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La cola que nadie hará

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Trato de no hacerme eco de mensajes de pánico. Trato de no hacerme eco de nada que no haya constatado con mis propios ojos o, al menos, a través de alguna fuente altamente confiable. Debe ser por eso que no publiqué ninguna de estas noticias gringas (porque todas las que vi estaban en inglés) en las que hablaban de la escasez de condones en Venezuela y de los exorbitantes precios a los que podías conseguirlos. No me quise hacer eco de esa clase de terror. O tal vez no quise aceptar la realidad de una noticia como esa. Ni siquiera leí los artículos. La negación, en su justa medida, está permitida.

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Tuits van y vienen sobre el asunto. Sigo sin sumarme a la masa de gente que protesta semejante situación. Solo retuiteo aquellos trinos que van en clave de humor. En algún lugar tengo la esperanza de que esa denuncia sea producto de la exageración que caracteriza un chiste. Se me olvida (o dejo que se me olvide o quiero olvidar) que en el fondo de toda ironía yace una verdad innegable que todos queremos evitar y que por eso satirizamos, para poder tratarla sin verla directamente. Sigo sin decir nada al respecto.

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En el Farmatodo de mi cuadra, eliminaron el anaquel donde se exhibían los condones. Fue algo progresivo, por eso no nos dimos cuenta sino hasta ahora. Primero, hace un año y medio, quizás dos, había de todos colores, sabores, marcas y variedades. Luego las opciones fueron mermando, luego los espacios se fueron llenando con otros productos, luego nos dimos cuenta de que en esos estantes también había lubricantes y demás artículos a los que no les hacíamos caso. Luego no hubo más preservativos. Luego no hubo anaquel en absoluto.

Antes, hace año y medio, cuando había variedad de condones, los vecinos de en frente eran los pañales. «Si no quieres comprar de estos, lleva de aquellos», bromeaba yo. Luego desaparecieron los pañales y mi chiste pasó a ser «mejor comprar de estos si quieres evitar la cola para comprar aquellos». Ahora ni una cosa ni la otra.

En el desaparecido estante de Farmatodo, aparte de los condones y los lubricantes, exhibían desodorantes. Ese espacio vacío es ahora un monumento a la nostalgia.

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Poco a poco empiezo a creer el cuento de que no hay condones. Recuerdo un tuit de Pedro Luis Flores: «No hay condones… No se rían. Es una tragedia». Lo es. Una grande.

Entre amigos bromeamos acerca de tener que apelar a la abstinencia como método anticonceptivo. Porque tampoco se encuentran pastillas anticonceptivas, ni las milagrosas pastillas del día después. Ciertas sonrisitas nerviosas surgen cuando se menciona la opción de abandonar la práctica del sexo. Ciertas miradas de ansiedad cómplice van de un miembro de la pareja al otro.

Hasta hace un tiempo, las parejas planificaban su vida sexual. Disfrutaban, pero trataban de mantener a los hijos fuera del esquema hasta que el presupuesto y la etapa de la relación pudieran sostenerlos. Ahora el sexo es el que queda fuera de los planes. Pero nadie quiere eso. ¿Y entonces?

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La ausencia de los condones es bulliciosa en las redes sociales y en las charlas con amigos, pero muy silenciosa en su territorio natural: en los pasillos de las farmacias.
En el Farmatodo de mi cuadra sé dónde estaban y sé dónde faltan, pero ¿cómo saberlo en otros establecimientos que no conozco? Sencillo. Observa a la gente. La ausencia de los condones está en las personas. Ve la cara de desconcierto del muchacho que entra despreocupado y se para frente al anaquel que exhibe artículos para el cabello (no, champú no; peines, cepillos, peinetas, etc.). Fíjate en el hombre que se para en el mostrador y fija su mirada en un punto por detrás de la chica que lo atiende. Ambos siguen las huellas de un espécimen en extinción; ambos persiguen el rastro fresco de una presa que recién se ha escabullido. Ambos lo hacen en silencio, porque la primera regla de la compra de condones es: no hables de la compra de condones.

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Dentro de todo, estoy tranquilo. En algún momento entraré al Farmatodo y habrán aparecido los preservativos (sí, así con esa resignación). No creo que nadie me llame a avisarme, así como tampoco creo que vaya a tener que hacer ninguna cola para comprarlos. Tal vez me dirán el ya típico «X por persona», pero ¿una cola? Lo dudo.

Esta sociedad en la que vivimos (qué risa que use una frase que me parece tan pavosa) nos hace sentirnos avergonzados de algo tan natural como tener sexo. Peor aún, nos hace sentirnos avergonzados de una decisión tan inteligente como la de disfrutar sana y responsablemente; decisión que se expresa a través de la acción de comprar condones. Adquirir condones es un símbolo de promiscuidad, es fácil de verlo en la actitud de los compradores. Nadie quiere hacer una cola en la que vendan preservativos. Nadie quiere hacer una cola donde todos los fornicadores impíos de la cuadra quedarán sometidos al escarnio público.

Ojalá tuviéramos el mismo pudor para hacer (o evitar hacer) otras cosas mucho menos inteligentes y más penosas que nos mantienen metidos en este desastre en el que estamos.

César Aramís Contreras Parra

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