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¿IDIOSINCRASIA?

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¿IDIOSINCRASIA?

En Venezuela todo el mundo se queja de la corrupción, pero ¿quién no ha tenido un compañero de clases que haga trampa en los exámenes? ¿Cuántos se han atrevido a denunciarlo? Es peor el riesgo de ser impopular a ser cómplice del corrupto. ¡Ah! Lo olvidaba, en Venezuela eso no es corrupción, es viveza criolla.

Tampoco se considera corrupción que la mamá le haga la tarea al hijito o que complete la lista de útiles escolares con los lápices, las hojas y demás recursos de la oficina. Tampoco se considera corrupción que los empleados utilicen las impresoras y fotocopiadoras del trabajo para fines personales. Menos aún que los empleados utilicen la jornada laboral para hacer sus investigaciones en Internet para sí mismo o para los hijos, porque si no es con la computadora de la oficina y en la hora de trabajo ¿en qué tiempo lo van a hacer?

Los taxis en Venezuela no usan taxímetro. Hubo una época en que se intentó implantar la obligatoriedad del uso de este aparato, pero fracasó debido a los múltiples inconvenientes generados. Los taxistas hacían trampa para cobrar más de la cuenta; los usuarios trataban de llegar a acuerdos previos con el conductor para que no activara el taxímetro y pagar menos. Entonces, se eliminó el aparato y se estableció como norma el regateo. Ni se le ocurra subir a un taxi sin antes consultar cuánto le van a cobrar, porque si no pregunta, llegado a su destino puede que tenga que dejarle los zapatos al taxista para pagarle una carrera por la que deberían cobrarle la tarifa mínima.

Eso sí, en Venezuela los corruptos y tramposos han sido los adecos, los copeyanos, los del chiripero y ahora los chavistas; es decir, todos los militantes de partidos políticos, tradicionales o no.
El venezolano promedio no es corrupto, es víctima de la corrupción y tiene que aprovechar los recursos que tiene a la mano para salir adelante. El venezolano feo es incapaz de reconocer que, en su propia escala de poder, malversa los recursos que tiene a la mano, roba, hace trampa. Ese es otro de los antivalores nacionales, los demás son los culpables de todo. Los demás, cuando existen, es para achacarles la responsabilidad de lo que ocurre en el entorno.

Fíjese en lo que ocurre en las zonas populares cuando llueve: colapsan las alcantarillas, se inundan las calles y puede llegar a ocurrir que el agua llegue a las casas y las pobres familias pierdan todo. Cuando los periodistas llegan a la zona del desastre, siempre sale una doña en bata, con unos muchachitos a medio vestir, y dice a viva voz que la culpa es de la alcaldía porque no limpiaron las alcantarillas y el agua se desbordó. Acto seguido, le exigen al gobierno que les de vivienda digna porque ellos no pueden seguir viviendo así. El momento será aprovechado para denunciar todos los problemas del barrio, la acumulación de basura, los insectos, las epidemias, etc., todo es culpa de la alcaldía.

Vale preguntarse ¿por qué levantan una casa en una zona de riesgo? La respuesta del venezolano típico es simple: porque ningún gobierno les ha dado una casa decente. Eso sí, ni en sus peores pesadillas se irían a ir a vivir en un pueblo remoto porque ellos tiene su vida, por ejemplo, en Caracas. Ahora bien ¿Por qué se taparon las alcantarillas? Regularmente es por exceso de desechos que vienen, justamente, de las casas que se inundaron. Sean pañales, bolsas de basura, colchones o electrodomésticos; si necesitan botar la basura la botan y punto, no importa que sea en la vía pública, la alcaldía tiene la responsabilidad de limpiar las calles, de recoger la basura que los vecinos arrojaron a la calle y evitar que el barrio se inunde cuando llueve.

De nuevo, cuando el venezolano tiene una necesidad los demás no existen; cuando tiene un problema, los demás comienzan a existir y son los responsables de todas sus desgracias. Para el venezolano feo la culpa siempre es de otros.

No obstante, esa no es una conducta exclusiva de los sectores populares. En la clase media ocurre exactamente lo mismo y quizá hasta peor, porque la excusa de los sectores populares es que ellos no tuvieron oportunidad de aprender a comportarse mejor; pero la clase media se supone que tuvo esas oportunidades. Digamos, por ejemplo, si un vecino se antoja de hacer una fiesta la va a hacer, no importa si los demás tienen que ir a trabajar o estudiar al día siguiente; él quiere hacer una fiesta y esa es su casa y en su casa manda él. Los demás vecinos protestarán, algunos le tocarán la puerta para pedirle que baje el volumen de la música, otros se asomarán a la ventana y le gritarán improperios que despertarán a los demás vecinos; pero seguramente, en algún momento, harán exactamente lo mismo.

El venezolano típico que vive en un edificio, asume que el hecho de pagar condominio le da derecho a ensuciar las áreas comunes y, como paga el sueldo del conserje, éste tiene que limpiar sin protestar. Si se está mudando o tiene que mover algún objeto pesado del apartamento, puede usar los ascensores a placer, aunque esto signifique que los demás vecinos se vean limitados en su derecho del uso de un bien común. Cuando se daña el ascensor, la responsabilidad es de la junta de condominio, que regularmente es calificada de incompetente. Eso sí, nadie quiere meterse en ese problema, bien sea por falta de tiempo o porque con eso no se llega a nada. El venezolano es exigente cuando se trata de los demás, pero laxo cuando se trata de su propia conducta.

Mientras tanto, el venezolano está esperando que llegue alguien y ponga orden, alguien que lo obligue a actuar según las normas de convivencia, que lo castiguen si infringe la ley. Así como un niño, quiere que las cosas mejoren mágicamente, que venga un adulto a disciplinar el jardín de infancia. En Venezuela, supuestamente, todo el mundo dice querer orden, que se termine el caos, pero saben que cuando ese alguien llegue el cambio va a ser duro, por eso el venezolano no hace nada por el cambio. En el fondo, al venezolano feo, le gusta el caos, el desorden, la guachafita.

Por eso es que el venezolano es tan feliz, por eso es que en las mediciones que se hacen sobre la felicidad en el mundo siempre los venezolanos están en el top 10, porque aunque puede expresar descontento y molestia por todo lo anteriormente descrito, en el fondo le importa un pepino. Incluso llega a justificarlo o dice, en el característico tono de indiferencia del venezolano promedio, ¿para qué se va a amargar uno? O mucho peor, el más típico, el nacional, el venezolanísimo “Así somos”. Y así es, así se vive en Venezuela, aceptando cualquier atropello o cometiéndolo, para no amargarse la vida, para ser feliz.

Si a usted se le ocurre entrar a cualquier foro de discusión donde los venezolanos escriban acerca de un tema serio, aparte de encontrarse con una cantidad aberrante de errores ortográficos, se dará cuenta rápidamente cómo los venezolanos pierden la capacidad de tomarse en serio cualquier asunto. Se propone un tema, alguien responde, otros le siguen, empiezan las palabras subidas de tono, alguien hace un chiste, cambia el tema y se perdió todo. Y, créame, con una frecuencia vergonzosa aparece la frase “así somos los venezolanos”.

Adriana Pedroza Ardila.

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