En estos días se está celebrando el Suena Caracas, un festival de música organizado por el gobierno que tiene un costo de 26,6 millones de dólares, el presupuesto anual de tres universidades. El festival trae a grandes músicos de América Latina y algunos venezolanos con dinero público. Un evento institucional, sin nada que objetar, si viviéramos en una sociedad democrática y económicamente estable y, sobre todo, si no estuviéramos a dos semanas de las elecciones parlamentarias.
Alejandra es una muchacha del este de Caracas que se identifica con la oposición. Ha ido a todas las marchas estudiantiles que desde la UCAB, su universidad privada, han nacido. Ha ido también a las otras, claro está, y ha tocado cacerola para mostrar su descontento con los apagones, cacerola, con la desinformación del gobierno, cacerola, con las torturas a los estudiantes, cacerola. Alejandra es una muchacha que ha vivido en el chavismo desde muy pequeña y ahora es una mujer de casi treinta años. Alejandra tiene una banda que toca una música que podría entrar en el pop latino, con letras desenfadadas y sin ninguna implicación política, ni a favor del gobierno ni de la oposición. Para Alejandra la música no debe desunir a nadie y en cambio tiene el deber de unirnos a todos, porque no tenemos que hacerle el juego al gobierno, piensa Alejandra, que nos quiere separar con sus discursos de odio. La música une, la música nos abraza, la música es paz y amor, grita Alejandra al mundo.
Los organizadores del Suena Caracas 2015 contactaron a la agrupación de Alejandra para que se presentase. ¡Qué gran oportunidad! ¡Qué éxito, piensa Alejandra! Se siente orgullosa de sí misma porque sería la primera vez que podrá tocar para un público tan grande. Pero hay algo que la incomoda: es un evento del gobierno y en cierto modo siente que podría estar violando sus valores opositores participando en un festival para continuar la propaganda perpetua que ha mantenido el chavismo desde el comienzo. Sus amigos más íntimos le dicen que no le pare bola, que la plata es la plata y sobre todo la visibilidad, que eso es lo único que importa, que si no va ella, alguien más irá y ella se quedará como una pendeja. Así pues Alejandra se convence en que, efectivamente, su participación o su ausencia no cambiarán en nada el curso de las cosas. Con mucha alegría, decide compartirlo en las redes sociales. Le llueven likes, le comentan «felicitaciones, tan bella, qué grandes son, qué talento». Todos los que comentan son muchachos de oposición, en contra del gobierno, que no se han parado a analizar lo que dice Alejandra. Un muchacho de oposición lo hace y lo expresa en esos comentarios. Dice que Alejandra es una vendida, que es una hipócrita. Lo hace con un tono agresivo. Alejandra, inflada con todos los comentarios positivos y los «me gusta» no va a dejar que un envidioso le arruine sus cinco minutos de fama, por lo que decide cambiar la estrategia y le pide al muchacho que si quiere criticar, que se vaya a hacerlo en su ámbito privado, que aquí, en su perfil público, no se iban a aceptar críticas, y que ella por lo menos estaba haciendo algo por su país y no lloriqueando, porque Alejandra ha decidido algo que nadie se atrevería a hacer: Alejandra, en la tarima montada por el gobierno, iba a gritar a los cuatro vientos, delante de toda esa gente, la verdad.
Los que apoyaban a Alejandra desde el principio ahora no sólo están orgullosos por ella como músico sino también por su venezolaneidad, porque Alejandra «es una caraja arrecha, comprometida con la causa, ¡Alejandra va a cambiarlo todo! ¡Va a gritarle al chavismo desde sus mismos intestinos las cosas como son!».
El proceso mental de Alejandra y el de sus amigos es igual al de todos los venezolanos de oposición que han sido cómplices de este régimen propagandístico y corrupto. Alejandra es un músico que sube a una tarima del pan y circo gubernamental, pero también un diseñador gráfico que hace el logo de una campaña en contra de la oposición, un comunicador que asesora para hacer colar mejor los mensajes populistas; un periodista que no publica noticias que puedan afectar al gobierno, un economista que decide mantener el control cambiario para controlar al pueblo, un banquero que permite la fuga de divisas, un policía que mete preso a un estudiante inocente, un médico que trafica fármacos, un piloto que lleva cocaína por pedido de un ministro. La sociedad de los cómplices está compuesta por todos los que de alguno u otro modo queremos beneficiarnos de la destrucción del país.
No participar a estas iniciativas y en cambio invertir el tiempo en informar sobre lo que ocurre es mucho más impactante. Los gobiernos propagandísticos, desde siempre, han utilizado al espectáculo como forma de control, y en este espectáculo han metido también a la protesta para apaciguarla, para hacer ver al mundo lo abiertos a la crítica que están, lo libres que somos todos y lo unida que está Venezuela. La integridad es lo único que puede hacer la diferencia entre los Hombres buenos y los corruptos. No participar en el asco.
Si eres un músico y quieres protestar en contra del gobierno, hazlo con tu voz, como lo hizo Alí Primera, Molotov, Sui Generis, Aterciopelados, Fela Kuti y pare usted de contar. El arte políticamente comprometida nunca puede ser para todos porque siempre protesta contra alguien ni se monta en una tarima para decirle a la gente que vaya a votar por la oposición y luego empieza a tocar baladas pop que hablan del amor y la alegría. Si en cambio quieres hacer música para divertirte, para hacer felices a todos, no te engañes con discursos dramáticos de sacrificio personal ni te pongas en un pedestal porque sólo estás haciendo canciones pop que no dicen nada realmente. O sea, no pretendas ser cómplice y además pasar como héroe.
Una cosa es caer en el juego del odio del gobierno, otra muy distinta es participar en la gran burla de éste a su pueblo. Si eres uno de los amigos de Alejandra, avergüénzate y quítale el «me gusta». Y tú, Alejandra querida, no te comportes como lo que ayer criticabas: no denigres al que te critica, no califiques de sus argumentos como ridículos ni caigas en eso de «que vaya a criticar en su espacio y no en el mío» porque parece la línea editorial de VTV.
Detente a analizar porque esto de que todo lo justifiquemos nos ha llevado a tener una oposición tan lamentable, tan «me lo creo poco», tan falta de integridad, la misma falta de integridad que le reclamamos a los chavistas cuando nos hablan de redistribución de la riqueza con un Rolex en la mano. Pregúntate ¿cuál es la diferencia entre mi postura y la de un cómplice?
Giulio Vita
@elreytuqueque
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