¿Es Malala, la ganadora del premio Nobel de la Paz(2014), una marioneta de un padre dominante, a su vez instrumentalizado por los grandes lobbys de Occidente para apuntalar sus campañas coloniales en el tercer mundo islámico?
El director Davis Guggenheim(«La Verdad Inconveniente») responde a la pregunta central de su nueva película de no ficción, adentrándose en el núcleo de la familia de la protagonista, a quien somete a un interrogatorio serio y riguroso, para despejar las dudas alrededor del nacimiento y el ascenso meteórico de la joven figura, víctima de un atentado terrorista y resucitada de milagro, quedando paralizado la mitad de su rostro y perdiendo la posibilidad de escuchar por un oído el resto de su vida.
Los talibanes quisieron matarla por ir a clase y defender su derecho a la educación.
En Pakistán, desde la llegada de los fundamentalistas musulmanes, demolieron escuelas, prohibieron a las mujeres recibir instrucción académica y sometieron a la población a un estado de sitio, donde cualquier disidente corre el riesgo de ser asesinado.
Por ello, pesa sobre Malala una amenaza de pena de muerte, decretada por los extremistas radicados en su país.
A raíz del ataque, del intento de homicidio, la chica se ve obligada a mudarse a Inglaterra, se convierte un ícono mundial y consigue obtener el máximo reconocimiento concedido por el instituto de Oslo(Noruega).
El filme llega a la cartelera en un momento oportuno, cuando se recrudece la polarización internacional, bajo la bandera reduccionista del choque de civilizaciones.
La película desmonta sofismas de lado y lado. En la voz y el comportamiento de Malala incorpora una visión humanista, progresista y moderna de la religión definida por el Corán.
No mete en el mismo saco a los miembros de cada bando en pugna. Expone la barbarie y el absurdo conservadurismo de los fanáticos de Al Quaeda. Reivindica a los humildes creyentes acosados por el odio, la violencia y la intolerancia.
La cinta muestra las dos caras de la moneda de las grandes potencias. Celebra sus valores democráticos. Cuestiona el belicismo del complejo militar industrial.
En un pasaje del largometraje, Malala le dice a Obama: «los bombardeos con drones no resuelven el problema de fondo».
De a poco, nos identificamos con el personaje, comprendemos la autenticidad de su discurso y la asumimos como una semilla germinada por el afecto de un progenitor hacia la idea de impartir conocimiento, como una forma de liberación de las mentes oprimidas por la dictadura del atraso, la ignorancia, la alienación.
La recomendamos por su sello feminista de generación de relevo. Bien ilustrada por viñetas de animación e imágenes de archivo.
Política y socialmente responsable en el mejor sentido. Le dará de comer a los trolls y a los haters de la izquierda primitiva, ya dispuesta a tacharla de manipuladora, tramposa y condescendiente.
Para terminar, rescatamos tres frases de Malala:
«Algunos niños no quieren consolas, quieren un libro y un bolígrafo para ir al colegio».
«Teníamos dos opciones, estar calladas y morir o hablar y morir, y decidimos hablar».
«Si se quiere acabar la guerra con otra guerra nunca se alcanzará la paz. El dinero gastado en tanques, en armas y soldados se debe gastar en libros, lápices, escuelas y profesores».