La historia del amor eterno es corta, como la vida de un perro. No haces sino planear, planear, planear sobre un mismo punto idiota lo que no será posible; estas fundido como una batería de reloj. Volteas y la bombilla ya la ha cambiado otro, perdiste al primer asalto. Fuegos de artificio te esperan para bajar de una limusina blanca, todos ven de que tamaño es tu sonrisa, odian el dibujo irónico que toma tu rostro para con el resto de la humanidad. Te limpias la corbata con la desgracia de los demás, que se pudran dices, al fin me toca a mi bailar y, celebrar y, hacer trizas mi cuerpo en el cuerpo de su infinito. Una botella de vino tinto, profundo río de olvidos que en oleadas de infierno atormenta a los silenciosos, esos que están decepcionados con el billar, con la música y con las piernas de una mujer que no libera el cosmos, egoísta mujer, bella nube de humo, oro de carne y, hueso y, heridas en la mismísima punta del iceberg del corazón. Un columpio, un corazón, un columpio de esperanzas mochas piernas que llegan a la entrada pidiendo se les cumpla su último deseo: un tiro de gracia entre ceja y ceja. La historia del amor, la historia del desconocido rostro, metralla y, disculpa no era contigo; era con el perro necio que vive en mí.