NOVELA NEGRA

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Por fin había llegado el día, estuve esperando todo el mes de febrero y parte de marzo a que se confirmara la fecha. El día ya había fijado igual que el local. El conversatorio sería el 18 de  abril. Al llegar a la oficina buscaría la página web que tenía anotada en el dorso de la mano. No podía esperar para asistir, era uno de los eventos de literatura que mas gustaba a los lectores, que cómo era mi caso gustan de las novelas policiales, novelas que te dejan sin dormir por tratar de entrar en la cabeza de los escritores y saber antes que ellos mismos lo descubran quién fue él o los asesinos.

Al final, cuando son realmente buenas, llegas a  las últimas páginas y la sorpresa es mayor, era quien menos te esperabas, Luego de terminar la lectura piensas en los datos que pasaste inadvertidos, y te das cuenta que cómo lector tienes mucho que aprender.

Por eso el empeño y necesidad de asistir a estos encuentros con escritores del género, estar cerca, oírlos, describir sus “trucos” esas cosas que te hace cada vez enamorarte mas de sus libros, de sus técnicas. ¿Por qué no? De ellos mismos.

¿Quién puede confesar en la soledad de su habitación, sea del sexo que fuera, no haberse enamorado de lecturas, de personajes, de escritores? Yo no puedo! Soy en eterno enamorado del género.

Llegando a la oficina, solo unos rasantes buenos días, sin dar chance a interrupciones en mi carrera para sentarme frente al computador y hacer la reservación al encuentro con los escritores. Todo va pasando muy lentamente, creo que nunca se había encendido tan lento este dinosaurio tecnológico, en la pantalla aparece el rectángulo donde debo colocar la clave personal, la escribo, aparece un aviso que la computadora debe ser reiniciada para unas actualizaciones del sistema que podrían tardar quince minutos. !QUINCE MINUTOS! ¿En este preciso momento? ¿Seguro? Sin darme tiempo a ninguna otra reacción la pantalla se apaga. Entiendo que debo calmarme. Me levanto de mi silla para esperar QUINCE MINUTOS. Busco en mi maletín el cable del teléfono celular, lo conecto, arreglo ciertos papeles que debo atender a la brevedad, voy con mi taza en busca de café, camino lento, aprovecho para saludar con algo mas de educación matutina. Ya con café en mano vuelvo a mi escritorio, solo han pasado diez minutos, una vez más echo mano de mi maletín y tomo el periódico que gratuitamente entregan a la entrada del edificio. Noticias de deporte, noticias de política, el horóscopo. ¡Y por fin! El sonido de la computadora encendiéndose.

Todavía la dirección virtual está esperándome al dorso de la mano, la coloco y sigo las instrucciones para la inscripción y muy amablemente como si de una secretaria de carne y hueso se tratase se me informa que ha sido procesada mi solicitud y que esperan por mí en la fecha prevista. Ya puedo seguir con mis labores.

Dieciocho de abril, cinco de la tarde, plaza de Los Palos Grandes, auditorio. No pensé que a tantas personas les gustara este género, gracias a que soy una persona precavida  llegue con una hora de antelación, hay muchas personas precavidas por lo visto, pude contar no menos de cien personas que llegaron antes que yo. Abren las puertas, no hay asiento para tantos interesados, me toca quedarme de pie. Hay un asiento vacío, con un bolso a medio recostar, al preguntar, una mujer muy joven contesta con un – está ocupado- no voy a discutir, nada ni nadie me va a restar la emoción de  estar allí.

Entran los escritores, se ubican en sus asientos y un magnánimo silencio invade la sala, el asiento continúa tomado por un bolso a medio poner. Comienza la ponencia del primer escritor, no se oye respiración alguna que no sea la que transmite el micrófono. Tomo nota incómodamente de pie, al cabo de media hora llega el ocupante del asiento. Me llama poderosamente la atención el aspecto. Es un hombre de unos cincuenta años, con un casco de motorizado al brazo, no  parece ser el tipo de acompañante de la persona que mantuvo ocupado el asiento con un elegante bolso de  cuero. Pero ahí estaba poniendo el casco en el suelo sin apenas saludar a la celadora del asiento.

A los pocos minutos noto que el motorizado toma un papel y con disimulo se lo entrega a la mujer con algo escrito. Ella lo toma, busca en su bolso algo que resulta ser un bolígrafo y debajo de la escritura anterior ella escribe otra cosa, lo devuelve al motorizado, me llama poderosamente la atención aquella especie de dialogo que se estaba llevando ante mis ojos, Dos escrituras totalmente distintas, mientras una era difícilmente comprensible la segunda era impecable.

El trozo de papel iba y venía, ya casi no tenía lugar para seguir con aquella dinámica, entre ellos en ningún momento hubo intercambio de miradas o algún gesto que diera a entender que tuviesen una relación más allá que ésta escritura que se llevaba a cabo frente a mí.

No pudiendo aguantar la curiosidad y sin poder concentrarme en el tan esperado conversatorio decidí tratar de leer lo que se comunicaban. Con mucho esfuerzo, haciendo uso de mis nuevos anteojos multifocales pude leer:

–La persona lla esta al tanto solo espera la olden

–Muy bien, ¿para cuando cree que sea posible?

–Pa cuando uste mande

– ¿Y el pago? ¿Cómo y dónde se haría?

–La cantida es la misma no inpolta que sea como uste quiera, ya sabe:el cliente sinpre tiene la rason

–Pues bien, el debe llegar de viaje esta misma noche, ya hablé con él y así se espera que sea, no quisiera que llegara a casa, debe ser en el camino del aeropuerto. Y ya lo sabe, que parezca un intento de secuestro. Una vez finalizada la denuncia y los trámites ante la policía el pago se hará en efectivo en el estacionamiento del centro comercial donde fue el primer contacto.

Mientras leía aquello comencé a sudar, las manos me temblaban, traté de poner mi mente en blanco para así ser objetivo, podría ser que el tema de la novela negra me estaba afectando demasiado. Debía informar a alguien que se estaba planificando un asesinato. ¿Pero a quien?

Afuera del auditorio se encontraban unos policías municipales, hablaría con ellos antes que saliera el motorizado y la mujer, creerían que estoy loco, nadie me va a creer. Estos son los momentos que detesto haberme dejado la barba larga, no salir bien peinado y vestir tan casual, seguro que si estuviera vestido con corbata y zapatos de suela los policías no dudarían de mis palabra.

El motorizado, para nada interesado en la conversación de los escritores ni en los interesados en escucharlos tomó su casco, pasó por delante de los asistentes no sin antes encender el celular con un regeton que lo acompañaría por los escalones hacia la calle, una vez afuera caminó hacia el café, pidió algo en la barra y lo llevó a una mesa donde se encontraba una joven sentada leyendo. Evidentemente no le hizo ninguna gracia la compañía, apenas levantó los ojos del libro que tenía en las manos. Lo fulminante de la mirada lo dijo todo.

La dama de la cartera coloca nuevamente el bolso en el asiento ahora vacio. Igual no me sentaría al lado de una asesina. Sonrío y pienso: eso no se contagia. Aprovecho para preguntarme ¿qué podría estar pasando para que ésta dama contratara a un sicario para así acabar con la vida de su esposo?  No pareciera llevar una mala vida, tiene las uñas de las manos y los pies muy bien cuidadas,  el cabello también cuidado, un buen corte, viste de manera sencilla pero se la ve la calidad en cada pieza que lleva puesta.

Seguramente la maltrata, sí, eso debe ser, seguramente le pega…no, no parece el tipo de mujer que aguantaría ese tipo de trato. Seguramente ella tiene un amante y el esposo no le quiere dar el divorcio. O tal vez él quiere hacerse con la fortuna de ella, porque está mujer! tiene clase! Se le ve por encima.

Ya perdí el hilo de la conversación entre los escritores y el público, trato de ponerme al día en el tema de los personajes, cómo los tratan a la hora de darles las características que los acompañarán durante toda la narración.

De repente sin darme cuenta cuando bajo la mirada la mujer ya no está en su asiento, oigo los tacones por las escaleras, la veo alejarse del lugar, tomar un taxi y partir, El motorizado continúa en la mesa, ahora solo, la lectora se mudó a un banco en plena plaza, sigue disfrutando de su libro.

Los policías continúan dando sus vueltas de rutina, pasan entre los jóvenes que bromean con sus patinetas a los pies, entre las señoras con sus perros. Todo luce normal, mientras a un hombre lo van  a asesinar en pocas horas. Debo hacer algo, me sudan las manos, siento que no puedo respirar, no me puedo concentrar en los expositores, debo salir y hablar con los policías, no podré dormir si no lo hago.

Bajo las escaleras y me acerco a los policías, estos me oyen con cara de circunstancia, luego que termino de relatarles los hechos me sugieren que vaya a la jefatura a poner la denuncia. Mi cara debe haberles demostrado mi incredulidad en el sistema. Comienzan a hacerme una cantidad de preguntas con las que no contaba, por ejemplo: ¿Cómo vestía el motorizado? Me doy media vuelta para  señalarlo y ya había desaparecido. ¿Cómo era la mujer? ¿Cómo se llamaba el marido? ¿De dónde venía el vuelo? ¿En qué centro comercial se haría el pago?

Me di cuenta que no tenía como evitar el crimen. De qué me servía en este momento tanta novela negra, tanta intriga resuelta en todas esas líneas, cuando un motorizado y una dama acababan de planear un crimen en tan poco tiempo y sin poder hacer nada. Ni la policía ni yo.

Luego de una palmada en la espalda los policías se despidieron de mi no sin antes aconsejarme que me quedara tranquilo, que seguramente era una jugada de la imaginación,  esos son los problemas de las personas que leen, me dicen, alcance a oírlos reírse luego de alejarse caminando.

No había nada que yo pudiera hacer, lo mejor era irme a la casa, retomar la novela donde la había dejado la noche anterior, prepararme una sencilla cena y acostarme a tratar de conciliar el sueño, para el día siguiente entender que por una tontería de mi poca capacidad de abstracción había perdido la oportunidad de escuchar a personas que me iban a nutrir, en lugar de haber perdido el tiempo con un motorizado y un papel mal escrito. Ya a estas alturas dudaba de mi cordura, dudaba inclusive de lo que había leído, de lo que había interpretado.

Luego de tomar algo para poder dormir no supe cuando, lo logré. Debo haber estado muy intranquilo, al despertar la sabana estaba en el suelo. Como siempre la rutina, ducha, desayuno, vestirme y para el trabajo. En la calle veía en cada motorizado al asesino, sentía que caminaba detrás de mí, que me perseguía. Iba a terminar en loco cómo no dejara la obsesión. Hablé con mi jefe y le explique que no me encontraba bien, que trabajaría desde mi casa, que al día siguiente seguramente me sentiría mejor.

Al salir del ascensor dispuesto a tomar el autobús que me llevaría a mi casa oigo que un hombre me llama por mi nombre.

–¿Francisco Galindo?

Instintivamente respondí – Si, a su orden

–Tu sabe quien soi llo, no te me hagas el loco ahora

Sentí en ese momento que me iba a desmayar, era el motorizado del día anterior, Se me acercó y con algo frio que salía de su camisa y que colocó sobre la mía pude sentir su mal aliento muy cerca de mi cara, no se le veían bien los ojos detrás de unos lentes marca “Laiban”

Después solo él habló – kallaito papá,mira que yo no te pelo y pa mi una entrada mas a la calcel no me va aquita el guen dolmí.

Me empujó, se montó en la moto y se fue, dejándome ahí en plena plaza Venezuela sintiendo como me corría el orine por los pantalones mojándome los zapatos y dejando un hilo que corría hacia la acera.

Tomé un taxi y me fui a casa, cerré la puerta con doble tranca, las ventanas, las cortinas. Ahora si es verdad que me estaba volviendo loco, no tenía a quien contarle lo que me estaba sucediendo, paso la noche, el día, otra noche, otro día y yo encerrado en mi casa, sin comer, sin moverme del sofá, todavía con los pantalones con el orine ahora  seco, los pantalones parecían un cartón, pero no me atrevía a moverme.

Al cabo de una semana tomé el valor de moverme, ya se había acabado los restos de comida que tenía alrededor del sofá antes de encerrarme, encendí el teléfono y comenzaron a entrar los mensajes, esto me dio fuerza para tomar la decisión de incorporarme al mundo, total, ya el muerto debía estar enterrado y cómo son las cosas en este país probablemente ya nadie estaría buscando al motorizado y la viuda estaría probablemente fuera del país disfrutando la herencia o su dinero. ¡Quién sabe!

Caminé hacia el dormitorio, no recuerdo haberlo dejado en ese estado de desorden, pero igual no me iba a preocupar por eso ahora, ya lo ordenaría, ahora lo importante era darme un buen baño, afeitarme, vestirme, abrir las ventanas, comer algo y salir a ver si todavía tenía el trabajo que realmente me gustaba mucho, siempre trabajar en una agencia de publicidad era divertido.

Mientras esperaba porque se calentara el agua para ducharme  tomé el teléfono y me dispuse a escuchar los mensajes, varios de mis compañeros de trabajo preocupados por mis días de ausencia, uno de mi jefe preguntando por los trabajos de unos clientes y por lo menos cincuenta llamadas donde solo se escuchaba la respiración de una mujer. No le presté atención, ya nada me quitaría el impulso de retomar mi vida, el agua ya caliente y comienza la rutina de siempre, me vestí, al verme al espejo noté que debía pasar por la barbería, me quitaría la barba.

Camino a la cocina suena el teléfono “número desconocido”. No voy a atender, que dejen mensaje, solo pienso en que la mermelada de guayaba todavía está en buen estado. Abro la nevera y noto unos hilos rojos que vienen del congelador, al abrirlo encuentro la cabeza del motorizado, con los anteojos “Laiban” y un hueco que atravesaba  el hueso de la frente.

Ahí estaba yo, con los pantalones que hasta hace unos minutos estaban limpios, llenándose de orine al igual que las medias y los zapatos.

María Gabriela Ríos.

 

 

 

 

 

 

 

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