Mucho se ha escrito sobre la anarquía con la que se conducen los motorizados en el tráfico. Cualquiera que deba manejar en el tránsito caraqueño debe estar especialmente pendiente de no tropezar, rozar o siquiera atravesarse en el camino de un jinete a motor, si no quiere verse envuelto en un problema en el cual va a llevarse la peor parte. Las cosas comenzaron a ponerse peor al permitírsele el tránsito por la Fajardo. Cualquiera que se haya enfrentado en la autopista con una columna interminable de motos y no haya podido cambiarse de canal sabe de lo que estoy hablando.
Una de las características más perniciosas del gremio mototransportado es su comportamiento en los velorios rodantes que tienen lugar cada vez que ocurre el fallecimiento de alguno de sus allegados. En esas ocasiones es preferible resguardarse en algún lugar seguro y esperar que pase la turba, que cual invasión bárbara comandada por Atila convierte todo lo que sobresalga por sobre el asfalto en tierra arrasada. Es un bacanal de aguardiente, música estridente, exhibición de armas y acrobacias temerarias con las motos. Han ocurrido varios episodios conocidos por medio de las redes sociales o por la prensa: por ejemplo el asalto colectivo que tuvo lugar en Macaracuay, en donde robaron a todos los tripulantes de los carros que estaban en la cola propiciada por el mismo velorio, con saldo de algunos vehículos destrozados y varias personas víctimas de ataques de nervios, y uno ocurrido en el oeste de la ciudad, con saldo fatal.
Cuentan los comerciantes de los lugares aledaños a los cementerios en donde se le da sepelio a los motorizados que, cuando se enteran de que va a ocurrir un entierro de ellos, cierran las santamarías de sus negocios, pues han sido víctimas de saqueos en ocasiones anteriores.
Esta semana que está por finalizar tiene en su haber tal vez el más monstruoso de esos hechos: una señora en los días finales de su embarazo, que estaba yendo a la cínica para culminar los trámites de su carta aval, se vio atrapada en un velatorio ambulante. El conductor del vehículo, tal vez por desconocimiento, tal vez por miedo, no atendió a la señal de alto que le hicieran desde la caravana y trató de rebasarla, siendo acribillado en el acto con el trágico conteo de tres personas asesinadas: la señora junta con la criatura que llevaba en su vientre, y su esposo.
Todo ésto ocurrió en las inmediaciones de Fuerte Tiuna, zona militar. Mi pregunta, retórica por necesidad, es la siguiente: ¿cómo es posible que las autoridades permitan este tipo de comportamiento en la ciudad? ¿Es tanto el poder que tiene el gremio de los motorizados que nadie le puede poner coto? No puede ser que ellos estén más allá de la legalidad sin que haya control por parte de las autoridades. Estamos a la buena de Dios, y solamente podemos contar con la buena fortuna para sortear esas situaciones.