El reconocimiento y el respeto de los derechos civiles de todas las personas, sin excepción, debe ser un compromiso colectivo. Nadie debe ser discriminado por su sexo, raza o religión, es la única manera en la que puede existir una sociedad más libre y justa. Pero Caitlyn Jenner no es una mujer. Decir que es una mujer, o más aún, creer que es una mujer, implica aceptar que el género de un ser humano se define exclusivamente por la elección que una persona, dentro de un contexto sociocultural determinado, realiza apoyándose en su sentimiento de identificación.
Si seguimos esta lógica, derivada de las teorías expuestas por Judith Butler y otros representantes del constructivismo social, la realidad objetiva se convierte en una especie de zona en reclamación. Es el sujeto quien construye los “hechos”, pues nuestro lenguaje ya no solo describe la realidad e informa nuestra percepción de ella, sino que la crea. La cultura hace al mundo, no existe una verdad objetiva que sea independiente de nuestras opiniones.
Hay que tomarse un momento para reflexionar sobre las implicaciones de estos razonamientos. Nos veríamos obligados a aceptar que todo aquello que existe independientemente de nosotros, de lo que creemos y percibimos, es una construcción social y cultural que tiene validez dentro de aquellos grupos que lo consideran real o verdadero.
En este escenario, el sistema solar es real en cuanto hay una civilización que lo considera verdadero, pero su postulación no refuta ni invalida otras visiones cósmicas que creen en la existencia de algo completamente diferente. De la misma manera, tampoco es posible concluir que Ramses II murió de tuberculosis porque en esa época el bacilo todavía no se había descubierto. Pero podríamos afirmar que Principia Mathematica de Newton es tanto un libro científico como un manual de violación porque sus razonamientos se sostienen sobre la metáfora de que la naturaleza es una mujer.
¿Les parecen absurdas estas ideas? Pues son postulados defendidos por algunas corrientes posmodernas pertenecientes a la izquierda académica. Sin embargo lo que preocupa no es su irracionalidad, sino los peligros que engendran. No hay que hacer mucho esfuerzo para imaginar los totalitarismos que podrían construirse siguiendo la lógica del individuo como creador del mundo, el horror que podría resultar de entregarle el poder al sujeto para transformar la realidad de acuerdo a su voluntad. Porque no importa si es posible, es suficiente con que crea que lo es y exija su reconocimiento.
Desde esta posición Rachel Dolezal pudo presentarse al mundo como una mujer negra, porque se identificaba con la “experiencia negra” y se sentía como una mujer negra. El hecho de que sus padres sean blancos, que en su familia no haya ascendencia africana directa, o que en su crecimiento y desarrollo no viviera la “experiencia negra”, es considerado algo secundario. Porque en el relativismo todo es válido y equivalente. Lo único que importa, y lo que en última instancia define la realidad, es la identificación y el sentimiento. Si ella se identifica como una mujer afroamericana, debe ser reconocida como tal.
Desde esta posición Caitlyn Jenner puede afirmar que representa “la nueva normalidad”, que es una mujer y que una operación acompañada de un tratamiento hormonal son suficientes para convertirla en lo que siente que es. Sería interesante ver una refutación de décadas de investigaciones científicas que demuestran las diferencias biológicas en el ADN, los cromosomas, la estructura muscular, la densidad ósea, y un largo etcétera, entre mujeres y hombres. Atributos que, al menos con la tecnología médica de la que disponemos actualmente, no pueden revertirse por completo. A pesar de la evidencia, se han creado términos como “sexo asignado al nacer” para referirse al género biológico de una persona. Dando a entender que el género no es un hecho objetivo sino algo que ha sido asignado. ¿Asignado por quién? Por la cultura, por la sociedad.
Pero mientras estos movimientos generan sus matrices de opinión a través de los medios, la realidad comienza a demostrar el profundo impacto que produce no reconocer nuestras diferencias, que tienen una existencia objetiva e independiente de nuestras opiniones y deseos. Fallon Fox, una atleta transgénero que compite profesionalmente en artes marciales mixtas, recientemente generó un encendido debate después de fracturar la cavidad ocular de su contrincante en una pelea. Tamikka Brents, la oponente de Fox, declaró: “He peleado con muchas mujeres y nunca había sentido la fuerza que sentí en una pelea aquella noche. No puedo responder si es porque nació como hombre, porque no soy médico. Solo puedo decir que nunca me había sentido tan superada en mi vida, y yo soy una mujer anormalmente fuerte.”
Fox se apoya en estudios de profesionales médicos que realizan operaciones de cambio de sexo para asegurar que no tiene ninguna ventaja como transgénero, y que en todo caso podría estar en desventaja por sus bajos niveles de testosterona (esto también podría ser problemático). Pero los informes disponibles están lejos de ser concluyentes, incluso el reporte médico que el Comité Olímpico utilizó como apoyo para aceptar la participación de atletas transgénero en categorías femeninas señala que no hay evidencia suficiente para determinar de forma definitiva si existe alguna ventaja (o desventaja), ni las consecuencias fisiológicas/psicológicas que la intervención y el tratamiento podrían tener sobre las atletas.
El hecho de que existan dudas razonables sobre la igualdad física y biológica entre una mujer y una persona transgénero debería ser suficiente para investigar el tema a fondo, sin sesgos ni pasiones, antes de declarar universalmente que son exactamente lo mismo. No es una cuestión de rechazo o discriminación, sino de seguridad, protección y reconocimiento de la realidad objetiva. La ciencia aun no ha sido capaz de determinar la línea biológica que distingue a los hombres de las mujeres, ni siquiera entendemos la importancia que hormonas como la testosterona tienen en el desempeño físico. Sin embargo Fox peleó durante años con otras mujeres sin informar que era transgénero, y aunque ha sido demostrado que esto podría haber arriesgado la seguridad y la integridad física de sus contrincantes, muchos apoyaron a Fox afirmando que es una decisión personal informarlo.
Lo más preocupante es que como cultura no estemos dispuestos a analizar y discutir estos temas con la seriedad que merecen por miedo a expresar ideas que, en esta época de corrección política exacerbada, podrían resultar ofensivas y discriminatorias aunque no lo sean.
Se ha repetido una y otra vez que la identidad de género o de raza es una decisión exclusivamente personal, y que cada quien tiene el derecho de ser lo que siente y exigir reconocimiento como tal. Casos como el de Fox y Dolezal demuestran que estas decisiones pueden tener consecuencias colectivas que no somos capaces de anticipar.
Cuando asuntos tan complejos son reducidos a titulares, a tendencias y experimentos en redes sociales los riesgos aumentan exponencialmente. Cuando un reality show pretende convertirse en el parámetro a través del cual decidimos lo que es normal, resulta necesario cuestionar los estándares y valores que queremos adoptar y defender como cultura. Porque lo que está en juego no es solo el reconocimiento que Caitlyn Jenner y Fallon Fox exigen, sino una manera de interpretar la realidad.
Analizar la nociva influencia que la izquierda marxista y el conservadurismo religioso han tenido sobre la forma en que pensamos acerca de las causas sociales superan los límites de este espacio. Pero vale la pena mencionar que detrás de todo esto hay agendas políticas y esferas de poder que se enfrentan utilizando a las masas para imponerse. Son el escándalo, el resentimiento y la ideología, no la razón ni la compasión, los que suelen convertir a las mayorías en tiranías. Tiranías del tweet y del like para las que el asunto no es la verdad o la justicia sino que el mundo sea lo que ellas quieren.
Nota: No comparto este video a modo de burla o provocación, pero nadie en la cultura pop ha explicado con tanta agudeza y sencillez la complejidad de los temas relacionados con la identidad y el reconocimiento.