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Un poeta es un satélite en constante caída, libro de Omar Garzón

La siguiente es una selección de poemas del libro Un poeta es un satélite en constante caída, editado por Mario Torres Duarte y publicado por Senderos Editores (Bogotá, 2015)

 

Un poeta es un satélite en constante caída (Senderos Editores. Bogotá, 2015). Imágenes de carátula y contracarátula de Casabe. Editor: Mario Torres Duarte. Diagramación y diseño: Carlos Andrés Almeyda.

 

 ***

 

 

El fuego da la consistencia

 

Hubo un tiempo en que todo era sombra, yo también lo era.

Ella dijo mi nombre.

Fui palabra nueva, cuerpo deseado.

Hubo días en que todo era adverbio sustancial

/hasta que llegó también el adjetivo.

Los días acabaron y llegaron las desoladas noches

la profunda tristeza, la efímera risa, el silencio constante…

Hay momentos en que soy la palabra no dicha

como este poema exiliado que el mundo no oyó

como ese punto final que me niego a poner

y que tal vez muchos marchantes pongan por mi

algunos lustros arriba.

Habrá tardes en que mi nombre será la palabra

/que brota del prado

cuando la sombra del árbol sin hojas domine

sobre el camino que esconde la huella de la niña sangrante…

De cualquier forma, en cualquier boca, por cualquier medio

como sonido profundo que se llevan los vientos

o símbolo tallado que se oxida en la aren, eso soy:

La clave cifrada que unos pocos entienden

la placa de mármol tallada en las lenguas

que el mundo no escucha

Eso soy: El jarrón agrietado que se humedeció

/con el llanto y se forjó entre las bombas

la palabra que descubre las ruinas y que perdura

/en el ocaso del tiempo

las olas del mar como voces forjadas susurrando

/tu nombre a los hijos del viento.

Eso soy: La patria milenaria que todas las noches agoniza

/que todas las mañanas se levanta.

 

                                                                  A Mahmud Darwish

 

 

 

 

Roque Dalton “GarCIA”

 

Tengo un país que me nace en cada herida,

/que me duele en todo el cuerpo.

Miro al cielo y lo reconozco en mis ojos.

Un país que un día me abandonó

pero que me acompaña a cada paso.

Su recuerdo se hace cicatriz sobre mi piel.

¿Lo podías sentir, amor, lo podías tocar

/cuando rosabas mis labios con tus dedos?

No, no podías. Te pasaba lo mismo que a mí:

Estiro mis brazos, le llamo, pero él se va.

Es su soledad la que me pesa.

Tengo un país que me duele en todo el cuerpo

un país que después de golpearme varias veces

hoy por fin me mata.

 

 

 

 

Más grande que el río es el hombre

 

Sí, lo sé. Llegará el momento en que mi voz no tenga asidero.

Mis dedos flotarán a la deriva desnudando a los náufragos

y mis huesos tratarán de hacerse luz de Luna entre los ríos.

Faltará mi cuerpo, faltará mi sombra en el paso de las horas

pero mis palabras ya sin carne, sin angustias, prevalecerán.

 

A Javier Heraud

 

 

 

Carta de amor a Cuscatlán

 

País mío: Si algún día te acuerdas de mí

te espero en el verso que no fue escrito

en ese que se oculta en los dedos que no te señalan

en ese que susurré a tus oídos y que el viento conoce

en ese que escribe la arena en la playa y que las olas se llevan

en ese que recitamos un día

y que ahora se oculta en la lluvia tardía.

Te espero, país mío, mi hijo

en el poema donde me nombras

en el exilio.

 

                                                A la memoria de Mauricio Vallejo

 

 

 

Juana María y su arenga en el Tiempo

 

La única certeza que poseo es que mi cuerpo también es sal

y como sal tendrá que deshacerse algún día en el silencio.

Mi piel será la ausencia, mi hueso el rumor de la sangre que se seca.

Mi palabra: Polvo de Luna que fragmenta balas

el paso del viento entre las ramas.

 

                                           A Delfina Góchez Fernández, in memoriam

 

 

 

Un poeta es un satélite en constante caída

 

Sé que caeré y también sé que mi cuerpo

se convertirá en ausencia derrotada.

Aun así, estoy tirado en el suelo

intentando unas líneas victoriosas que se unirán

al reclamo irremediable de una muchedumbre

en una plaza.

 

Habré ganado entonces

porque caí como cualquiera

pero nunca me callé

nunca habitó silencio en mí

menos hoy que como última victoria

le grito tu nombre

a las paredes agujeradas

y mucho menos hoy que como última conquista humedezco

mi agitado pecho

con el rojo de tus labios y mi garganta

con el invisible néctar de tu lengua.

 

Mueren dos veces aquellos que no dicen nada

al momento de su siembra

y aquellos que no pudieron caer boca arriba

para encontrarse con tu rostro

antes que el frío

 

abrazo de la muerte en la espalda.

                                                                        A Leonel Rugama

 

 

 

Confesiones en enero

 

1.

(COSOVEI)

¿Acaso se puede escribir un solo verso sin la agonizante

pero nunca faltante esperanza de verse reflejado en el poema?

 

(GELMAN)

Cada palabra que decimos nos denuda.

Cada palabra que nos nace nos rescata de la muerte.

 

(FONZ)

Mírame, poeta: aquí cuelga la estrella viajera

que encontró la refrescante sombra en la aridez del desierto.

 

26.

(PACHECO)

Se tiene la lucha, se tiene el desierto, se tiene la incertidumbre. En fin, el mundo.

Es necesario el oasis: Si no hay versos, no podremos dar un paso más.

 

28.

(LOO)

Todo poeta es una promesa mientras vive.

El camino se encargará de decirnos qué tan falsa era cada promesa.

 

 

 

El Evangelio según Sanmiguel

 

Nos enseñaron a arrodillarnos

cuando arreciaran los vientos del invierno.

Nos obligaron a rogar cuando la lluvia fuerte se posara

en nuestro pecho.

Aprendimos a temer al fuego

por causa de la danza de sus sombras.

y seguían: ni viento ni lluvia cesaban

a pesar de nuestras súplicas

y la llama y sus sombras

eran muy grandes ante nuestros ruegos.

“¡Crean, crean, hermanos!”

nos decían con las manos llenas

mientras nos apuntaban por la espalda con un puñal

como Abraham a Isaac.

Una vez nos dimos cuenta de la niebla

Aprendimos a no huir.

Así encontramos los ojos tristes de Moisés

entre las uvas fermentadas que impregnaban

/la embriaguez de nuestros labios:

Las aves moribundas

y la hedionda brisa citadina

son el eco de la trompeta apocalíptica

que debemos escuchar aterrorizados

o comiendo palomitas de maíz para distraernos

mientras ellos le roban gemidos infantiles

a la noche que esconden debajo de sus camas

para después humedecerlos con sus lenguas y sus ojos

con esos con los que también nos venden sus tierra prometida

más allá de las estrellas.

Los mismos ojos con los que Edith vio hacia atrás

antes de convertirse en la sal

de la que están hechos los detractores de Sodoma

que son también los que necesitan de Gomorra

para vender allí su evangelio de la muerte.

De roja sal están hechos sus atriles

sus argollas y vestidos.

De la misma con la que vendieron a Dios

cuando creíamos que él nos oía.

De sangre porque prostituyeron a Dios para llenarse las manos.

¡Un aplauso para los proxenetas del Cristo caído y del resucitado!

Un aplauso aunque nunca nos mostraron su costado

ni la planta de sus pies

ni las palmas de sus manos.

Nos impusieron cerrar los ojos

para entender el mensaje de los ríos

pero el mensaje de los ríos era muy confuso.

Entonces unos pocos nos aventuramos

A separar nuestras pestañas:

Vimos a los muertos pasearse en sus cauces

chocando con las piedras

desnudos

sin rostro.
Entendimos que nada se llevan las hojas

cuando caen

y que no hay nada bajo el cielo que nos sea oculto.

 

Solo necesitamos entender el canto de los gallos

y el vuelo de las aves

en medio de tanto aullido

de tantos gritos

tantas luces de neón.

Nos enseñaron a desear el sonido de las monedas

cuando chocan entre sí.

 

Para ignorar la voz herida de los niños

para ignorar las nubes que no vio Adán

para ignorar las aves que salieron de los mares

para no ver la lluvia que rosó al borracho de Noé

para enterrar al verbo hecho carne

ese que ahora necesita de tu ayuda

porque ya jugó su última carta:

Mandó a su hijo a morir por ti

y lo único que se te ocurrió

fue bañarlo en oro y colgarlo

de tu pecho. Ahora eres salvo.

Nos enseñaron a arrodillarnos para no andar la tierra.

Nos enseñaron a rogar para vivir a la sombra de otros hombres.

Nos enseñaron a cerrar los ojos para no ver nuestro reflejo en el agua

y así por fin poder matar a Dios.

 

                                                                                           A Tomás Sanmiguel

 

 ***

Omar Garzón Pinto (Bogotá). Sus poemas han sido publicados en antologías, periódicos y revistas especializadas de España, Guinea Ecuatorial y varios países de Latinoamérica. Ha presentado su trabajo en diversos espacios y certámenes culturales, académicos y literarios de varias ciudades de Colombia. Desde el 2008 trabaja como profesor de humanidades (Geografía, Historia y Literatura, principalmente) en algunas instituciones educativas de Bogotá y como promotor y difusor cultural de varias colectivos artísticos y fundaciones de la misma ciudad. Autor de los libros de poesía Faro desnudo, editado por la Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2011), Flores para un ocaso, Liga Latinoamericana de Artistas (Bogotá, 2013) y Un poeta es un satélite en constante caída, Senderos Editores (Bogotá, 2015). Dirige el blog farodesnudo.blogspot.com

Fotografía de Zaide Garzón.

 

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