Súbele el volumen
La insistencia por llevar una vida recta es, sin lugar a dudas, una de las máximas de la vida moderna. La recta constituye la traducción gráfica y asible del progreso, apunta y, a modo de camino, dirige la vida de quien en su ansia por ser no le queda otra opción que negar ante todo su primigenio estar. La vida recta sin embargo, no es un asunto de reflexión exclusivamente ética o ideológica. Las siguientes líneas pretenden explorar un sitio cotidiano donde esta cruel noción se inserta, en la exigencia cada día más afincada por reducir y alisar el rulo, en llevar la vida recta dentro y fuera de la cabeza.
Un primer punto de partida para reflexionar sobre el rulo se puede encontrar en lo que puede ocultar. Por su propia forma circular, el rulo en apariencia expresa una longitud que, al entrar en juego la humedad por ejemplo, puede ampliar su dimensión. La circularidad en este sentido expresa infinitud, una infinitud análoga a la música, donde la redonda es su forma primordial. La musicalidad de los rizos se puede percibir con mayor claridad con algunas expresiones cotidianas que los sitúan en dimensiones más allá de las estéticas, siendo volumen una buena ilustración. El rulo deviene desde esta perspectiva en potencia, ocupa el espacio de una manera muy particular, a modo de tiempo, análogo a la experiencia musical. La propia expresión volumen cuando se presenta a modo peyorativo permite avistar inclusive otra forma musical del rulo cuando, en el imaginario común, se asocia la misma a la pérdida de claridad. Los rulos necesitan controlar su volumen, se escucha y se lee en cremas para peinar. Podría decirse que los rulos se expresan como distorsión pero a modo de una amplificación particular, un sinfín de posibilidades ocultas y mundos musicales por descubrir.
La negación del rulo en Sudamérica ilustra como la vida tropical es un vaivén al son de las contradicciones de una modernidad que presenta posibilidades para ser pero que en su elección niegan nuestro efectivo estar. No es posible negar como el mestizaje y lo híbrido son características propias del sentir latinoamericano. El mestizaje para el suramericano es una herencia imputada, la integración del nuevo mundo al viejo mundo trajo consigo la mezcla/combinación de modos rectos de vivir el mundo y otros modos curvos y profanos, algunos de estas formas lograron inclusive traducirse en expresiones indefectibles de cualidades conductuales. El rulo representó (y aún representa lamentablemente) en su forma más primigenia (afro) lo bárbaro mientras que el cabello liso se asocia a lo civilizado. Sudamérica deviene entonces en ese lugar donde se conjuga la posibilidad de ser alguien, entendido esto como sinónimo de la civilización, el presente estar y el rulo como manifestación de lo incivilizado, de lo que es necesario salir y superar. Lo híbrido como una apertura al mundo permite este constante y cruel desdoblamiento. La crueldad se puede percibir en la propia jerarquía en torno al rulo y quien lo usa: mientras es civilizado unos bucles en una boda es bárbaro un afro en una entrevista de trabajo para optar por un cargo ejecutivo.
El rulo es una forma efectiva de decir aquí estoy. La solicitud constante a su reducción es una forma de pretender desaparecer la dinámica natural de la frondosidad, es pretender falsas llanuras sobre selvas y bosques tupidos, lagunas artificiales sobre olas y mares enfurecidos. La frondosidad del rulo intimida en la medida que expresa una suerte de reino de difícil acceso, así como un discurso (musical) en pleno movimiento. Un cabello frondoso puede constituirse en una enredadera, siendo su reducción una forma subliminal de sumisión a través de la tranquilidad que pretende expresar la línea recta del cabello liso, no la curva y el volumen que se encuentran en los rulos. La búsqueda de la tranquilidad y la claridad se traducen de tal manera en el silencio y el vacío, la frondosidad intimida al enfrentar a muchos a una música que ya está sonando, que existe en sí misma sin ninguna intervención humana necesaria.