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El presente no es más que un ejercicio reflexivo y al mismo tiempo creativo, debo además, partiendo de un principio de honestidad comenzar por aclarar que fui por varios años partidario del denominado proceso “bolivariano”. El deseo de un país, distinto, justo, con un pueblo crecido en virtudes y valores, prospero y trabajador, fueron las ideas que me llevaron a creer que quienes levantaban las banderas de justicia social merecieran mi confianza, supongo que aun con mayor ilusión y menos posibilidades, lo más pobres, sigan apostando ya no su confianza, sino la fe de un futuro mejor en quienes desde el poder se dicen herederos de ese anhelo, aun ante el actual y dramático estado de deterioro de prácticamente todos los ámbitos de nuestro país, pero muy especialmente, ante el dramático deterioro del tejido social. Desconozco las cifras del apoyo popular que pueda ser endosado al actual gobierno, todo parece indicar que no es el que otrora capitalizaron. Se han sembrado dudas, dudas que como a mí, me han llevado a plantearme infinidad de preguntas que las circunstancias me fueron generando y aún más importante respondiendo; preguntas que sin duda se hacen hoy millones de venezolanos, a su manera y desde sus muy diversas y variadas realidades.
37 años son los que llevo en estas tierras venezolanas, de ella me he apartado por escasos días, a lo sumo dos semanas en igual número de oportunidades, no raspando tarjetas por cierto, siempre me pareció deshonesto (son válidas las risas), sé que existen los majaderos, los inconformes, los existencialistas, a estos últimos debo decirles que no tenemos remedio, a lo sumo podemos aprender a manejar el hábito de la pregunta eterna, de la duda casi enfermiza incluso de la propia existencia.
Siendo venezolano, teniendo la edad que tengo, viviendo en estas tierras, es evidente que no he estado ajeno a la realidad, o debería decir, a la colección de hechos y deshechos que hemos experimentado en mayor o menor medida.
Desde muy chamo, por aquellos ochenta, recuerdo un país desigual, un país víctima de sus ciudadanos (los gobernantes también son ciudadanos), de su propia gente, víctima de la ignorancia, pero sobre todo, víctima del egoísmo (que otra vez triunfó). No pretendo tampoco hacer una análisis histórico, político o social de la Venezuela del siglo XX, de eso algo de tinta ha corrido, puede que no suficientemente, no lo sé. Una cosa si debo dejar por sentado, no me gusta el país en el que nos hemos convertido, como tampoco me gusta el país desde el cual se ha producido esta metamorfosis, lo más lamentable, es que mientras tanto se siguen perdiendo vidas vilmente.
Si me gustaría imaginar la Venezuela del siglo XXI, siglo que recién comienza, y que ni más ni menos es un simple periodo de tiempo, un instante; lo interesante es que lo que resta de siglo, 85 años para los que gustan de los números, será para el país en lo particular y para el mundo en general una oportunidad única, irrepetible y yo agregaría que impostergable para sentar las bases sólidas y profundas de una nueva sociedad, de un nuevo mundo.
Vale la pena compartir algunas ideas sobre el futuro, concepto por demás engañoso, dado que como punto de partida debemos decir que no existe, el futuro es una ilusión, es cuando mucho una idea o la suma de ideas, pero nada más, esto no lo digo con intención de desalentar, por el contrario, la idea es contagiar la ilusión y la esperanza de que ese futuro solo tiene un lugar de existencia posible y es, por más contradictorio que parezca, el presente. Cada aliento, cada respiración, cada latido, cada pensamiento, de cada uno de los venezolanos de hoy y del futuro, vendrá después de cada aliento, cada respiración y cada latido del ahora de cada uno de nosotros.
Una idea, así lo creo, que debe formar parte de todos, es la idea de una sociedad bien educada, crítica, analítica, responsable, honesta y trabajadora, pero sobre todo una sociedad consciente, con individuos cada vez menos alienados, con individuos socialmente integrados, con ciudadanos orgullosos de su identidad y al mismo tiempo orgullosos y respetuosos de la diversidad humana; esto no se logra en poco tiempo, pero es posible. Otra cosa que debe estar muy clara, es que nuestra transformación será posible en primer lugar desde la comunión de los esfuerzos y la voluntad de quienes hoy nos decimos ciudadanos y la educación habrá de ser la más importante piedra angular sobre la cual construir el futuro posible.
Cómo ha de ser esa educación, debe ser el resultado de la más amplia, transparente y continua participación, de lo contrario seguiremos reproduciendo individuos y una sociedad alienada y en consecuencia auto destructiva, como lo hemos sido y seguimos siendo, no solo a escala nacional, sino mundial, debemos convencernos que los humanos somos seres con un potencial de transformación infinita.
El actual proyecto político venezolano, la historia se encargará de demostrarlo, fue una estafa, un engaño, uno más, como lo es también la suicida intención de mantener el actual proceso de transformación de los recursos naturales del planeta en dinero, que viene alimentando eso que llaman el mercado global, cuya crisis sistémica se refleja como nunca antes en el alarmante e irreversible deterioro del único planeta que podemos habitar. En otras épocas de la historia humana, la sal recogida del suelo, era la mentira del momento, era la trampa, era la zanahoria hecha señuelo, hoy un pedazo de papel, o metal, o plástico o cualquier otra forma insustancial, mantiene drogada a buena parte de la sociedad, mientras que otra parte de esta, carga sobre sus propias vidas, literalmente, para el aprovechamiento, eso sí, de pocos, que en muchos casos, ni siquiera comprenden de manera superficial las reglas del sistema.
Nuestro país, fue cuna de ideas que transformaron al mundo, no seriamos lo que somos hoy sin Bolívar, por ejemplo, tampoco lo seríamos sin nuestros más reciente estafadores.
Estos últimos nos han «legado» un país, sumido en el caos que la estafa ha generado, se nos estafó con la promesas de una sociedad justa, de un estado transparente y al servicio de la sociedad, de un sistema educativo liberador, por el contrario nos hemos vuelto un país donde se ha sembrado violencia y caos, ya lo dice el saber popular, en río revuelto ganancia de pescadores, y nosotros los ciudadanos somos los peces.
Hipócritas, eso hemos sido como sociedad, parte de los sectores políticos que han “adversado” al actual gobierno, tristemente mentado de bolivariano, han estado medrando la misma renta petrolera que hoy mermada, no alcanza pa´ tanta gente, de hecho, no hay renta petrolera o de cualquier otro tipo, lícita o ilícita, que aguante. Nos han dicho por décadas, que somos un país rico, esto ha producido una espacie de inacción generalizada donde cada quien espera recibir “su” parte del reparto, así, sin más.
Trabajo creador y creativo, trabajo transformador, trabajo útil, trabajo honesto eso hace que los pueblos sean ricos, y no me refiero tanto en recursos materiales, sino en recursos liberadores, el recurso que solo puede dar una mente y un cuerpo movidos desde el amor y por el amor.
Venezuela cuenta con recursos materiales incalculables, es verdad, negar tal realidad sería negar el cielo, pero esos recursos por siglos han sido empleados de manera egoísta por el poder de turno que ha robado históricamente dichos recursos, el ego y la ambición sin límites, unidos a la falta de escrúpulos, a la falta de la más mínima vergüenza de darle la cara a la gente, para mentir, falta de conciencia, falta de amor.
Hemos tenido muy poco tino al momento de asignar las responsabilidades de estado, hemos escogido por lo general a los peores, puede que sea cierto que hemos sido gobernados por los que mejor han encarnado lo que somos como sociedad y tal vez ha llegado el momento de reconocer si nos gusta, o no, la sociedad que hemos sido, preguntarnos si de verdad nos gusta lo que vemos a nuestro rededor. A mí por ejemplo, no me gusta vivir en un país cuyos gobiernos delinquen con descaro y por supuesto con impunidad, donde gobierno y estado son la misma cosa. No me gusta tener que desconfiar de todo desconocido que se acerca, desconfiar de todo aquel detrás de un uniforme, de un país donde no puedo disfrutar del mar Caribe sin botellas, desorden, caos, basura, ruido, un país que no es capaz de oír el rumor de la brisa y el mar, prefiriendo lo feo, lo sucio y lo ruidoso, un país, donde los niños y sus maestros están virtualmente abandonados a su suerte, donde la universidades se caen a pedazos y sucumben a la sombra de la ignorancia; donde los hospitales son la entrada a una morgue; un país, en cuyas calles reina la anarquía y la barbarie, reflejo fractal de otras escalas. Un país donde el silencio reina en los campos del miedo, un país y una sociedad, donde el Amor parece clandestino, y el pensamiento y el cuestionamiento libre está proscrito, pero no matar, eso es “extremadamente normal”. Me niego rotundamente a aceptar como normal este nivel de barbarie.
Hay que insistir que para transformarnos como sociedad, tenemos los recursos materiales, sin embargo, el recurso más importante y realmente imprescindible lo constituye la voluntad compartida de decidir dar un paso al frente para dibujar, soñar y poner manos a la obra en la construcción del país que queremos ser, la sociedad que queremos LEGAR a los niños del año 2100 y los siglos venideros. Para poder hacerlo es evidente que hay que dejar de pensar solo en el “yo” y comenzar a pensar en términos de un “nosotros”, hay que dar pasos firmes, prontos y radicales, no se puede pensar un país futuro, menos aún, un mundo futuro desde el egoísmo.
A lo sumo, quienes nacimos por el siglo XX, podamos ser testigos del meridiano del siglo XXI, pero los hijos y nietos de esta generación, aquellos que aún no han nacido, aquellos que están por nacer, tendrán la oportunidad de mirar el amanecer de un siglo XXII para soñar siglos venideros, ellos formarán parte de la transformación de la humanidad, pero sería terrible, sería irresponsable y francamente vergonzoso esperar que sean esas generaciones, las que obligadas por aun peores circunstancias que las actuales, decidan dar los pasos que hoy, nosotros estamos no solo en capacidad de dar, sino histórica y humanamente obligados a hacer.

De momento es importante reconocer que no tenemos la sociedad que queremos, sin embargo es a partir de lo que somos que podemos transformarnos, tenemos, al menos en el papel, una Constitución, en ese código podemos encontrar la hoja de ruta, el punto de partida, de una sociedad que no será la sociedad que fuimos, pero tampoco la que somos, sino finalmente y de una vez por todas la que podemos ser.

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