Nuestra sociedad está pariendo dolorosamente una nueva identidad: la del venezolano emigrante. Dolorosamente, porque es difícil deslastrarse de la egomanía veneca, de aquel potencial mesiánico que creemos tener, de ser en alguna forma el pueblo elegido de Latinoamérica. Es cierto que en el pasado Venezuela fue el país más prometedor, con la mejor economía de Suramérica y cierta estabilidad democrática. Estabilidad paticoja, truculencia puntofijista, de acuerdo; pero comparado con las dictaduras militares que consumían al resto del continente, el país de los hijos de Bolívar podía regodearse en sus ínfulas de superioridad.
Tal vez sea esto lo que alimenta nuestras fantasías personales. Los venezolanos construimos épicas positivistas aupadas en un modernismo rancio: nuestro destino brillante, histórico, en el seno de la patria. Ya sea como empleados, gerentes o artistas, el vergaetrianismo es una enfermedad del espíritu nacional.
A todas luces, es frustrante y enfurecedor ver tu país destruido por una parranda de ladrones, corruptos y mediocres sin talento. Eso no hace falta recalcarlo. Pero hablar del éxodo venezolano como algo singular, como un problema inusitado de los pueblos, es hacer prueba de la ridiculez más supina (otra característica del homo venezolanus, dicho sea de paso).
No creo ser el único al que le molesta sobremanera el discurso último, final, acerca de la emigración. Es el traspolar la lógica modernista, si-yo-tuve-que-emigrar-todos-deben-hacerlo, versus si-nos-quedaramos-todos-arreglaríamos-al-país, para seguir creyendo en destinos o en teleologías históricas.
Es el “se van los mejores” o el “se quedan los que luchan” y demás nimiedades. Como si la vida, esa coyuntura individual y personal, pudiese regirse por máximas que dictan otros.
Desde que el hombre es hombre ha sido víctima de migraciones forzadas. Lo que antes era terror ante el saqueo barbárico y la violación de nuestras mujeres, ahora se ha transformado en destrucción de la economía e inseguridad generalizada como política de Estado. Algo hemos avanzado.
La realidad es que nosotros, los venezolanos, nunca tuvimos un destino. Ningún pueblo lo ha tenido. Son fábulas noveleras dignas del librito de Historia venezolana de segundo año de bachillerato y nada más.
Creer que Venezuela es grande, que su gentilicio es diferente al chavismo, es estúpido. El chavismo no es una enfermedad alienígena que le cayó al pueblo venezolano como en la película body snatchers. El chavismo no es la razón por la cual usted no logra sus metas. Sí, el chavismo y sus erradas políticas económicas son una traba, un impedimento, una barrera a superar, un toro que esquivar. Pero no es una razón última.
Hay gente que lo tuvo más difícil que usted. Sin pensar mucho se me ocurre el pintor ruso Vasili Kandinski. Emigró de Rusia para Alemania, prácticamente teniendo que empezar de nuevo. Cuando la Bauhaus empezó a tomar vuelo, fue acusado de producir “arte degenerado” y tuvo que volverse a ir, ahora a Francia. ¿Se pasó la vida Kandinski hablando de lo grande que hubiese sido él en Rusia? No, se puso a pintar. El resto es historia.
Entonces, sólo escribo esto para decir que no hay moraleja que dar. No hay Gran Relato que abrazar sobre la desgracia de lo que ocurre en Venezuela. Sí, el país duele y duele mucho. Es sano sentirse así y expresarlo. Pero no es verdad que la solución para todos sea “emigrar” o “quedarse”. Hay gente muy valiosa dentro de Venezuela que resiste desde la acción y la creación. Gente como Luigi Sciamanna. Gente que ha decidido no dejar que la barbarie los consuma, que los obliguen a reflexionar en términos inmediatos, es decir, dejar de reflexionar (porque ese es el proyecto, por si les quedaba alguna duda). Si la única solución es “huir de Venezuela”, ¿cómo deja eso a gente como Sciamanna?
No. El que va a crear, crea, así sea debajo de una piedra. George Orwell y Ernest Hemingway escribieron novelas entre, durante y después de dos Guerras Mundiales. Porque el que escribe, escribe.
Esa es la mejor resistencia que podemos hacer. El rechazo al proyecto del Estado Islámico venezolano se cristaliza con reflexión y creación. El arte se opone a la barbarie, a la violencia, al presente de destrucción.
Por eso les dejo esta recomendación: está bien quejarse y desahogarse, todos lo hacemos. Pero no dejemos que sea lo único que hacemos. Al final, es lo que ellos quieren. No les des ese placer. Dicho de otra manera:
Emigrar es horrible, es trágico. Ahora dedícate a vivir tu vida.
Quedarse es horrible, es trágico. Ahora dedícate a vivir tu vida.
Excelente tu reflexion, la suscribo completamente. Como muy bien dices, en el camino que decidamos o podamos seguir, debe ser aquel en donde sintamos que «seguimos viviendo». Abrazos…
Mejor escrito imposible. Ya no se quien hace mas dano, si los chavistas con su mal sana religión, los que siguen en Venezuela que se quejan y quejan y no hacen nada, produciendo una mala vibra o nosotros, los que nos fuimos. Con maletas desechas, casa nueva pero corazones rotos, con ganas de contribuir sin saber como.
Buenisimo el comentario, estoy completamente de acuerdo que la situacion es muy compleja para poder dividir a la gente en «los que se fueron» y «los que se quedaron», por ello tambien hay que recalcar el caso opuesto al del Sr. Sciamanna, aquellos Venezolanos que estando afuera dejan en alto el nombre de su pais y construyen desde afuera.
De lo mejor que he leído al respecto. La venezolanidad es tan mitológica…
A comienzo de los años 60, emigre a N.Y.C., en esa maravillosa ciudad me forme, y colabore en todo lo relacionado al arte, y demás manifestaciones, cuento esto porque pienso que la libertad es algo sagrado, el libre albedrio, jamas me sentí inmigrante en N.Y.C. todo lo contrario, he vivido en Paris y otras ciudades, la situación actual del País es espantosa, un infierno, y entiendo perfectamente a quien decida emigrar, pero también a quien quiera quedarse, es algo muy personal, y eso hay que respetarlo, siempre he detestado los guetos, y siento que hay algo de eso en las criticas, de un lado y del otro.
Tocas muchos puntos a la vez, por eso es difícil (y largo) rebatirte o aportarte. Como inmigrante he descubierto que no sólo los venezolanos nos creemos el ombligo del mundo. Hasta ahora me he conseguido con cuatro gentilicios que también tenían esta creencia: uruguayos, argentinos, colombianos y peruanos. Hemos tenido serias discusiones al respecto. Lo que si puedo decirte, aunque todos los pueblos son diferentes, que el venezolano es uno de los más distintos. Tiene la alegría -y el baile- del Caribe, la herencia de haber ido a la Universidad en masa y haber sido transculturizado por América del Norte y Europa. Tiene conciencia de empresariado, es decir, es básicamente emprendedor y listo. Por otra parte, es el pueblo con mayor sentido del humor que he conocido. Aunado a esto, otra faceta: la estupidez y la ligereza de pensamiento, básicamente porque la mayoría de los emigrantes venezolanos pertenecen a la clase media más acomodada, cuyos fines de vida -con excepciones- son absolutamente la apariencia y la ridiculez. Ahora bien, aunque podríamos tocar algunos otros puntos, una última reflexión: a pesar de las dificultades del emigrante, creo que quedarse en Venezuela conlleva una mayor carga de sacrificio para quienes no coinciden con la aberración que se apoderó del gobierno. Eso es, un sacrificio extremo.
@Rita: rita de acuerdo contigo el escritor lo ve todo blanco y negro. No entiende que la política te afecta y mucho ellos dictan las normas del juego. Hoy día, te arrastra toda esta locura del país así no quieras
Gracias a todos por comentar.
Un saludo.
V.