Un trozo de queso seco con cabellos negros largos pegados alrededor, sobre una bandeja de plástico rojo. Una cabeza de maniquí atravesado por una barra por el cráneo que va a dar sobre un monociclo. Un cubo de acrílico transparente y dentro una canica.
No, no son objetos dejados al azar en un ático, es la exposición de arte en una galería de la localidad.
Debo admitirlo, no entiendo el arte contemporáneo. Unos tipos gritando una frase repetidamente, convulsionando como por un ataque de epilepsia, con sacos y corbatas, bajo luces cenitales, y que eso se llame «arte accional», no sé, realmente no sé.
Espero que me perdonen esos chicos delgados, barbudos, con lentes de pasta, y aretes gruesos en las orejas, que frecuentan las inauguraciones de arte (y recitales de poesía, pero ese es otro tema), y las chicas que parecen salidas de un video de música indie. Lo siento, pero algo me dice Renoir, por ahí va los tiros con Van Gogh, con o sin oreja, pero cuando ya Duchamp y su urinario, ahí sí que me quedo perplejo.
¿Qué será? ¿Insensibilidad? O debo admitir que soy bruto para el tema. No sé, que los chicos barbudos y las chicas indie se queden viendo tanto una instalación, es porque algo les dice, y yo no veo, ¿no? Quizá la brecha generacional, quién sabe.
Ah, porque si luego trato de entender mejor leyendo los trípticos de la exposición, a ver si la visión de alguien que sabe más que yo de qué va el asunto, me da luces de qué carrizo estoy viendo; pero no, lo que escribe es más incomprensible aún.
Espero que algún lector se identifique con mi incapacidad de entender el arte contemporáneo, y si es posible, que me lo explique con manzanitas.