Estimado lector, ¿alguna vez has querido sentir a la gente viéndote con una mezcla de adulación y profundidad? ¿Eres alguien con la autoestima tan baja que necesitas pasar por inteligente para sentirte realizado? ¿Te gusta el sexo con chicas que no se depilan y que se creen superiores porque se la pasan drogadas? Entonces, estas instrucciones son para ti.
Conviértete en un hipster sin barba
Regla número uno de los hipsters: tú odias a todos los otros hipsters. La barba es sólo para posers, gente que no entiende el arte. Tú no tienes tiempo para esas menudeces; entre el libro del filósofo japonés desconocido que te estás leyendo y el estudio acucioso de la película “Empire” de Warhol (“¿viste? Aparece un cambio de luz a la sexta hora de rodaje’’), tu “apariencia” te es irrelevante. Explica, escondido detrás de tus lentes oscuros a pesar de que ya pasamos la medianoche, que “mi esencia precede a mi existencia” o que «el hombre sólo existe para ser superado», u otra bobería por el estilo. No sonrías. Jamás.
Debes ser un nostálgico reaccionario
A pesar de que te dices “artista contemporáneo”, es importante que muestres completo desinterés por todo lo que se esté haciendo en el mundo. El arte era bueno antes, es decir, hace cincuenta o cien años; sin embargo, desde que apareció [el capitalismo/la sociedad de consumo/John Lennon/el cine en color/el jazz/la democracia social/Pocahontas/el dinero, etc.] todo se ha echado a perder.
Así, el único cine que llama tu atención es el cine underground tailandés o coreano. Todo lo demás es para idiotas que quieren seguir “una historia” o que van al cine para su “entretenimiento” (qué banales).
Sólo escuchas óperas en alemán, que duran un mínimo de cinco horas. A veces, cuando tienes una fiesta o quieres socializar, escuchas a Steve Reich o algún concierto para cactus eléctrico de John Cage. Recuerda, cualquier cosas que no te haga querer reventarte los tímpanos con un lápiz, no es música.
Redacta las “explicaciones” de tus obras
Invierte solamente cinco por ciento de tu tiempo llevando a cabo tu pieza de arte, y noventa y cinco por ciento, escribiendo un denso tratado ilegible para confundir aún más a los espectadores. Pon especial atención al título. Escríbelo utilizando un diccionario de filología y un juego de dardos lanzados al azar. No importa que no tenga sentido; en tu mundo no hay cosas absurdas, sólo cosas “herméticas”. Es así como llegarás a títulos como “deconstrucción crepuscular del noúmeno como efecto semiológico de la teoría de cuerdas aplicada a la pintura” o “análisis diacrónico del sinécdoque como epifanía del dasein heideggeriano”.
Cuando alguien te pida una aclaratoria, recuérdale que todo se resume a la diferencia entre las palabras “darstellung” y “vorstellung” en alemán, sin explicarle más nada. Bebe un trago de tu Martini y date la vuelta con desprecio.
Insulta al público en la apertura de tu exposición
Nada atrae más a la gente que el artista que está por encima de su propio éxito. Mientras más los trates de ignorantes y los humilles, más vendrán a tratar de entender de qué carajos va tu “trabajo”. Ve al brindis de apertura sin dormir, así podrás bostezar y tener cara de sueño durante todo el evento. Habla en frases crípticas, sacadas del I-Ching, y lleva todo al problema del árbol que se cae en el bosque. Agárrale el culo a la representante de la galería, bebe hasta vomitar en medio de la sala y haz que te boten de tu propia exhibición. Serás el nuevo fenómeno del arte contemporáneo en la ciudad.
Sigue estas instrucciones con rigurosidad y verás cómo pronto formas parte del panteón de los artistas “incomprendidos” de tu época. Si puedes disfrazarte de diablo, como Matthew Barney, o si logras meter un tiburón completo en formol y colgarlo en una galería, llegarás incluso al estatuto de “genio”.
Este artículo parece escrito por un artista contemporáneo de los que ya se convirtieron en artista contemporáneos de la corriente del Rebuscadismo.