He leído con atención todos los buenos post que se han publicado hasta hoy en la primera #semanatemática de panfletonegro. Supongo que es poco lo que puede agregarse a la reflexión sobre el único y verdadero legado de Hugo Chavez, que no es otro que haber convertido a Venezuela en la única (tranquilos, pronto España y Grecia vendrán a hacernos compañía) sucursal del socialismo más retrógrado y ortodoxo que podamos imaginar. Así que no lloveré sobre mojado.
Más bien quiero proponer otra visión, una retorcidamente positiva, sobre el legado del Comandante Supremo. ¿Saben algo? Los chavistas tienen razón: Chávez nos abrió los ojos.
Así como a los chavistas se les ve comentar que Chávez los despertó y les hizo ver la realidad; yo debo confesar que hizo lo mismo por mí: me hizo entender cuál era el verdadero país donde yo vivía. Porque si algo le agradeceré eternamente a Hugo Chávez fue haberme hecho entender que el país donde crecí era una gran mentira. Que no existía la tal Venezuela solidaria y bonita. Qué los venezolanos teníamos, debajo de nuestra buena vibra, nuestra sonrisa incansable, nuestro mojón mental de ser el mejor país del mundo, una serie de resentimientos rastreros y bajos, y que sólo hacía falta un elemento catalizador para que todo eso surgiera a la superficie.
Es algo que de verdad agradezco. Y no, no es ironía, de veras le agradezco mucho a Chávez haberme hecho entender que vivíamos en un país de élites irresponsables que, aún teniéndolo todo y siendo parte del sector más privilegiado del país, se pondrían al servicio de un pequeño grupo de sanguinarios golpistas para drenar viejas rencillas y acabar de paso con toda una generación. Medios, políticos, intelectuales, poderes fácticos, todos unidos en una rapiña incomprensible que se les devolvería años después. Si algo hizo el chavismo por nosotros, y repito no hay ironía alguna de mi parte, fue habernos mostrado que la sociedad venezolana estaba mal. Muy mal. Qué no había espíritu democrático entre nuestros ciudadanos. Qué estábamos dispuestos a votar una y otra vez, contradiciendo toda evidencia lógica, por el desastre y la incompetencia. Qué no nos importaba mucho el dolor ajeno, y que incluso estábamos dispuestos a justificar horribles crímenes contra los Derechos Humanos, con aquello de “¿Quién los mandó a andar jodiendo y protestando en las calles?”. Qué despreciábamos la inteligencia. Qué no podíamos ver a alguien progresar un poco, porque se nos removía la más reptil envidia. Qué teníamos una homofobia y un machismo a todo dar; y que la imagen de unos militares machotes nos satisfaría quién sabe cuáles complejos que estaban bien insertos en nuestro subconsciente. Qué el espíritu de delatores estaba bien arraigado entre nosotros, por mucho que fanfarroneáramos diciendo que no nos gustaba “el sapeo”. Hoy comprobamos que no es así, y allí están los patriotas cooperantes, alguna opositora “moderada” y unos cuantos cientos de ciudadanos comunes mostrándonos sus habilidades de espías, para hacernos saber dónde se esconden los manifestantes o si el vecino de al lado está comprando dos paquetes de café. Allí está, la verdadera esencia del venezolano promedio.
¿Se acuerdan cuando los venezolanos teníamos famas de “alzaítos” y de andar “revirando”? Pues ya vemos que Chávez también sirvió para mostrarnos que eso no era verdad; y por el contrario, estos años nos han enseñado que los venezolanos siempre estamos en disposición de delatar a alguien si eso implica ponernos del lado del poder. ¿Recuerdan cuando teníamos fama de “no tener memoria”? Ja, ¡qué mentira! Todo lo contrario, los venezolanos solo tenemos memoria, somos incapaces de pensar en el futuro, de elaborar ideas de cara al mañana, incluso sentimos cierto desprecio por toda forma de progreso y futuro. De hecho, aquí estamos: en una nostalgia permanente por un sistema y unas ideas fracasadas. En palabras de Eduardo Liendo, de su novela El último fantasma: “En estos días Caracas se encuentra agitada porque los camisas rojas vuelven a gritar iracundos viejas consignas revolucionarias que más bien parecieran un eco del túnel del tiempo. El gran Papa Upa y sus seguidores no parecen advertir ese enorme cartel que reza: Aviso para los despitados: los años sesenta quedaron atrás”. Y, miren, no es muy distinto del lado contrario: vayan a hablar de progreso y futuro con un opositor y sorpréndanse. ¿Qué no teníamos memoria? Pero si es lo púnico que tenemos: memoria y nostalgia. Los venezolanos deberíamos ser afectados por una epidemia de Alzheimer, si es que tal cosa es posible, para así olvidarnos de una vez de Bolívar, de Marx, del Che, de Chávez y de cualquier otro cadáver que siga haciéndonos víctima de su fracaso histórico.
En definitiva: yo sí le agradezco a Chávez, porque al menos nos mostró el pantanero sobre el cual habíamos construido nuestro país, y aunque algunos se empeñan a seguir negando esto, al menos es positivo saber lo mal que estábamos. Es positivo porque en la vida, para cambiar, primero hay que admitir que no estás bien. Creo que entre el mojón mental y esta insoportable sinceridad que nos rodea, lo segundo es mejor. Es como cuando alguien no te quiere y te lo dice en vez de estar dándote escusas baratas. Es como enterarte de que tienes una grave enfermedad: es duro, pero necesario si quieres curarte. Quedará de nosotros saber si queremos asumirlo y construir algo nuevo, o si nos sentimos cómodos con este estercolero que nos rodea, algo que en realidad estaba allí agazapado, Chávez solo vino para sacarlo de su escondite y restregárnoslo en la cara. Y por eso, te estoy agradecido Comandante Supremo.