El título podría invitar a pensar que se trata de una trilogía amorosa típica de telenovela latinoamericana, pero para un aficionado a ciertos temas históricos en particular por aquellos protagonizados por personajes que a mi juicio son poco valorados o recordados solo por sus egos inflados. En este caso se trata de 3 personajes con peso propio y que ocuparon uno de los episodios más apasionantes de la historia de México cargada de pasión y muerte. Prescindimos de las fechas para no agobiar al amable y paciente lector.
Benito Juárez, era Presidente de México tratando de ejercer su cargo desde algún lugar del Norte de México. Por un lado mas allá del norte, mas allá del Rio Grande una cruel guerra de Secesión entre el Norte industrial, austero, transformador y el Sur esclavista, de agricultura extensiva y mujeres cubiertas de encaje, sedas y armadores. Hacia el Sur de su ubicación acosado por una guerra interna azuzada por la invasión de tres potencias extranjeras que pretendían el cobro a la Republica Mexicana de deudas vencidas. Las potencias en disputa eran Inglaterra en pleno esplendor de la época victoriana, cuya reina estaba a punto de ser coronada como Emperatriz de la India, España, al contrario de Inglaterra en el ocaso de poder imperial y a por perder a las islas de Cuba y Filipinas, los últimos bastiones del mismo y Francia gobernada entonces por un personaje empeñado en devolverle a su ¨país¨ (El entrecomillado viene porque al llegar a la Jefatura del Estado francés había vivido más entre Suiza e Inglaterra y sus detractores franceses le criticaban el acento alemán con que hablaba el idioma) el brillo del dominio napoleónico. En este empeño llevo tropas francesas a Indochina, a Crimea y compró la idea que le fue vendida por los conservadores mexicanos quienes acariciando su robusto ego le hicieron ver que al sur de los Estados Unidos había un imperio por construir bajo su influencia, cayendo la semilla en tierra fértil acto seguido empezó a crecer la planta y con ella el plan que empezaría con ofrecerle el trabajo a alguien dispuesto a aceptarlo y que cumpliera con el perfil, a saber: Miembro de una Casa Real europea, joven y casado. Estas últimas 2 condiciones indispensables pues era necesario asegurar la supervivencia de la naciente y flamante Casa Real y lo encontraron: Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota. Maximiliano además de cumplir con los requisitos tenía una ventaja adicional que era su formación castrense y como cosa rara en personas de su estirpe tenía ideas liberales. Ante tamaña oferta preguntaba insistentemente a los aduladores provenientes de América si había ambiente político propicio para la instauración de una monarquía en territorio mexicano a lo que ellos respondían afirmativamente, tras lo cual embarcó en pos de su Imperio. Trató de dirigir las tropas que los conservadores pusieron a su disposición pero la fortuna le fue adversa.
Carlota (quien merece un capítulo aparte) hija nada menos y nada mas de Leopoldo de Sajonia-Coburgo Rey de Bélgica, fundador de la dinastía que hasta los días actuales rige la Jefatura de Estado de ese país, quien fue el principal asesor de la ilustre Reina Victoria durante los primeros años de su mandato hasta que se casó con Alberto Sajonia-Coburgo convirtiéndose este último en una influencia decisiva en los años por venir y mas allá de su prematura muerte en la sociedad británica de la época. Leopoldo era tío de Alberto y de no haber sido por la muerte de su primera esposa, Carlota de Gran Bretaña heredera en primera línea del trono inglés por ser hija del rey Jorge IV en pleno parto de su primer hijo habría sido el Principe consorte de la Reina de Inglaterra. Carlota (quien recibe este nombre en homenaje a la primera esposa de su padre) ante la inminencia del fracaso militar de Maximiliano embarca a Europa en busca de apoyo de las Casas Reales con los que creía tener relaciones solidas e influencia para la aventura conservadora mexicana. Ya España e Inglaterra habían abandonado el territorio que trataron infructuosamente de ocupar motivados además por la idea de que su causa servía mas a los intereses megalomanìacos de Luis Carlos Napoleón Bonaparte que a los de particulares con base en sus respectivos países, esto llevo al fracaso de las diligencias de la distinguida dama, incluso el principal promotor de la expedición la recibió de muy mala manera presionado mas por la voluntad de su esposa Eugenia que por convicción propia de la conveniencia a sus intereses, pues ya estaba enterado de la seguidilla de derrotas del Ejército Imperial y de la victoria del Norte industrial sediento de mano de obra sobre el Sur cuya actividad económica estaba basada en la mano de obra esclavizada en la Guerra Civil de los Estados Unidos y con ella se diluía la esperanza del Emperador francés de tener una influencia directa mas allá de los mares y añadirle una ramificación al lustroso imperio que intentaba construir. Lo que si era para Napoleón III de imperiosa necesidad era abandonar a la brevedad la expedición mexicana pues una de las primeras medidas del gobierno de la Unión Americana fue poner en vigencia la Doctrina Monroe que establecía la necesidad de expulsar del continente cualquier vestigio de dominación imperial europea recurriendo si fuere necesario a la fuerza militar. Doña Carlota luego de haber asumido una misión superior a sus fuerzas, sin posibilidades reales de alcanzar sus objetivos dado el entorno internacional poco favorable a su causa presa del desespero termina perdiendo la razón y jamás volvió a encontrarse con su marido. Maximiliano es asediado, aprehendido por las tropas republicanas de Juárez en Querétaro con 2 de sus más leales generales, juzgado sumariamente y condenado a morir frente a un pelotón de fusilamiento. Tal condena se llevo a cabo sin miramiento alguno y sin que le temblara el pulso a pesar de las presiones que intentaron ejercer sobre el noble oaxaqueño ciertas potencias europeas para que atenuara la pena o indultara al linajudo caballero. Don Benito Juárez, a quien la historia con sobrada razón lo ha tratado como ejemplo de liderazgo responsable, maduro y ponderado en esta ocasión fue implacable. Sería material para un monólogo atormentado todas las cavilaciones que pudieron haber pasado por la mente de Juárez al momento de tomar la dura decisión. Tal vez violando los códigos creativos sugeridos de algún laureado escritor contemporáneo que establecen la imposibilidad de narrar en tercera persona las reflexiones de un personaje pues serian meramente especulativas, Benito Juárez quiso hacer un acto ejemplarizante con la intención de disuadir a algún futuro aspirante sobre las consecuencias que correría de intentar usurpar el poder y la gravedad de las acciones emprendidas por dignatarios europeos con la única y malsana intención de saciar su apetito de gloria