En torno al saludo en la ciudad

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(2012) Por Daniel De Nóbrega

En búsqueda del reconocimiento

 

La ciudad es una forma de agrupación colectiva que solicita y expresa comportamientos y necesidades muy particulares. La metrópolis no es exclusivamente sus formas materiales, (sus edificios, calles y negocios) dentro de tales estructuras ocurren una serie de relaciones intersubjetivas propias que pueden ser de carácter público o privado. La ciudad abarca tanto la esfera privada como la pública y vivir en ella es vivir en un constante desplazamiento entre ambas, un vaivén que por su repetición ha logrado inclusive circunscribir la noción de lo público como el espacio del tránsito, el espacio del movimiento siempre hacia mas nunca hasta. Las siguientes líneas tienen como propósito una exploración al saludo dentro de la ciudad, comprendiendo a esta última como un espacio que, solicitando persistentemente el desplazamiento, plantea de igual modo el asunto del reconocimiento.

 

Como bien apuntará Georg Simmel en su ensayo “La Metrópolis y la vida mental” (1903) la ciudad coloca su estampa en la personalidad del urbanita, en forma de un proceso de constante cálculo y reserva. La cuantificación, la cual además se expresa de una manera multiforme, es la norma para vivir en la urbe; aspectos vivenciales, de orden cualitativo, por ejemplo psicológicos o emocionales, son redibujados instrumentalmente permitiendo su fácil aprehensión. La cuantificación en la metrópolis contemporánea acelera el ritmo del vivir, enfatizando las consecuencias por encima de la acción misma y el presente, desplazando el interés al más allá y al más rápido. Vivir en la ciudad supone un compromiso con un plan de vida específico que logra fijar la atención en el futuro y en lo que podrá pasar, mientras que el aquí y el ahora forman parte de una secuencia de actos y tendrán sentido para algunos paradójicamente sólo cuando ya sean pasado.

 

La metrópolis se erige como el espacio de la instrumentalidad. El urbanita es, a tono de Benjamin Franklin, el animal que hace herramientas. El homo faber encuentra en la ciudad el sitio ideal para el desarrollo de la técnica, potencia que usa tanto para la dominación de la naturaleza como para la orientación de su acción con y frente al otro. El asunto de la técnica es crucial en al medida que toda técnica supone un saber revelado (no cuestionado). Dicho de otra forma, la simple repetición irreflexiva de una manera de hacer algo puede devenir en su única manera; y en este caso la noción de completitud del saludo provoca además pasar por encima de lo que se apunta, de su intención original, reduciendo sus posibilidades. Vivir en la ciudad contemporánea implica estar frente a un bombardeo perenne, el cual persigue que el ciudadano le de una oportunidad a la tecnología creada específicamente para facilitar la vida. La formación educativa se enmarca también dentro de la intención técnica, su dominio además de facilitar la vida constituye la realización individual, no en vano cuando algunas personas responden por quienes son con lo que hacen, la técnica en la cual se han especializado.

 

El desplazamiento necesario del vivir en la ciudad conlleva al asunto de la convivencia. Nos encontramos constantemente unos frente a otros, cada cual guiado por sus intereses a mano y proyectos personales donde en algunos casos nos saludamos y en otros no. Un primer uso del saludo se enmarca en la intención por el reconocimiento. Nos saludamos unos a otros para establecer un aquí y un nosotros común, nos saludamos para trascender la hegemonía de lo visual sobre los otros sentidos, verbalmente y táctilmente. El saludo en la ciudad contemporánea toma una forma muy particular, se predican preocupaciones (inauténticas) en la creación del aquí y el ahora común. Un Hola en la metrópolis va seguido irreflexivamente de un ¿Cómo estás? el cual usualmente (de una manera también mecánica) es respondido con un bien (ya que nadie quiere de entrada enterarse que las cosas van mal). El saludo en la ciudad se solicita, supone la prueba práctica de la posesión de la educación. La cordialidad como virtud se devalúa en la metrópolis, como apuntará Nietzsche (en alusión a las palabras en “Sobre verdad y mentira”) un buenos días es como una moneda que se ha usado tanto que ha perdido su troquelado, aunque la gente está dispuesta a aceptarla.

 

A través del saludo se constituye la realidad de una manera conjunta. El saludo es una forma efectiva de salir de sí mismo, es la reafirmación de la conciencia que se encuentra situada y que logra justificar su existencia a través de y con el otro. De tal forma saludarnos expone de una doble implicación, la del reconocimiento de la otredad, y su capacidad comunicativa, y la del reconocimiento de la situación, como espacio real compartido. Dentro de la metrópolis es posible notar como si bien el saludo es la norma, el reconocimiento de fondo mencionado aquí es harto superficial. La ciudad por su propia concentración poblacional expresa la cercanía corporal  y, a la par, la creciente distancia mental entre tales. Un viaje en el metro de una ciudad es una experiencia corporalmente colectiva y cotidiana, pero la forma en que el viaje se vive (internamente) es tan insondable como el propio universo. Salir de nosotros mismos a través del saludo en la ciudad es una experiencia tanto veloz como efímera, el saludo es solo una pausa dentro del diálogo interno que llevamos durante el día.

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