Los dueños de la verdad

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Recientemente los venezolanos opinamos sobre cualquier acontecimiento que ocurra en el país, porque la normalidad se ha convertido en una utopía en Venezuela. Muchos dicen que ya no les sorprende nada, pero eso es una descarada mentira; tal vez lo expresan para consolarse por la barbarie que nos golpea todos los días.

Se ha convertido como en una obligación emitir comentarios sobre cualquier cosa: por las colas, por un avión militar que sobrepaso la barrera del sonido; por un documental sobre la minería ilegal que está destruyendo a Canaima; porque la nueva presidenta de Venetur es un claro ejemplo de nepotismo; porque Juan Barreto tampoco consigue medicinas o por cualquier insulto al lenguaje que cometa Nicolás Maduro. Alabamos un comercial que nos invita a ser héroes anónimos, e incluso arremetemos contra uno de los empresarios más respetables de Venezuela por decir que “este país tiene mucho más que ofrecernos que cualquier país fuera, como persona que emigra”.

No fue el comercial de Banesco ni el discurso de Lorenzo Mendoza en una reunión con sus trabajadores lo que me motivo a escribir, sino las contradictorias opiniones que se han hecho al respecto. Por un lado están los que condenan al Sr. Mendoza y por el otro los que lo defienden, criticando y burlando a la venezolana que le escribió una carta abierta explicándole las razones por las que cambio “unos problemas por otros”. El problema no es que opinemos, porque expresar nuestras convicciones e ideas nunca está mal. El problema está en que nos creamos los dueños de la verdad, los emisarios de la razón.

Ciertamente la pregunta que se hacen muchísimos venezolanos en estos momentos es “¿Me voy o me quedo?”, pero eso no los hace más ni menos patriotas. Cómo le dices a un joven con muchos sueños y proyectos por cumplir que no se vaya. No puedes, porque irse es tan doloroso y dramático como quedarse.

Dejemos de escribirle cartas a Lorenzo Mendoza o a la chica que decidió emigrar. Escríbanle mejor  a Nicolás, porque pareciera que nos olvidamos que el problema es un modelo fracasado, impuesto por una cuerda de maleantes que usan la intolerancia como respuesta a su incapacidad de llevar las riendas de este barco tricolor, y en lugar de eso preferimos agredirnos entre nosotros mismos. Existe algo que se llama “disentir sin agredir”, definitivamente, hay que ponerlo en práctica.

No digo que tengamos que olvidarnos del nefasto presente y mucho menos de las violaciones a los Derechos Humanos que se han ventilado en estos tiempos pero, sí creo que tenemos que empezar, de una vez,  a reconstruir –o construir- la nación. Esto es un grito de auxilio ante la pérdida de la esencia de nuestro gentilicio. El país atraviesa una terrible crisis de valores humanos y ciudadanos.

Hagamos el comercial de Banesco nuestro, porque vale la pena seguir resistiendo, ya que al final, “no es un país de mierda, es un gobierno de mierda”. No es tan difícil usar el puente peatonal. No es tan difícil ceder el puesto a quien lo necesite. No es tan difícil usar el cinturón cuando manejas. No es tan difícil usar el rayado peatonal ni respetar la luz roja del semáforo. No es tan difícil ser mejor ciudadano.

Abraham Lezama R.

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