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El libre transito del miedo

Supe que a Hernán Cedeño se lo llevaron en la noche. Como a todos los que compran ciertos diarios, y libros que resultan incómodos para el gobierno. Pueden apartar sus ojos cuanto antes de sus páginas, porque tarde o temprano no se encontraran entre los vivos. Esa madrugada fría del mes de Enero, se escucharon perros ladrar a lo lejos, luego muy cerca, hasta que el barrio entero era una sampablera de ladridos. Algunos minutos antes, yo me había dirigido a la cocina a por agua, permanecí un buen rato en la sala estirándome, entonces perdí el sueño por completo. Es muy difícil recuperar un sueño que se respete luego de levantarme para cosas como esas. Una voz desesperada pedía ayuda con pánico, se le escuchaba pronunciar con dificultad, me parecía estar viendo su boca temblorosa ante el inminente peligro. No me atreví a asomarme por la ventana, y los vecinos siguieron mi voz de mando, la del miedo. Nadie se asomo, ni se escucharon ventanas, las esperanzas habían desaparecido en ese callejón para Hernán. Y el tipo pidió ayuda, soy consciente de ello, y maldigo la hora en que fui testigo de semejante atrocidad. Como a las dos horas, pasadas ya las 4 de la madrugada, me recosté de nuevo sobre mi almohada. Nunca antes había sentido asco por mí, y ahora lo experimentaba con asombrosa estridencia. Tenía que haber actuado en defensa de la vida de un hombre, pero el miedo es más importante en la vida, como los títulos de propiedad o el carro de temporada.

Esa noche no logre pegar un ojo, los gritos de ayuda se me quedaron grabados como un eco desgarrado en la oscuridad. Se atrevieron a torturarlo con electricidad en los genitales, lo enterraron vivo para dejarle en claro lo mucho que se preocupan por la disidencia. Las noches no volvieron a ser iguales, desde luego sus gritos siguen tocando las puertas que le cerraron el paso.

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