Tratar de localizar con precisión el legado de Chávez es un ejercicio morboso, como sentarse ante aquella famosa foto de Varsovia en 1945 y discutir sobre cual es la cuadra que terminó más vuelta mierda. ¿Para qué? Casi todas estás devastadas, y las que uno ve a la distancia, donde queda alguna construcción más o menos en pie, también son ruinas, solo que verticales.
Ese es el panorama institucional, intelectual y social que nos dejó Chávez, así que hay que empezar aceptando lo inútil del ejercicio: lógicamente, una cuadra tiene que estar un poquito más jodida que las demás, pero no por eso ponerse a buscarla deja de ser un ejercicio de auto-mortificación.
Pero yo sí creo que la he identificado: es la izquierda. La vaina que más jodió Chávez, la que va a llevar más tiempo en reconstruir, la que con suerte quizás puedan disfrutar sean nuestros nietos cuando estén ya viejos, es una izquierda mínimamente decente, progresista, sin taras y jugando un rol constructivo en la vida pública del país.
Ojo, no estoy usando «izquierda» y «derecha» en términos ideológicos sino sociológicos. Hay partidos que tienden a ser apoyados por gente con un pelo más de plata y de privilegios (piel blanca, heteronormatividad, capital social y cultural) y que por ende tienden a reflejar sus visiones y sus aspiraciones. A esos los considero de derecha. Hay otros partidos que reciben su apoyo desproporcionadamente de quienes tienen menos plata y menos privilegios, y que por ende tienden a reflejar sus visiones y aspiraciones, a esos los considero de izquierda.
Y no es que la derecha esté chévere. Para nada. Los partidos apoyados por la clase media venezolana son otra cuadra más de escombros varsovianos, aniquilados moral e intelectualmente, incapaces de reaccionar y de jugar un rol mínimamente constructivo en la superación del atolladero. La derecha venezolana está tan desubicada que ni siquiera sabe que es derecha. Es triste.
Pero a la izquierda la coñuemadrada que le hizo Chávez es de otras proporciones.
Lo digo como doliente. Yo siempre me identifique con la izquierda. Mis primeras incursiones en política, allá a mediados de los 90 cuando ni barba me salía, fueron trabajando primero con Causa R en San Felix y en Cabimas y, justo después, con un movimiento pro-Derechos Gay en Oregon en una época en la que ni se soñaba en hablar de matrimonio gay, y el rollo más bien era si se debía admitir o no que el estado contratara homosexuales como maestros de primaria.
Yo sé lo que es ser el único sifrino caraqueño en una reunión de sindicalistas radicales planificando una huelga de dudosa legalidad cómo medida extrema para conseguir sus reivindicaciones. Yo sé lo que es estar en el closet, sé lo que es ser el único que no encaja en una oficina dónde el default es ser gay, sentir que no puedes revelar tu orientación sexual por culillo e incertidumbre ante cómo será recibida.
Si yo no soy de izquierda, no sé quien coño lo es. Pero tal es la devastación que causó Chávez, tal es el desprestigio y tantos los desatinos que hace años que ni se me ocurre identificarme como «de izquierda». Y no porque mis ideas hayan cambiado, sino porque el bagaje que acarrea el término en la Venezuela post-Chávez es más tóxico que montar bicicleta de madrugada en Bhopal.
A 15 años de revolución las injusticias estructurales no han cambiado en realidad un ápice. Si naciste dónde no es o como no es, estás igual de jodido hoy que hace 15 años. Si naciste en un rancho vas a ir a una escuela de mierda con profesores incompetentes que no te van a preparar sino para ir a una universidad de mentirita si es que por el camino no decides cambiar de mayor y meterte a choro. El estado te tirará algo cuando pueda, cuando los precios del petróleo den pa’eso, y sobretodo si se acerca una elección. Y a esa mierda le dirán «revolución.»
Si te enfermes vas a ir a un ambulatorio sin gasa, dónde un carajo entrenado en seis meses te medio parapeteará si puede y si no te mandará a un hospital que se está cayendo y en el que a las camillas no les han pasado un trapito para quitarles la sangre del paciente anterior.
No vas a poder evadir el peo emigrando porque eso es para los carajitos bien, los que tenemos los recursos sociales y económicos para enfrentar la montaña de trámites y limitantes. Estás jodido. Y si encima eres gay, o trans, o distinto de alguna manera, ay papá, vas a pelar toda la bola del mundo y el estado no va a hacer un coño para protegerte.
Si tienes una discapacidad física o psiquiátrica, un peo de drogas, si tu marido te coñacea o alguién decidió que vas a ser puta y él se va a quedar con el 80% de lo que pague el cliente, si no puedes salir de tu casa después que se pone el sol y no tienes garantías de que la cola de la harina pan vaya a avanzar suficientemente rápido para poder regresar antes del toque de queda, si te pasan cualquiera de esas vainas o todas al mismo tiempo hay una sola certeza en tu vida: el estado no va a mover un dedo para protegerte. Al estado revolucionario y redentor le sabes a bola.
Ni siquiera puedes rebelarte porque ya vives en rebelión. El shangri-la llegó, y es una soberana mierda.
Esa para mi es la médula del legado chavista: destruyó muchísimas cosas, pero ninguna tanto como la posibilidad de tomarse en serio la labor de gobernar desde la izquierda, desde una izquierda centrada en las aspiraciones reales de los excluidos, desde una izquierda sin taras ni tabúes que convierta la arrechera justificada que generan las desigualdades que nos legó la sociedad de castas del siglo 19 y la canalice hacia una verdadera transformación social, de mano con la tecnocracia.
Una izquierda que sepa entender el potencial revolucionario de un principio tan trillado como el de «igualdad de oportunidades», una izquierda a la que le caiga la monedita que en una sociedad como la venezolana igualar las oportunidades entre los hijos del barrio y los hijos de la urbanización es un proyecto de un radicalismo pasmoso y, más, que tal locura nunca ha sido intentada, no en serio, y menos que menos por un carajo como Chávez que se conformó con igualar el desprecio, que nunca vio más allá de eso.
Sí. Está claro. Lo tengo claro: de todas las vainas que cagó Chávez, ninguna la cagó más que a la izquierda.
Reconstruirla es una labor de 70 años, mínimo…bueno, lo que se tardó en reconstruir Varsovia.