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Mini-mí

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Llega a casa un viernes tras una semana cansada, con una bolsa de papas fritas y un six-pack de Superior, listo para encender el televisor y mirar cualquier partido de fútbol, el que sea, incluso una repetición. Todo para dejar ir la semana con cada amargo eructo sabor a cerveza barata.

Desestresarse un poco, nada más.

Entra con su bolsa de compras, prende la luz y una vez que ha aventado zapatos y pantalón por donde caigan llega al sofá  y descubre que el televisor ya está encendido.

No solo eso, descubre también que hay un enano exactamente igual a él, que está ahí sentado usurpando su rutina. Así es, unmini-mí o algo así… vestido igual, incluso.

Saulo intenta comprender pero no puede. Solo se queda estupefacto al ver a su pequeño doble. Con una sonrisita nerviosa y la ceja izquierda levantada.

Nota que sus ochenta kilos ahora son unos escasos cincuenta-y-tantos frente a sus ojos, su calzado del ocho reducido a la mitad, su metro con setenta de estatura tan solo cien centímetros en un cuerpo compacto y regordete. Como verse en uno de esos espejos de la feria.

—Siéntate, carnal —le dice su mini-él, entregándole una cerveza de las que tiene sobre la mesita.

Saulo la acepta pero sigue acartonado, mudo, pálido. Se sienta al lado del pequeño sin decir nada, todavía en bóxer y calcetines, aún con la camisa de manga larga perfectamente abotonada.

El mini-Saulo se sobresalta al escuchar el grito de gol que retumba en las bocinas del televisor mientras sonríe a la par que asiente con la cabeza y da un buen trago a su bebida.

No entiende una mierda aunque tampoco pierde el control.

Percibe con claridad que aquel pequeño ser tiene exactamente los mismos gestos, la misma cara e incluso está vestido igual que él antes de que se quitara el pantalón y los zapatos.

Entonces este pequeño amigo siente la mirada que lo esculca minuciosamente para darse cuenta de que ocasiona cierta incomodidad en su compañero. Comienza a hacerle plática, ofreciendo más cervezas para romper la tensión —ya sabes, el viejo truco—  hasta que el ritmo de la charla se torna fluido e intercambian bromas y se olvidan del partido de fútbol que ahora solo ameniza la escena con su sonido.

Tras acabarse toda la cerveza se encuentran lo suficientemente ebrios como para cantar juntos  esa melodía veloz y  gritada: You think yer’ the King of a scene, that you created…  que suena en el celular de Saulo por la alarma-recordatorio para  que  asista al desayuno familiar mañana temprano.

Ambos se levantan al mismo tiempo para gritar al unísono el estribillo:

I got news for you! I got news for you!

Terminan escuchando la discografía completa de los OFF! a todo volumen mientras brincan, hacen guitarras o baterías de aire (de manera arbitraria), hasta que se cansan y caen rendidos en la cama de Saulo.

Por la mañana el Saulo pequeño despierta al grande y este se da cuenta de que se la he hecho tarde. Se baña, rasura, cepillas los dientes, viste y peina en cuestión de segundos. Cuando sale del baño el pequeño ya está vestido igual que él. Con una playera negra de Black Flag, pantalón de mezclilla y unos slips.

Es cierto, las tías los mal-miran bastante, los tíos piensan que debe ser alguna broma  pero todo se soluciona cuando el enano comienza con las bromas y se gana a los presentes. Hace chistes, halaga la comida de mamá, dice algunos cumplidos sobre la “edad que no aparentan” las tías y entretiene a los hombres con datos precisos sobre la liga mexicana de fútbol, incluyendo uno que otro de las ligas europeas.

El enano es un maldito éxito.

Todos quieren hablar con su pequeña réplica, a un grado tal que el mismo Saulo ha quedado en un segundo plano, lo que era perfecto para él pues su resaca repercute negativamente en su humor.

Su hermano menor se acerca para decirle que aquel enano es la onda. Que es como todo lo mejor de él pero en comprimido. Cosa que a Saulo le causa  gracia en un principio pero que de camino a casa lo hace reflexionar bastante pues toda esa atención siempre fue para él.

Sin embargo ¿qué puede reclamarle a su pequeño yo?, ¿decirle que dejara de ser agradable? Pues no. Simple y sencillamente lo olvida todo tarareando en voz baja las canciones de su playlist mientras conduce.

La canción en curso es interrumpida por una llamada entrante de Cecilia, la novia de Saulo. “Sí… sí… voy como en veinte minutos, amor”, dice y luego cuelga.

Voltea a ver a su mini doble pero se encuentra dormido. Incluso ronca. Comienza a pensar en que llevarlo hasta el departamento es perder demasiado tiempo y gasolina. Además solo necesita llevar a Cecilia a comprar unas cosas y quizás a almorzar algo.

¿Qué más da, no?, se pregunta con brevedad y decide llevar al enano.

Cecilia desaprueba al enano exactamente igual a su novio cuando lo ve por fuera del vidrio de la puerta. Queda pálida y se ve molesta.

El enano, que recién despierta, mira como Cecilia y Saulo discuten porque ella al parecer no quiere subir al auto.

Saulo logra convencerla pero ella decide subir en el asiento de atrás.

Su aversión hacia el enano comienza a derrumbarse en el trayecto cuando este comienza a hablar de series televisivas que Cecilia sigue religiosamente. Las mismas series que Saulo jamás mira.

Bastan quince minutos para que comiencen a hacer bromas que solo Cecilia y el mini-Saulo, entienden. Bromas sobre esas mismas series. Lo que excluye a Saulo totalmente de la charla y lo relega a ser un simple espectador incómodo. El tercero en discordia.

Ahora quien siente aversión por el pequeño es Saulo mismo.

Se pone de mal humor y de  pronto siente una comezón por todo el cuerpo. Hace todo lo posible para no rascarse pero termina cediendo. Se rasca como loco el cuello, los brazos, la espalda y la cabeza. Cecilia y el pequeño Saulo siguen platique-y-platique mientras realizan las compras en el súper-mercado.

Comienza a sentir un fuerte mareo, náuseas y el estómago descompuesto. Suda hasta empapar su playera y la rasquiña empeora.  El pantalón se le resbala y tiene que sostenerlo con las manos para asegurarlo. Uno de sus tenis se le ha caído sin siquiera darse cuenta.

Saulo no puede manejar en su estado actual. Cecilia se ofrece a llevarlos hasta su casa pero el enano la convence de que lo mejor sería que él mismo maneje. Así puede llevar a Cecilia y luego a Saulo, asegura el pequeño.

Intenta reclamarle a su mini-yo que ni siquiera llega al acelerador del auto pero su pequeño homónimo ya ha tomado la posición del piloto y alcanza los pedales perfectamente además de ver lo suficiente por encima del tablero.

Cuando llegan hasta la casa de Cecilia, el enano le ayuda a bajar sus compras y luego la abraza para despedirse. Entonces Saulo cree ver que ahora el enano luce más alto. No es que Cecilia sea muy alta pero definitivamente se percata de que el enano le alcanza los hombros con la cabeza. Cosa que Saulo no creía posible pues la frente de Cecilia siempre le ha llegado hasta la nariz y en su primer encuentro con su mini-él este no le rebasaba el ombligo.

Intenta bajarse del auto pero no tiene fuerzas para abrir la portezuela. El mareo ahora es más potente. Cecilia le hace una seña para despedirse de él y al levantar el brazo izquierdo nota que el reloj se le ha corrido hasta el antebrazo.

Saulo se espanta y patalea, los tenis se le salen como si nada. Intenta llamar a Cecilia y su voz le suena menos grave y sin potencia. Con mucho trabajo pega la cara al cristal y poco a poco tiene que alzar más la cabeza para seguir mirando a Cecilia marcharse.

La playera le queda ahora como una bata. El pantalón también se le ha caído hasta los tobillos. Siente que la distancia entre el tablero y su asiento ahora es mucho más larga.

El enano ahora se ve mucho más grande de lo que Saulo recordaba.

Este se posiciona frente al volante y echa el asiento bastante más para atrás de donde lo tenía antes. Justo donde Saulo lo pondría.

El mini-Saulo, que ahora ya no es mini, ríe agudamente con su sonrisa que le atraviesa la cara de una oreja hasta la otra.

Saulo sabe que es el fin. El maldito enano convenció a todos de ser mejor que él, ahora comprende lo que ocurre.

—Hijo… de… p… —balbucea Saulo, mirándolo con desprecio.

—Cállate. ¿Quién es el mini-mí ahora?

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