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La batalla entre las iglesias y Dios.

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Tiempo hace que he visto como la iglesia católica ha venido siendo objeto de duras críticas por cualquiera que se sienta con ánimo de ofender. Y más que criticar los errores de doctrinas, la gente se centra en cuestionar los errores de los hombres que han hecho la iglesia.

Desde hace casi cuatro meses he asistido a un seminario de teología en una iglesia cristiana, cuyo objetivo es volver a la palabra, volver a la Biblia y abandonar los dogmas y las doctrinas que han levantado muros entre el hombre y la palabra de Dios. Es un objetivo plausible y admirable. No puedo negar lo mucho que he aprendido, tanto intelectual como espiritualmente. Sin embargo, me resulta ofensivo que tantas personas se expresen tan negativamente de la iglesia católica y se refieran a los errores de la «iglesia tradicional» como si ya estuvieran montados en el tren de la salvación, sin hacerse preguntas acerca de lo que aprenden, sin cuestionar la veracidad de las palabras de un sujeto que es tan humano como cualquiera.

Y no niego los horrores de la iglesia católica. No puedo ocultar la urticaria que me provoca todo el tema de los santos y la adoración a la virgen; no niego que me estresa ver a los fieles enfrascados en rituales que se alejan del evangelio y de la prédica que hacía el mismísimo Jesús.  Pero si una diferencia abismal he observado entre mi experiencia en la iglesia católica y mi actual roce con una iglesia cristiana, es que los católicos no le cierran la puerta a quienes la tocan.

Resalto un punto, es mi experiencia, quizá muchos tengan experiencias diferentes. No voy a cultos cristianos, ni voy a misa en Bogotá, porque los curas de aquí me parecen demasiado fríos, insípidos y distantes.  Muy diferente a mi vida espiritual en Caracas donde, habiendo estudiado en colegio de monjas y rodeada de curas en el bachillerato y la universidad, Yo podía preguntarle lo que me diera la gana a cualquier sacerdote, en cualquier momento y ellos siempre tenían tiempo para todo el mundo. ¡Ah! Y recuerdo que también lo involucraban a uno cuando llegaba algún nuevo… incluso a mí, que siempre he sido tan poco amigable.

Si Yo quedaba con alguna idea dándome vueltas en la cabeza después de una misa, golpeaba la puerta del despacho parroquial, de la sacristía, de la casa de los curas, de donde fuera que estuviera el tipo que predicó, y si Yo necesitaba hablar por horas sobre lo que pensaba el cura se sentaba horas conmigo o me refería a otro cura, cuando sus obligaciones no le permitían atenderme.

Mi experiencia en la iglesia cristiana es diferente. Cuando no estoy de acuerdo con algo, me jodí, porque el pastor no tiene tiempo.  Las pocas personas que tímidamente se acercan a mí para tratar de «aclarar mis dudas» me hacen confirmar que realmente no conocen la palabra, que están tan llenos de dudas como Yo, pero son incapaces de formular argumentos lógicos que permitan un aprendizaje dinámico, sólido y sostenible.

Esta gente cuestionan a la iglesia católica porque los fieles lo que hacen es repetir frases sin sentido, lo cual no es para nada falso, pues hay que reconocer que los católicos hemos sido poco dados a leer la biblia y poca idea tenemos de la palabra de Dios. Basta ver a Lutero, quien entró en un conflicto existencial cuando comenzó a dar clases en la universidad y por fin leyó la Biblia… Creo que eso nos pasa a todos cuando leemos la Biblia por primera vez con un sentido de unidad de la palabra. Creepy, lo sé.

Pero estos cristianos, con su moral tan alta y su tan apestosa arrogancia espiritual, asisten a una clase de teología y salen repitiendo lo que dice el teólogo/pastor. Realmente no analizan, no mastican, no digieren; simplemente guardan frases cool para parecer más o menos inteligentes ante los ojos y los oídos de los desprevenidos.

Si hay algo jodidamente creepy que aprendí en este primer semestre, es que quien crea en Jesús y acepte el evangelio debe, entre otras cosas, predicar la palabra.  Y eso puede parecer genial. ¡Estamos hablando de darle a la gente la buena noticia! ¡Es demasiado cool!

Pero resulta que para una persona con mi perfil es absolutamente impensable hablarle a otro de un tema donde tengo tantas dudas. Porque, además, resulta que si lo hago puedo arruinarle la vida a alguien, si Yo enseño mal el evangelio puedo terminar empujando a la gente a que se metan a Testigos de Jehová y ahí sí es verdad que se perdieron la salvación.

Entonces, por un lado está mi iglesia, con la que crecí y a cuyos miembros agradezco que nunca hayan dejado que me perdiera espirtualmente, pero que está mal… porque la gente no sabe por qué hace lo que hace, la gente vive según la ley y no según el evangelio; hay católicos que son más devotos a una virgen que al mismo Jesús. Ergo, por aquí estamos jodidos.

Por otro lado, hay una iglesia cristiana con un impresionante atractivo intelectual, que para mí es fundamental, porque a mí me conquistan primero por el cerebro, pero es una iglesia que tiene endiosado al pastor, al punto que la gente, quizá sin darse cuenta, habla como el tipo, repite las frases que dice el tipo y creen que el pastor es lo máximo.

A veces pienso que si Yo fuera más o menos carismática, montaría una iglesia para intelectuales. Una iglesia donde se pueda discutir realmente, aprender y aprehender la palabra de Dios, donde la gente se permita dudar deliberadamente, preguntarse en voz alta «¿y si eso no fuera así?», donde se pudieran examinar los diferentes puntos de vista con las herramientas bíblicas, historiográficas, filosóficas… ¡Donde no se condene a la gente inteligente! Donde no se acuse de arrogante a quien no entiende «porque debes ser humilde ante la palabra». Una iglesia donde se permita pensar, donde una idea se pueda analizar sin que prime la visión de una sola persona.

Pero no soy carismática, ni siquiera me gusta la gente y, lo más complicado para esta pobre pecadora, Yo no sé obedecer.  Así que el proyecto de la iglesia cristiana bibliocéntrica sólo para intelectuales, quedará en stand by mientras Yo aprendo a obedecer, aprendo a recibir la palabra de Dios como niña y veo si en el camino me empieza a dar por la humildad y la mansedumbre y termina hasta gustándome la gente.

Mientras tanto, me debatiré entre las físicas náuseas que me provoca la actitud de esas personas que tan mala publicidad le hacen a Dios y las ganas que tengo de aprender.

La Pedroza

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