Para poner las cosas en perspectiva, los Swiss Leaks son literalmente la punta del iceberg. Vale acotar que sólo los que no tienen algo que esconder (o creen que no tienen algo que esconder) abrirían una cuenta en un banco del tamaño de HSBC, en Suiza… o los muy tarados, también.
Los verdaderos campeones compran bancos, como la Compagnie Bancaire Helvétique y luego compran clientes a otros bancos para limpiar su cartera. En ese tipo de instituciones es donde se guarda la plata –la plata que sobra, la que no ha sido legitimada, quiero decir.
Vale acotar también que es bastante probable que ese dinero ya no exista, o esté bajo un mejor resguardo.
Igual, estos leaks son educativos. Nos dan una idea de los números que manejan estos tipos. Piensa que ese es el sencillo, la plata que no les importó perder.
–La corrupción chavista es inauditable –dice Adriana –Si no es por el gordo Antonini, el yoyo que se le fue a Giordani con las empresas de maletín, y estos leaks, no tendríamos idea…
Cierto. Uno de los esfuerzos más logrados del chavismo ha sido perfeccionar el arte de desaparecer dinero sin que nadie lo note.
Hace años un pana me contó que una vez logró colarse en el Hotel Humboldt y, mientras exploraba uno de los pisos superiores, encontró una habitación que tenía un grifo roto. El agua inundaba el pasillo y pudría las paredes. En un punto, había perforado la placa y caía al piso de abajo. Por pura desidia, porque nos gusta mantener elefantes blancos, desde hacía años ese chorro fluía –¿fluye?– desde la punta de la montaña hasta la quebrada de Chacaíto, mientras la ciudad se queda sin agua.
Así es el erario público venezolano, un chorro que nadie sabe dónde queda –un chorro de Schrödinger– y cuando observas la fuga, el dinero ya no existe.