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Proactivos vs reactivos.

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Ante la opinión de Lorenzo Mendoza y la carta de «una venezolana que decidió cambiar unos problemas por otros», han surgido tantas reacciones tan absurdas que no sé si decir algo más sería caer en el ridículo estrés de defender un punto de vista.

Hay una realidad ineludible, Lorenzo Mendoza no estaba instando a todos los venezolanos a quedarse, estaba respondiendo una pregunta que le hiciera un miembro del equipo de Empresas Polar, quien -además- quería que Mendoza fijara una posición política, que respondiera como el político que no es y no quiere ser.

La venezolana que le «respondió», en mi humilde opinión y con el respeto que me merece, representa el arquetipo del venezolano feo. Las palabras de Mendoza no eran para ella, eran para sus empleados, era un espaldarazo para aquellos que no pueden emigrar.

Porque no falta quien cree que emigrar es fácil, que saliendo de Venezuela se acaban los problemas. No falta quienes creen que si tuvieran el dinero para salir de Venezuela todas sus angustias desaparecerían. Por eso creo que las palabras de Mendoza son sabias y oportunas.

En el arquetipo del venezolano feo Yo observo un dejo de envidia, que se asemeja al llamado frenazo de bicicleta en la ropa íntima… El venezolano feo se siente con el derecho de juzgar a quienes no comparten su situación, su realidad, sus limitaciones, sean del tipo que sean.  Ergo, como Lorenzo Mendoza no hace filas para comprar alimentos, no sufre las deficiencias del sistema de salud venezolano, no usa el transporte público ¡Que se joda! ¡No tiene derecho a opinar!

En el imaginario del venezolano feo, el derecho de opinión está limitado a aquellos que tienen los mismos problemas que el receptor del mensaje; por lo tanto, se reducen las posibilidades de salir del problema, pues desde las raíces mismas de la teoría evolutiva, son los foráneos los que cambian el ecosistema y contribuyen a la evolución.

Demasiada gente compartió la visión de la venezolana aquella de la carta dirigida a Mendoza. Es triste, porque su ejercicio de catarsis, sus ansias de justificarse ante sí misma y de tratar de explicarse por qué valió la pena abandonar el país, ha tenido eco en las mentes y corazones de muchos venezolanos incapaces de asumir que no quisieron, o no pudieron, con el reto que el país supone.  Y aclaro que no meto en el mismo saco a toda la diáspora, porque hay quienes aun estando fuera tratamos de aportar algo al país.

Puede que sea de sabios abandonar los problemas que no podemos resolver por otros de más fácil solución, pero el mérito de quienes se quedan porque creen que vale la pena luchar por los valores perdidos, el mérito de los que creen que quedándose y aportando sus talentos a la reconstrucción de un país que la mayoría abandonó, vale la pena, eso no tiene precio.  Las palabras de la venezolana fea, con el respeto que me merece, son una bofetada a los presos políticos, a los muertos en las manifestaciones en reclamo por los derechos democráticos, a todos los venezolanos que han perdido mucho más que cosas, comodidad, estatus o tranquilidad.

Hay luchas que valen la pena.  Así como Lorenzo Mendoza invita a los miembros de su equipo a que se queden y luchen, a pesar de lo que pueda decirles el sentido común, en Kenya 149 jóvenes murieron por sus valores, porque decidieron que ni sus vidas valen tanto como el premio que les espera al mantenerse firmes en su fe.  En Ayotzinapa fueron 43 quienes desaparecieron porque creyeron que la lucha por sus derechos, y por los derechos de su pueblo, era una apuesta a ganador… aunque en ella pierdan la vida.

En el mundo hay personas capaces de dar la vida por un árbol, por un delfín, por un humedal, por una selva, por el agua, por un país, por la libertad, por la democracia, por Cristo. Quienes no son capaces de hacerlo, quienes creen que no vale la pena esa lucha, no deberían interponerse en el camino de quienes están intentando hacer del mundo un lugar mejor.

Adriana Pedroza Ardila.

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