Hoy hablaba con un ilustre caballero bogotano, egresado de una de las mejores universidades de Colombia: Los Andes, con una maestría en esta misma casa de estudio y un aparente nivel de conocimiento que lo hacía parecer un excelente interlocutor.
Horas antes, una amiga del facebook había publicado un artículo relacionado con la famosa foto tomada el 8 de junio de 1972 en Vietnam, titulada La niña del napalm, que muestra un grupo de niños gritando y llorando, mientras huían despavoridos del bombardeo del que habían sido víctimas minutos antes. En la foto destaca el cuerpecito desnudo de la niña, a quien el fuego le había consumido la ropa que llevaba puesta.
Mi amigo y Yo conversábamos sobre la foto, la guerra, la política… y no sé exactamente cómo llegamos allí, pero nombré a Ho Chi Minh. Por fortuna, siendo la conversación telefónica, mi estimado amigo no pudo ver mi cara de sorpresa cuando me preguntó “¿quién es ese man?”.
Yo había asumido que él sabría quién era ese man… pero me equivoqué, la verdad es que tampoco tiene por qué saberlo.
Le conté algo de “el man” y su respuesta fue para mí una especie de deja vu “¿y a usted para qué le sirve saber tanta pendejada?” No es la primera vez que me hacen esa pregunta, con sus respectivas variantes según el país de origen del interlocutor, pero el trasfondo es el mismo: un hombre con excelente estatus económico, con varios títulos en su haber, que cree que el dinero y los cartoncitos le dan estatus intelectual, pero se encuentra en una situación en la cual sabe algo menos que su interlocutor femenino y, sintiéndose ofendido por ello, trata de ofender.
Ese episodio me hizo pensar varias cosas. La primera es que, a pesar del indiscutible cambio que se ha producido en la sociedad en materia de la participación del hombre y la mujer en las diferentes esferas del acontecer público y privado, existen demasiados hombres “educados” que mantienen una conciencia de superioridad masculina muy arraigada, que no les permite sostener relaciones interpersonales con mujeres que simplemente tengan un poquito más que ellos en cualquiera de esos ámbitos que suponen masculinos: dinero, poder y conocimiento.
Son hombres que buscan relacionarse con mujeres que necesiten ser protegidas, enseñadas, que los admiren por sus posesiones, sean estas materiales o intelectuales. A primera vista lucen como hombres de avanzada, hombres de ideas liberales, que aplauden las conquistas femeninas y creen en la igualdad. Pero sólo basta con que se enfrenten con una tentación tan minúscula, como no saber quién es Ho Chi Minh, para que ese pitecántropos que estaba adormecido en su subconsciente, salga gruñendo con el mazo en mano para intentar lastimar el ego de la osada mujer que sí sabía quién fue Ho Chi Minh.
Eso es triste, realmente muy triste. No obstante, hay algo incluso peor que lo anterior.
Yo sé quién es el personaje de la discordia desde que tengo, más o menos, seis o siete años. Y sí, me podrán odiar hasta la médula, pero sabía de la guerra de Vietnam desde chiquita. La razón por la cual lo sé radica en la mayor bendición que tuve en mi vida: Mi mamá. Resulta que la brillante nueva estudiante de sociología de la Universidad Central de Venezuela, al igual que muchos otros brillantes nuevos estudiantes de la misma facultad, estaba fascinada con todo lo que estaban aprendiendo y conociendo. La música del cantautor venezolano Alí Primera, con sus letras provocadoras y sus melodías sencillas, hacían de las revoluciones una poesía fácil de cantar.
Dado que mi mamá era una gran fanática del revolucionario cantautor, Yo me aprendía las letras y le cantaba a mi mamá. Así, me aprendí la letra de la canción Inolvidable Ho Chi Minh y le pregunté a mi mamá quién era ese señor y qué era Vietnam y mi mamá me contó lo que ella sabía de la historia del país asiático, discusión que seguramente habría sido muy citada en sus días de universitaria.
Yo estoy absolutamente segura que la mayoría de las personas que conozco, egresadas de excelentes universidades y de buena posición socioeconómica, no saben quién es Ho Chi Minh, lo cual –en sí mismo- no representa ningún problema. El meollo del asunto no es ignorar un asunto determinado, el meollo del asunto es que no les importa en lo absoluto quién es “ese man”, qué hizo, cómo lo hizo, dónde lo hizo, cuándo y por qué.
El problema es que nuestros brillantes e ilustres profesionales, por lo menos los colombianos y los venezolanos que conozco, tienen un interés nulo en la historia de la formación de las sociedades modernas. Y lo peligroso es que, mientras por este lado ideológico (y me refiero a la centroderecha, liberales y cualquier otra denominación distinta a izquierda) se desconoce la mayor parte de la historia de los acontecimientos que conforman las bases de las relaciones sociales en el mundo, los amigos de las llamadas izquierdas se dedican a contar la historia como a ellos mejor les convenga.
Por eso, porque somos una generación de ignorantes y negligentes, estamos viviendo en un mundo signado por las burbujas en todas las esferas de la vida humana. Vivimos en un constante temor de ver explotar las burbujas y así, poco a poco, creamos nuevas burbujas, más pequeñas, más exclusivas y excluyentes, creyendo que de esa manera reducimos el riesgo de vernos inmersos en el estiércol que empantana la realidad.
Por un lado tenemos un número importante de personas que están siendo adoctrinadas por los gobiernos de izquierda, por los partidos de izquierda, por los socialistas trasnochados que quieren contar la historia de manera que ellos queden siempre como los buenos y todos aquellos que se han opuesto al socialismo han sido malos y han merecido morir. Por otro lado tenemos otro importante número de personas a quienes les importa un pito la sociedad y sólo están dispuestos a adquirir aquellos conocimientos que les permitan ser millonarios lo antes posible. La historia, a menos que se trate de la historia de Wall Street o la biografía de algún multimillonario, es una cosa aburridísima que no sirve para nada. La sociedad es algo de lo que se deben ocupar los políticos y humanidad es un término que les suena a religión o filosofía, esas cosas tontas que no sirven para hacer dinero.
Lo preocupante del asunto es que, precisamente las personas que han tenido las mejores oportunidades de estudio y formación, están muy bien preparadas para hacer dinero, pero no tienen ni la más mínima noción de cómo hacer historia para que algún día otros puedan escribirla en democracia y libertad.
Adriana Pedroza Ardila