«Las partículas elementales» – Michel Houellebecq

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«Ni siquiera Dios puede hacer que lo que una vez fue deje de ser»
 

Si la historia y el presente son referencia de la capacidad de la especie humana para alcanzar la felicidad, debemos reconocer que hemos fracasado. Aunque algunos insistan en presentar estadísticas y proyecciones para argumentar que este es el mejor momento de nuestra historia, la violencia y la miseria acaban con la vida de millones de seres humanos. Y aun quienes no padecemos el horror de las situaciones más extremas debemos lidiar con la guerra, el cáncer, la corrupción, el egoísmo, la opresión y la mentira, entre tantos males globales.

Frente a este panorama es relevante preguntar: ¿Posee el ser humano los atributos necesarios para proveer su propia felicidad? o al menos, ¿está capacitado para crear las condiciones que le permitan determinar su propio destino de una manera digna?
La felicidad y la dignidad se refieren a la convivencia libre, justa y pacífica entre seres humanos. A una convivencia en la que ningún hombre somete ni explota a otros, en la que el sufrimiento y el dolor han sido reducidos a la mínima expresión. Estas preguntas, este cuestionamiento de la capacidad de la especie humana para elevarse a la altura de su potencial se encuentra en el núcleo de «Las partículas elementales».

«Los elementos de la conciencia contemporánea ya no están adaptados a nuestra condición mortal. Nunca, en ninguna época y en ninguna otra civilización, se ha pensado tanto y tan constantemente en la edad; la gente tiene en la cabeza una idea muy simple del futuro: llegará un momento en que la suma de los placeres físicos que uno puede esperar de la vida sea inferior a la suma de los dolores (uno siente, en el fondo de sí mismo, el giro del contador, y el contador siempre gira en el mismo sentido.)»

Houellebecq, con la ironía y el cinismo característicos del siglo XX, crea un retrato de la civilización occidental a través d dos hermanastros. En las vidas de Michel y Bruno, y de quienes forman parte de ellas, se conjugan los engendros de la época: la liberación sexual, los movimientos reaccionarios e igualitarios, la obsesión con el progreso y el éxito, el culto a la belleza y a la fama, la adicción al entretenimiento y el miedo a la vejez. La alienación, la soledad y el desencanto, la sensación de vacío y absurdo, el consumismo y los programas de concursos, medicamentos con prescripción, el New Age y el materialismo científico, la física cuántica, el tantra y las dietas, profetas y líderes revolucionarios, infomerciales y centros comerciales, políticos y prótesis mamarias.

¿Y qué queda después de todo esto? Del caos y las expectativas, de la muerte y la nostalgia, del pasado y de lo que pudo haber sido. Vidas trágicas e imperfectas, con fugaces momentos de felicidad en busca de amor y compañía, de alguna señal que nos demuestre que a pesar de todo hay un sentido, que en la inmensidad del Universo hay un propósito que de algún modo nos incluye.

«No cabe duda de que Aldous Huxley era muy mal escritor, de que sus frases son pesadas y no tienen gracia, de que sus personajes son insípidos y mecánico. Pero tuvo una intuición fundamental: que la evolución de las sociedades humanas estaba desde hacía muchos siglos, y lo estaría cada vez más, en manos de la evolución científica y tecnológica, exclusivamente.»
Vivimos en el misterio y la incertidumbre, a la merced de las brutales leyes naturales y de la razón de algunos elegidos que conducen nuestra historia. Pareciera que deberíamos haber sido algo más, que tendríamos que convertirnos en otra cosa para alcanzar el destino que imaginamos. Tal vez deberíamos corregir nuestra biología, estas moléculas defectuosas e intervenir en nuestra propia evolución. Acaso seamos el plan de la naturaleza para vencer la entropía y la oscuridad que amenazan la existencia de todo el Universo. Quizás estemos llamados a realizar nuestra propia inmortalidad.
Es el camino que Houellebecq señala, pero no se atreve a decirnos si se trata de un sueño o de una nueva pesadilla. De cualquier manera el viaje es memorable.

«Pero más allá del ámbito histórico estricto, la ambición última de esta obra es saludar a esa especie infortunada y valerosa que nos creó. Esa especie dolorosa y mezquina, apenas diferente del mono, que sin embargo tenía tantas aspiraciones nobles. Esa especie torturada, contradictoria, individualista y belicosa, de un egoísmo ilimitado, capaz a veces de explosiones de violencia inauditas, pero que sin embargo no dejó nunca de creer en la bondad y en el amor.»

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