Un vapor, el Venezuela S.OS99, se estaba acercando lentamente al malecón de Puerto Cabello. Llevaba varios días en altamar. Dentro de él habían miles de personas (¿o no las habían?)
Corría la época del verano parisino, en 1929. Se estaba organizando una expedición para las islas del Caribe, planificada por Lostmemories Travelers y Cía. Por aquella época, los medios franceses no hacían mucho eco de la noticia, pues el ambiente estaba muy tenso, y la economía devastada. Sin embargo, cuando la modesta compañía colocó un cartel en las afueras de su local, la recepción fue asombrosamente positiva. Muchas personas hicieron filas, a lo largo de los días, hasta que se agotaron todos los puestos. El público era generalmente variado. Habían, desde alemanes no-nacionalistas que huían del fantasma que asolaba a Europa, desde franceses clase alta que buscaban distanciarse de los sucesos que ocurrían en la entreguerras, hasta un selecto grupo de venezolanos que habitaban en el exilo.
9 de julio, y el vapor zarpaba a altamar. Dentro de él habían franceses, alemanes, portugueses, canarios y venezolanos. Cientos (o miles, no recuerdo) dentro del barco, tenían esperanzas e intriga. Para algunos, era un reencuentro con el Caribe, para otros iba a ser tierra desconocida. Cabe destacar que el barco era muy lujoso para la época, y habían personas de todas las clases sociales conviviendo. El trasatlántico tenía planeado demorar menos de un mes, y finalizaría su recorrido en tierras venezolanas. Los pasajeros tan sólo tendrían que disfrutar de la vista al océano, pues la compañía se encargaría de todos los pormenores del viaje.
Un día, contaron algunos sobrevivientes, llegó una tormenta indescriptible. El barco, se supone, estaba preparado para ello. Pero las marolas de más de seis metros y la lluvia, fueron suficiente para causar estragos dentro de la embarcación. Un considerable porcentaje de los alimentos cayó al suelo, la energía se detuvo por unas horas. Fue desesperante para los pasajeros; pero luego amaneció y las aguas se calmaron, junto a ellas, también los ánimos.
Esto era lo primero, de una serie de cosas que sucederían después.
Los pasajeros contaban los días que faltaban para llegar al puerto.
La comida empezó a faltar después de la tormenta. ¡No importa! -decían los de la compañía- pues aún tenemos muchísima en la reserva. De este modo sacaron todo lo que quedaba, y lo pusieron a disposición del público. Las noches, eran un lujo. Habían varias agrupaciones de Jazz para deleitar la cena. Las personas seguían consumiendo en grandes cantidades, y botando las sobras, pues los días que quedaban eran pocos, y ellos tenían derecho ¡porque habían comprado el boleto!.
No hacía falta ser un experto en economía para comprender que la comida iba a escasear. Llegó el 10 de agosto, y todos quedaron anonadados. -¿Y Venezuela? ¿Donde está?- cundía esa interrogante en las personas. Estar tantos días en altamar no es fácil, y menos si el viaje tenía estipulado durar un mes.
-Desesperación, empezamos a sentir -Nos decía nuestro náufrago.
-¿Por qué?
-Nos dimos cuenta de que la compañía, no sabía muy bien en donde quedaba Venezuela. Está bien, pues. Pasamos por algunas islas del Caribe, y todo bonito, pero cuándo se supone que teníamos que llegar a tierra firme, corrieron los días… ¡Y jamás llegamos! No se veía nada en el horizonte.
Los pasajeros sintieron indignación al respecto. Habían algunos marinos en el público, y otras personas con buenas nociones náuticas que tenían las ganas -y el deber- de ayudar a la tripulación, pero ésta hacía oídos sordos a las advertencias e indicaciones. Les decía a los pasajeros que se calmaran, que ellos se encargaban de todo. Cuándo llegó la hora de la cena, tuvieron que hacer filas. El alimento era poco, y lo comenzaron a racionar. Una ola de desesperanza chocó contra el temple naviero.
Las condiciones de vida se precarizaron, la adaptabilidad de los pasajeros contribuyó a ello. En otras embarcaciones habrían habido motines, y hubieran regresado a Francia o atracarían en la isla más cercana. Sin embargo todavía eran muchos, quienes creían en la compañía. Los pocos que tenían el valor para rebelarse, eran reducidos por la mayoría y los ataban a algún poste para que desistiera de sus impulsos; o sencillamente los tiraban por la borda como si fueran míseros polizones.
-¡Pero si yo pagué por este boleto! ¿Por qué me van a tirar? -exclamaban algunos, mientras sus cuerpos caían al mar… y morían en algún lugar del Caribe, o del Atlántico.
Algunos vieron la posibilidad de escapar. De vez en cuándo divisaban otro barco en las lontananzas, y desesperados, se lanzaban a nadar hacía él. Aunque algunos perecieran en el camino, aunque algunas familias quedaran rotas, aunque algunos los lograran.
-¡Si no te gusta las cosas en este barco! Pues te largas. ¡El mar y el océano es bien grande!- gritaban algunos pasajeros pro-compañía, a aquellos quienes se querían ir.
-¡Mira, compañero! Vamos mal. Tuvimos que haber llegado a Venezuela hace meses… ¡Hace meses! ¡Estos tipos no saben a donde nos llevan! ¿Y Venezuela donde está?
-¡Eso es mentira!- le replicaban. Conservaban la esperanza de que algún día llegarían, pero no había caso, no se podía dialogar con ellos.
Esta noticia fue sonada por los medios internacionales, y algunas naciones pusieron a disposición pequeñas embarcaciones para rescatar a quienes querían salvarse.
Un día, se divisaron pequeños barcos que se acercaban con rapidez al barco. Muchos gritaron de alegría ¡Se salvarían! pero la compañía no estaba tan contenta con este hecho. Así que dieron vuelta al timón y cambiaron su orientación. La gran embarcación chocó con algún iceberg, y mientras se hundían, algunas personas saltaron hacia los barcos que venían a rescatarlos. ¡Mucha euforia enardecía el ambiente! Habían otros cuantos que querían salvarse, pero estaban atados al barco. Quienes aún creían en la compañía, que eran bastantes, insultaban a quienes decidían saltar.
-¡Traidores! ¡Vayanse! ¡Huyan! ¡Este barco no necesita a personas como ustedes!
Estos, mientras se alejaban en las pequeñas embarcaciones, observaban con estupor y tristeza la situación que estaban viviendo.
Algunos dejaron a sus familias allí, y se sintieron egoístas; otros se alegraron por salvarse; pero la mayoría sintió pena por ver esa cantidad de personas que amaban a esa compañía, y aún hundiéndose, aún muriendo, creían que en algún momento irían a llegar con ellos a Venezuela.
*Nuestro náufrago sobreviviente se acongojó relatando estos sucesos. Se levantó de la silla, y dimos por terminada esta entrevista.
PD: Dicen que el fantasma del barco a veces se acerca a las costas de Venezuela, pero esto no es más que un espejismo. El barco jamás llegó a Venezuela, y Venezuela jamás fue encontrada por ellos.