Bombas a Venevisión

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si fuésemos terroristas, lo único que haríamos sería lanzar bombas, bombas a Venevisión

 

Casi 24 años llevamos viviendo en este país, nación contradictoria y compleja que, embalsamada en la desidia y en el vasallaje caudillista de una extinta capitanía general, por motivos cartográficos, alojó el lugar de nuestras primeras luces.

Caracas, corazón neurálgico y convergente de todas las trabas de Venezuela, es la ciudad que, siempre indolente, ha cubierto, con su ahumado hálito, nuestros sueños, nuestra sangre, nuestros miedos y nuestra impaciencia al ver a un Ávila (citando a Salvador de Madariaga) exhibiendo imponente su corazón endurecido de piedra verde.

En esa misma Caracas que se nos muere entre aguas negras, pólvora y escupitajos; hemos tratado de hallar de una manera ecuánime, apolítica y sintomática; en qué sitio exacto de su pequeño, delicado y huesudo cuerpo está alojado el tumor principal, el parásito fantasmal y flamígero que yergue su excitación a medida que la ciudad se hunde.

Ese punto existe, el Niágara de la decadencia se encuentra ubicado, ya sea por causa o consecuencia, en aquella famosa colina cercana a la avenida La Salle y que, resplandeciente entre candilejas mediocres y siliconas de mala calidad, exhibe sus letras platinadas: «Venevisión». Ese canal que nos enseñó que el éxito, la felicidad y el bienestar amontonan sus pasos en un solo objetivo: ser bello/a.

¿De qué sirve el estudio? ¿cuál es el objetivo de quemar tus preciosas pestañas repletas de rimmel en letras aburridas y monótonas cuando el lente de una cámara y un tricaster te ofrecen todo lo que podrás desear en tu vida carente de objetivos concretos? Tan sólo entona tu cuerpo, embadúrnate en maquillaje y pasea repetidamente las encendidas placas de tu plancha sobre tu pelo rizado malo para que, por unos segundos, se desprenda el piso de la realidad en la que te has negado a construir algo y puedas decir con tu pecho inflado: «salí en televisión».

Hoy toca madrugar, levantarse cuando el cielo aún no ha desperezado su rubor cenizo, faltar al colegio y arengar tus ojos cristalizados y achinados a la larga cola del casting en el que, enorgullecida de tus pasos y tu vestimenta de pequeña mujer barata, te exhibirás ante ese jurado desconocido y de mal gusto que determinará de manera dictatorial, totalitaria y dogmática; tus «talentos» y la falta de ellos.

Así se desenvuelve otro día más en aquél cáncer televisivo, en aquel circo en donde los gordos y los feos sólo sirven para hacer comedia, en aquella casa obscurecida con bombillitos coloridos y con montaje de cartón piedra en la cual algunas personas, con tal de exponerse tres segundos al ojo público, son capaces de llorar, de madrugar y de romper el miserable eje de una vida que, al igual que la escenografía usada, terminará en la basura.

¿Cómo no van a dominar a esta ciudad?

Si fuésemos terroristas, lo único que haríamos sería lanzar bombas, bombas a Venevisión.

T.M.

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