Venezuela es un país de contradicciones deliciosas, un terruño cuyo desayuno es declarado «el mejor del mundo» mientras sus ciudadanos no consiguen la Harina PAN para prepararlo. Sin embargo, dentro del mar de complejos y tonterías con las cuales el venezolano trata de construirse una identidad post «social-whatever del siglo XXI», existe un concepto que rebasa los límites del pensamiento. Es el oxímoron de «intelectual chavista».
La figura del «intelectual» aparece a finales del siglo XIX en la pluma del «J’accuse» de Emile Zola. El pensador francés implantó la idea del sabio capaz de ver a través del discurso de las masas para dar con la verdad. Yendo a contracorriente y oponiéndose al antisemitismo latente en la sociedad gala, Zola creó un mito: la verdad se conoce a través del estudio y la reflexión.
Mucha agua ha corrido debajo del puente desde Zola y, postmodernité oblige, hoy en día la figura del intelectual se encuentra más devaluada que el Bolívar Fuerte. Durante el siglo XX hemos visto intelectuales apoyar a Stalin, Mao y Pol Pot; aplaudir a Fidel y a Mugabe, e incluso justificar la guerra en Irak. Sin embargo, el poder de los intelectuales sigue intacto: para muestra, basta leer las declaraciones del francés Bernard-Henri Lévy, quien se vanagloria explicando cómo convenció a Nicolás Sarkozy de invadir Libia.
Por supuesto que en Venezuela no tenemos un BHL, como llaman al filósofo dandy francés. Como todo lo que llega al país, contamos es con una versión choronga y devaluada de intelectual, los restos y las sobras exportadas por los países desarrollados. En Venezuela, las ideas las escondemos en contenedores en algún puerto hasta que se pudren. Después las reciclamos, les ponemos una etiqueta y se las vendemos a la gente.
Es por esto que el «intelectual» venezolano es antinómico: en vez de oponerse al poder, nuestro intelectual, versión reaguetonera y tropical, se acurruca en él. ¿No es verdad, Luis Britto García?
La noción misma de «intelectual» presupone un cuestionamiento de la doxa. Los «intelectuales» son útiles en la sociedad porque abren el debate, proponen lecturas alternativas y nos muestran alternativas.
Que nos guste o no, que estemos de acuerdo o no, los «intelectuales» del siglo XX se arriesgaban en apostar por el caballo perdedor. Correctos o equivocados, lo importante es la postura que se asume ante el mundo.
De esta manera, llegamos al concepto de «intelectual chavista», una especie de feminista que usa burqua. Ahora bien, una aclaratoria: no digo que los «intelectuales» de la oposición sean mejores. El «pensamiento» de la oposición lo enarbola una versión criolla de los Village People: un chef, un comediante y un experto en hacer estadísticas y censos, explicando que Venezuela es un país maravilloso y que su gente siempre sonríe. Es una vergüenza, pero una vergüenza benigna que sólo masacra filet mignons y tablas excel, en vez de estudiantes y políticos.
Lo que me lleva a escribir esto es la columna más reciente del insigne «intelectual chavista» Roland Denis: «Adiós al chavismo«. No comentaré la contradicción mayor, el portal mismo, «Aporrea». Aporrea es la demonstración suprema de todas las contradicciones y disparates del chavismo: una «Asamblea POPULAR revolucionaria», donde… ¡No se permiten los comentarios a las entradas!
Pero lo que molesta de gente como Denis o Nicmer Evans es el aura de sabiduría que le endilgan los chavistas. No pongo en duda sus calificaciones y sus estudios; estoy seguro de que ambos son personas que manejan un bagaje bibliográfico consecuente.
Sin embargo, leer libros no es condición suficiente para ser intelectual. Ser «intelectual» -repito, ateniéndonos a Zola, etc.-, implica una lectura alternativa, incluso a contracorriente. Así, decir que la gente está desencantada con el chavismo… ¡en el 2015!, no es exactamente esclarecedor. Gracias, Roland, pero ya tengo mi sociólogo chimbo para eso.
Estos «intelectuales» deben ser llamados por su nombre: son sofistas. Forman parte de aquella escuela que se vale del lenguaje, pura forma, nada de contenido, para esconder la realidad.
Por ejemplo, si usted quiere decir algo como, «hay perros en la calle», Roland Denis y Nicmer Evans lo redactarán como «hay canes en la rúa», y pasaran por genios.
Así, los «intelectuales chavistas» nos explican que la lluvia moja, que todos los cuerpos ocupan un espacio y que la nieve es blanca. Pleonasmo sobre pleonasmo, tautología sobre tautología y banalidades obvias: el todo enmarcado en palabras de prefijos griegos para parecer inteligentes.
El daño que hacen estos «intelectuales» no debe desestimarse. Hay gente seria en Venezuela, gente que tiene décadas denunciando y advirtiendo sobre las consecuencias de las nefastas políticas del gobierno. Sin embargo, personas como Denis, Evans y un puñado más, son utilizadas como escudo de defensa ante las denuncias, para neutralizar la realidad. Así, Nicmer Evans descubre lo arbitrario del CNE y lo antiddemocrático de la institución, diez años después que ONGs y analistas serios vienen sonando la alarma. ¿Dónde estaban ellos cuando Chávez llenó la Corte Suprema de teruferarios en el 2006? Estaban hablando de «la gran democracia participativa».
Esta gente siempre ha estado del lado del poder, no del lado de los oprimidos. Estos «intelectuales» dejaron de defender a las minorías en 1998. A veces con textos timoratos y tímdidos, de «yo si dije algo», pero, dónde estaban ellos cuando: Chávez asaltó al banco como El Prieto y saqueó el FONDEN (2004); Chávez metió presa a Afiuni por televisión (2009); el gobierno cambió los circuitos electorales (2009) y una larga lista de etcéteras, estaban del lado del poder.
Ahora viene Roland Denis con lágrimas de cocodrilo a explicarnos que el pueblo se desencantó del chavismo. Es decir, después de coadyuvar a que los electores de Petare perdieran sus votos con los nuevos circuitos, después de lanzar una denuncia tímida sobre PUDREVAL y jamás decir nada sobre la gente injustamente presa; ahora resulta que Denis se ha dado cuenta de que el pueblo se siente traicionado… Por él y los suyos.
Este es, entonces, el «intelectual chavista»: un ser que, en vez de tomar la postura peligrosa y arriesgada de Zola en el caso Dreyfus, nos explicará, tal vez en el 2018, que meter presa a Afiuni ilegalmente y violarla en la carcel haya sido, de pronto y quién sabe, puede ser, hay que reflexionar sobre ello; una mala idea.