La música ocupa dentro de la contemporaneidad tanto una actividad que se realiza constantemente como un sitio muy particular. Las siguientes líneas pretenden constituirse en una invitación a la música desde tal dualidad, como un espejo de su propia cualidad multidimensional.
Toda la música como expresión sonora ocupa un tiempo determinado, pero ese tiempo no se vive unívocamente y en este sentido, la música ilustra perfectamente las profundidades posibles dentro de la experiencia con y frente a las obras de arte. Desde la categoría tiempo es factible establecer otra dualidad, tenemos por un lado el tiempo exterior, el cual se encuentra en sintonía con el tiempo común y compartido (el de su reloj de muñequera) y por el otro, el tiempo interior. El tiempo interior es la forma en que cada cual vive la experiencia musical. Imagine usted, estimado lector, como a veces esperar una hora puede convertirse en una eternidad, mientras si esa misma espera, es acompañada de una selección musical adecuada, el tiempo se puede ir volando. Tal propiedad (de encantamiento dirán algunos poetas) de la música permite su realización constante como hábito: Tiene la capacidad de reducir la pesadez de la vida moderna, esa vida donde muchos se repiten constantemente unos a otros el tiempo es oro.
La música posee la capacidad de acelerar situaciones indeseables, facilitando el desplazamiento por espacios hostiles externos (tráfico o el propio trabajo para algunos) así como internos, logrando acallar problemáticas de cariz psicológicas donde a veces necesitamos inclusive olvidarnos de nosotros mismos. La música es un sitio donde podemos habitar, donde no sólo se realiza una actividad de una forma rutinaria o mecánica, sino donde también existe la posibilidad de transformar la realidad compartida, bien sea en una separada de los demás, o en sitio de encuentro con los otros. En este sentido, usamos la música bidireccionalmente; nos acompaña rutinariamente como impulso para realizar algunas actividades individuales que tomamos usualmente como medios y no fines (por ejemplo, trotar o estudiar) y asimismo nos acompaña y funciona como un punto de encuentro social: un sitio con una selección musical buena puede atraernos mientras que una mala nos aleja inmediatamente; una persona con un gusto musical afín puede atraernos así como con un gusto musical distinto alejarnos.
La música pasa a reafirmarse como hábito en la medida en que permite, por su propia facultad transformativa, constituirse en una ventana efectiva a la imaginación. Logra darle color a las grises estructuras de la ciudad, donde cada vez es más común ver a sus ciudadanos (sin importar edad, estrato socioeconómico o raza) dentro de su propio mundo, acompañado por audífonos desplazándose por la hostil y mecánica vida moderna.
Finalmente, retomando la cualidad multidimensional de la música es preciso tener siempre presente una propiedad que permite su constante realización como hábito, a saber, la propia infinitud musical. Como bien se mencionó anteriormente la música posee dos tiempos. Desde esa noción del tiempo, superficialmente pudiéramos decir que cualquier canción por su extensión limitada (en ese plano) siempre dice lo mismo y se encuentra además dentro de la categoría de la completitud. Pero la canción está completa así como además incompleta: siempre se recrea. A diferencia de otras formas de arte (las plásticas por ejemplo) la música necesita constante movimiento para existir. Cada movimiento (o reproducción dentro del lenguaje musical) es único e invita a una recreación que logra llevar a quien la escucha a un estado de inmediato bienestar. No en vano la palabra que se usa en inglés para reproducir la música es play, una palabra que nos invita a divertirnos en un juego familiar pero que siempre puede arrojar resultados diferentes. Una escucha a una misma canción hoy puede evocar recuerdos de un sitio, una relación o una querencia mientras que en 10 años la misma canción puede evocar otras cosas, inclusive sitios, relaciones o querencias opuestas a la primera evocación.