Duele mucho recordarla. Esa noche la vi extinguirse como una vela en medio de la oscuridad. Mostraba el cabello suelto, como una niña que acaba de comer un chocolate. Pero con esa seguridad en la mirada, esa indiscutible certeza de que en cualquier momento podría bailar sobre mi cadáver. No mostró compasión conmigo, fue una guerra justa, repleta de excesos y métodos absurdos. Recuerdo también, cierta conversación en un café poco concurrido en la ciudad, cerca del cine donde nos conocimos. Me mostré sobradamente hostil, ella me refutaba con la fragilidad de su mirada, con lágrimas en los ojos, yo no le creía, me había vuelto impermeable a sus emociones. Huyendo del cemento y de toda esta piel derrotada por la ansiedad. Ella me dijo:
– Somos muy diferentes.
– Si – replique al instante. – además, la guerra ha terminado.