra contra las drogas han pretendido justificar la limitación de derechos y libertades esenciales en este mundo contemporáneo y globalizado (Caso: Guantánamo, entre otros). La ley SOPA (siglas en inglés) o Cese de Actos de Piratería en Línea en Estados Unidos, fue fuertemente criticada a nivel mundial, ya que se temía que dicho acto podía vulnerar garantías fundamentales.
Si bien es cierto que la libertad de expresión es esencial en cualquier democracia. También es cierto que la situación actual ha variado, ya no solo es relevante expresarse sino también ser oído. En ese sentido, las redes sociales juegan un papel vital en la defensa de los derechos, en especial, el de expresión. Dándole al reclamo individual, un carácter colectivo y equilibrador. Las advertencias del informático Edward Snowden et al., y las reacciones más bien tímidas de los gobiernos de otros países (Rusia, China, Irán, Cuba, Venezuela, entre otros) sugieren el uso de métodos de espionajes similares a los utilizados por la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA siglas en inglés). No se puede ser ni optimista ni pesimista en estos casos, sino asumir una conducta de defensa activa y constante de derechos fundamentales.
No en vano Benjamín Franklin advertía a los amantes de la libertad, no desmayar en la lucha por la libertad, ya que, “aquellos que renunciarían a una libertad esencial para conseguir un poco de seguridad momentánea, no merecen ni libertad ni seguridad” (Those who surrender freedom for security will not have, nor do they deserve, either one). Precisamente en este momento, se están perdiendo ambos derechos. La mayoría de los Estados en América Latina han fracasado en bajar los índices de criminalidad que inciden directamente en la libertad de sus ciudadanos. El Estado no ha demostrado la competencia, la eficiencia necesaria y en muchos casos ni la voluntad de garantizar la paz y la seguridad. El ciudadano ha tenido que recurrir a servicios de seguridad privados para tener una “sensación” de seguridad. El estilo de vida ha variado. Se han perdido las calles, se han cedido espacios valiosísimos de libertad.
No han sido suficientemente contundentes las denuncias y condenas de los latinoamericanos, ya sea por miedo, falta de organización, pesimismo, ignorancia o apatía. En ese contexto, los casos de Cuba y Venezuela han dejado en evidencia la derrota moral de la izquierda Iberoamericana. Una izquierda acomodaticia, que calla o hasta el momento ha callado las graves violaciones de Derechos Humanos contra los prisioneros de conciencia, los atropellos a los medios de comunicación independientes, entre otras cosas; por intereses económicos o solidaridad ideológica automática. Existen lamentos constantes sobre una supuesta pérdida de valores del individuo pero jamás la de los gobernantes. Aceptar esa corriente de pensamiento, significa aceptar sin resistencia la teoría del Pecado Original o la otra muy famosa teoría de Thomas Hobbes de que el hombre no es pacífico, sino por el contrario un, “lobo para el hombre”.
En resumen, cabe preguntarse, ¿cuál es el futuro de la libertad? Es bien sabido, que el futuro es incierto y que lo incierto intimida. Los amantes de la libertad no pueden vivir en una constante contradicción y defender la causa de la libertad a medias. La invitación es a no temerle a la libertad, a desarrollar al máximo sus decisiones con las responsabilidades que eso acarrea. Por tal razón, un amigo de la razón, del sentido común y de la convivencia no puede sufrir por el ejercicio de la libertad de terceros. ¡Viva y deje vivir! Ponga su granito de arena por la causa de la libertad y apoye la libertad de expresión, incluso cuando sea en su contra. Se vive en un ámbito intercultural, donde la tolerancia y el derecho a la libre autodeterminación del individuo y la convivencia deberían ser objetivos comunes. La bandera de la libertad se puede rescatar, la libertad tiene quien la defienda. Sin embargo, unir causas es un requisito indispensable.