RUTA 6 – VIAJE N° 1 (ZULEMA)

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Entre quince y veinticinco minutos más de una historia puede ser contada.
Días, tardes, amaneceres y atardeceres sirven para desenvolver el pergamino de un país a pie. La perfecta radiografía de la discrepancia y la reunión de las razones concatenadas con los gritos ahogados, la esencia del trabajo duro, las expresiones de comercio mal intencionado. Un bus en Venezuela significa mundo, un ecosistema independiente. Mi transporte obligado del día, la necesidad con cara de colector hambriento.
Le invito a montarse en esta Ruta 6 de historias interminables en esta nueva columna internacional. Pase, pase, ahora es que queda espacio. Espalda con espalda caben todos los lectores de esta nueva aventura citadina. Tú, chica, la de lentes, por favor, camina hacia atrás que todavía hay lectores que caben y los últimos que lleguen se tendrán que montar “de banderita”.

JORGE MORALES CORONA

***

VIAJE N° 1: El viaje de Zulema.

Zulema se monta trastabillando en la puerta, empujada violentamente por el procaz aceleramiento de la unidad. ¡Maldito! le grita al conductor, él ni se entera. Maelo Ruiz nos llena los oídos de sonidos discordantes, necios. La gente la mira con desconfianza y quién no: luce una cicatriz en el cuello y una en el cachete. La camisa rojo pinta que lleva puesta está percudida de fluidos varios y el pantalón resplandece con unas pantallas de grasa vieja. Ella se montó en la siguiente parada luego de mi entrada a la unidad. Hay un puesto junto a la ventana, junto a mí. Percibe el rechazo excepto el mío. Yo prefiero suponer que estoy en un trance hasta que baje de aquel horno con ruedas. Ella señala el puesto y me aparto para que pase. La hediondez me da una cachetada. La silueta de unos ojos en la camisa de la mujer, me miran con displicencia. Me gané la lotería. A la vaina pienso mientras los gritos de Bruce Dickinson me entretienen entre los predios de una ciudad marcada por el sol omnipresente. El olor es indescriptible, nauseabundo. El vómito sortea caminos para salir. Cuando la miro denoto una mujer joven, quizá de unos treinta y tantos, con los ojos perdidos, la boca temblorosa y los brazos morados. Dice algo, no oigo nada. Qué ladilla vuelvo a opinar con mi conciencia y quitándome los audífonos.
«¿Qué dijo?» le pregunto. «Que si tienes unos 20 bolos que me regales. Tú sabes, para el almuerzo» reitera. Sí, claro. Un almuerzo: una buena volada a punta de Coquito digo para mis adentros. Le paso un billete y guardo el resto en mi bolsillo delantero, quiero terminar la conversación lo antes posible. «Gracias chamo. Tú sabes que nadie me ha ayudado, bueno en estos momentos no. Hace como cuatro años me metieron presa por un robo que hice. Es que estaba necesitada y la pendeja de la vieja de la residencia donde vivía me llamó a los pacos y me terminaron metiendo seis meses en una celda pequeñita con otras diez mujeres. Nos turnábamos para dormir. Mientras algunas dormíamos acostadas las restantes se quedaban paradas hasta que despertábamos…». El tono de la mujer era nervioso, sádico. «Entonces cuando salí unos evangélicos me dijeron que me metiera en una casa hogar que ellos tenían y pues lo hice. No tenía a dónde más ir. Había perdido el cupo en la universidad, mis papás viva la pepa y no había nadie. Cuando estuve ahí, hablaban paja todos los días. Que si la oración, la adoración y cualquier vaina. Después me botaron y que para que me subiera así de pedilona en los buses a pedir cobre para la misión pero yo me los robaba para comprarme cigarro y anís. De paso, el hijo del pastor le gustaba meternos mano y nos amenazaba. Si yo hubiera tenido un cuchillo o un chuzo ya lo hubiera destripado al bicho ese. La cosa es que no volví y comencé a pedir por mi cuenta. El Dios que los evangélicos esos me promocionaron no me hizo nada. Eso es pura paja, nunca te pongas a creer en algún dios que esos se olvidan de los pendejos».
«Ajá, ¿y qué hiciste?» le pregunto. «Nada. Pedir pa’ mantenerme. Hasta me fui a pedir al gobierno pero me mandaba de un lado pal’ otro. Me dieron esta camisa con varias comidas cuando Maduro estaba haciendo campaña y después se olvidaron de mí. No me ayudaron nada, aunque bueno, ¿a quién han ayudado ellos sino a ellos mismos? Aunque debo aceptar que a veces me ayuda, pero en esta vaina no hay que creer ni en Dios ni en los políticos. Ellos son la misma mier…». «Ya me bajo» la interrumpo.
Cuando me bajo, ella me mira desde la ventana con los dientes carcomidos y el gesto turbado. Camino y ella sigue su camino, quién sabe hacia donde la llevará la ruta o su propio viaje. Al caminar me tacto los bolsillos. A la vaina, me robó los cobres. ¿Para eso quedé yo? ¿Para pagarle la droga a los rojo-dependientes? Pienso mientras el presidente habla a través de un televisor sobre una misión para la patria segura.

 

PRÓXIMO VIAJE

VIAJE N° 2: De reencarnaciones en pajaritos y formas evolutivas de Chávez.

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