El 30 de octubre de 1938, en Nueva York y otras partes de Estados Unidos, millones de personas cayeron presa del pánico, abandonando sus casas y colapsando carreteras, estaciones o comisarías de policía, todo porque había una supuesta invasión extraterrestre, que era «reportada» al minuto por la Columbia Broadcasting System (C.B.S.) y estaciones asociadas. Era una adaptación para la radio de la novela «La guerra de los mundos» de H.G. Wells, dirigida por Orson Welles.
Hace unos días una página publicó una supuesta noticia en la que según la Ministra de Salud de Venezuela afirmó que la «escasez de crema dental existe porque la gente se cepilla tres veces al día». La página en cuestión es satírica, al estilo del Chigüire Bipolar. La falsa noticia se tornó viral, y muchas páginas nacionales y extranjeras las replicaron, e incluso periodistas venezolanos «serios» pisaron el peine.
Las consecuencias de la falsa noticia de la ministra y las cremas dentales no fueron tan graves como de la transmisión radial de «La guerra de los mundos», que yo sepa nadie ha huído despavorido ni ha colapsado carreteras, pero demuestra que a buena parte de las personas les cuesta distinguir la realidad de la ficción. No es de extrañar, por ejemplo, que actores que han dado vida a personajes «malvados» en telenovelas han sido golpeados en la calle.
Las confusiones surgen quizá por una cierta esquizofrenia colectiva, «no peligrosa», pero también por ¿pereza?, ¿olvido?, de verificar las fuentes, verificar el origen, verificar quién lo dice, quién lo publica. De aceptar tal y como viene la información o noticia, sin desempaquetarla, desmotarla, desarmarla, y una vez comprobada su vericidad o auntenticidad, entonces sí, compartirla.
Pero como dicen, pasa hasta en las mejores familias.