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Contra la corriente

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    Se trataba de una mañana esperada por mucho tiempo, representaba algo grande, un símbolo que podía transformarse en un proyecto hermoso y con potencial. No pude dormir mucho y a las 5am me desperté pero con el reloj interno. Es una de esas cosas que me sucede sólo cuando voy a la playa. Jorge llegó puntual y montamos las tablas en el carro, buscamos al grupo en Plaza Venezuela y salimos temprano para los Caracas. Íbamos en dos carros, Diana, mi novio, Jesús y Hairam iban atrás siguiéndome; en mi carro estaban Cristina, Clau, John y Jenifer.

    Era un día soleado, de esos que te energizan con sólo mirar por la ventana. Íbamos escuchando música, recorriendo el camino de siempre para llegar a nuestro paraíso de olas. Más allá se visualizan muchos carros en tráfico, no se entendía el motivo, era temprano, habíamos prevenido la cola. Escuchamos que había una protesta trancando el paso, las muchachas estaban molestas y al mismo tiempo se sentía normal, pero injusto.

    Nosotras caminamos hacia el lugar de la tranca, queríamos explicar que necesitábamos pasar, teníamos una actividad deportiva importante para nosotras, planificada desde hace tiempo. Nos acercamos y lo primero que se veía era un cartel grande con la cara del Presidente Chávez en medio de troncos, ramas y bolsas atravesadas en el puente. Había un grupo de gente al otro lado de la calle, al parecer no habían abastecido de alimentos a los abastos por la zona y por eso decidieron protestar. Al ver aquello todas nos quedamos paralizadas, ¿cómo íbamos a decirles que necesitábamos pasar para ir a surfear cuando ellos tenían hambre y necesitaban comida? No tenía sentido. Nos quedamos un momento observando, tenían camisas rojas y había algunos guardias nacionales también pero no parecían hacer nada. Una señora de nuestro lado gritaba: “Imagínate chico como van a poner a Chávez ahí, nosotros somos más vamos a quitar todo eso de allí y listo, que van a hacer”. Jenifer responde de forma seria y para nosotras: “Yo no me pienso meter con ellos, tienen hambre”, todos nos reímos pero tenía razón, no podíamos hacer nada.

    Eudy, el instructor de surf de Playa la Punta nos estaba esperando para realizar el entrenamiento, lo llamé para comunicarle nuestro retraso. Él me responde: “Ah sí, eso siempre pasa, lo hacen los sábados o domingos trancan, pero tranquila que eso dura unas horas y se quitan, no le hagas tanto caso”. Resulta que lo que para nosotras resultaba inaudito, formaba parte de la cotidianidad del guaireño que debía atravesar su camino a casa.

    Les propuse a las muchachas que nos fuéramos a una playa cercana a entrenar y conversar mientras que se resolvía ese problema. Paseamos por varias playas decidiendo hasta que por fin nos estacionamos. Era una playa solitaria, a lo lejos se veían algunos bodyboarders surfeando. Nos sentamos en la arena y les pedí a las chicas que se presentaran para conocernos un poco más. Estábamos hablando sobre el proyecto, el sol incandescente nos interrumpía. Cuando volteo veo a Jorge con una cara de angustia que no es común en él, me grita: “¡Dejé las llaves dentro del carro…!” y se regresa, yo me paro inmediatamente y corro hacia donde estaba él, en ese momento no sabía si eran las llaves de su carro o las del mío. Me dice: “No sé cómo pasó, las dejé dentro de mi carro, qué ladilla todo ha salido mal hoy, primero la protesta y ahora esto, voy a tener que romper el vidrio del carro, no tengo seguro”. Comencé a calmarlo, a hacerlo entrar en razón, no era una opción eso de dañar su carro. Llamamos a la familia de Jorge, a su mejor amigo, a todas las personas posibles para ser auxiliados. Diana de repente recordó que Daniel Meza, un amigo surfista nuestro le había dicho que iba a bajar a la Guaira como a las 10 am. A través de otro amigo conseguimos el número de Daniel y nos atendió. Pudo resolver que su papá lo llevara a casa de Jorge para buscar las llaves de repuesto y bajarlas a la Guaira, sólo quedaba esperar allí.

     Me regresé con las chicas que habían seguido conversando sin mí, lo cual me pareció agradable. Comenzamos a discutir sobre lo que ocurrido en el grupo anterior y el descontento con lo que había sucedido. Después Cris nos contó lo que estuvo investigando sobre figuras femeninas en el surfing venezolano y compartiéndolo con las demás. Volteo a la izquierda y en mi campo de visión esta Jorge con un bloque de cemento golpeando el vidrio de su carro, de nuevo me levanto y corro hacia donde está él, resulta que no sólo la llave estaba dentro del carro sino que el carro estaba encendido y cerrado. Le dije a Jorge: “No vas a partir ningún vidrio, cálmate agarra mi carro te vas a Naiguatá y busca a alguien que nos pueda auxiliar”. Así hizo y al rato llegó con dos señores que finalmente solucionaron nuestro segundo desastre.

    Ya había pasado como una hora más y Eudy nos esperaba en la playa para iniciar nuestra actividad, por lo que decidimos retomar la ruta e intentar llegar a nuestro destino, ligando que la protesta ya se hubiera disuelto en el camino.

     Llegamos, la hermosa carretera con el mar a la derecha y la montaña a la izquierda seguía hacia la costa, pero una vez allí era como haber terminado una carrera de obstáculos. Todas nos pusimos las lycras, el protector solar, necesitábamos entrar al agua después de aquella travesía. Eudy nos dio las direcciones técnicas y las chicas comenzaron a practicar la remada, la subida a la tabla y el hawaiano en el río de los Caracas, yo las observaba y corregía algunos detalles. Hice una competencia de remada con Clau y se veía el esfuerzo que ponía para alcanzarme. Un señor comienza a gritar: “¡Hay una persona ahogada en el ríooo!”; tenía una cerveza en la mano, todos lo ignoramos y seguimos con nuestra clase. Gritó de nuevo pero con más fuerza y entonces se veía una chola flotando cerca de nosotros y había otra más allá pero se asomaba una pierna que la llevaba puesta. Eudy le dice a Luis: “¡Tenemos que sacarlo!  ¿Y si está vivo?, hay que sacarlo chamo ayúdame”.

    Todas nos salimos del río. Sacaron a la persona que era una mujer joven, con la piel pálida, los ojos sin vida y labios morados. Una señora se acerca: ¡Eleenaaa, Elenaaa!, llama a su familia y todos la rodean, la mueven, le hablan, le gritan. Lo inevitable de la muerte es inaceptable para ellos. Nosotras nos quedamos perplejas, sin saber qué hacer, se nos ocurre que debemos buscar ayuda y Claudelys y yo salimos corriendo hacia donde están los guardias nacionales. Ya alguien se me había adelantado, pero el guardia me pregunta: ¿Pero está muerta ya? Y yo impresionada por la deshumanización de la pregunta, le grito: ¿Qué se yo? ¡Acaso soy médico, no sé, tienen que revisarla, que venga una ambulancia! Me sentía impotente, ¿cómo era posible que alguien perdiera la vida a un metro de nosotras? No se entendía, es muy difícil ahogarse en ese río. Eudy nos dijo que son cosas que pasan, que no debíamos dejar que nos interrumpiera nuestro entrenamiento, pero ya no había vuelta atrás. Ninguna quería ni estaba dispuesta a meterse en ese río para continuar, decidimos regresar a la escuela para comer algunas frutas y más tarde seguir.

    Estuvimos conversando, descansando y poco a poco nuestro nivel emocional fue bajando a su estado normal. Busqué distraerlas y compartir con ellas conocimiento valioso, estudiamos la playa, las olas, la mejor forma de entrar y cada una practicó en las tablas de equilibrio. Como a las tres de la tarde fue que nos adentramos en el mar, siempre termina de calmar, de hacerlo sentir mejor a uno. Eudy comenzó a lanzar a las chicas en sus olas y era emocionante ver cómo disfrutaban y al mismo tiempo estaban nerviosas y asustadas por la situación. Yo estaba intentando ver cómo lanzarlas también y por otro lado tenía ansias por correr una ola, ese conflicto de cuando quieres enseñar pero también practicar.

    Al final del día, estábamos todos sentados comiendo unos heladitos de frutas y yogurt en Naiguatá, esperábamos que Jennifer saliera de la Emergencia, los doctores locales le estaban colocando cuatro puntos en la quijada. Intentando tomar una ola muy cerca de las piedras fue la protagonista de nuestro último accidente. Regresé a mi casa agotada, pero no de cansancio físico, era una sensación abrumadora así como cuando nadas fuertemente contra la corriente buscando llegar a la orilla.

 

Andrea Vivas

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