Todos sabemos que en algún punto moriremos, pero por alguna razón nadie realmente lo cree. Nadie cree, en su día a día, que el tiempo sea finito, que los momentos se acaban, que las oportunidades se vayan.
Qué fácil se nos puede ir la vida esperando, huyendo del tiempo, creyéndonos que no existe.
Cuántas cosas sucedieron durante la vida de Zapata. Tenía dieciocho años cuando sale de Caracas a México para aprender del mismo Diego Rivera. Diecinueve cuando Rómulo Gallegos es obligado a huir del país (1948). Veintiuno cuando asesinan a Delgado Chalbaud (1950). Veintitrés cuando Marcos Pérez Jiménez asume la presidencia de la Junta Militar (1952), Veintinueve cuando se firma el Pacto de Punto Fijo y Treinta cuando regresa a Venezuela para permanecer en Caracas hasta el día de hoy. Zapata vio surgir y morir a la corta democracia de Gallegos, a la dictadura militar y a todos y a cada uno de los gobiernos de la democracia partidista. Qué triste es saber que en esto que no nos atrevemos a llamarle Dictadura, se nos haya ido tanto tiempo ya. Qué triste es saber que el supremo humorista que vio pasar tantas épocas, no haya vivido para ver cómo terminaba ésta. El tiempo es finito y se nos va, qué triste es saber que Zapata ya no está.