FRONTERAS FÍSICAS Y ESPIRITUALES DE CARACAS

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CCS

Vivimos en una ciudad «desangelada». En realidad, Caracas ya no es una ciudad, sino un cúmulo excluyente de «guettos», cada uno con sus imaginarios sociales particulares. Plaza Venezuela dejo de ser un eje integrador entre el Centro Financiero y los suburbios del Este (ideal de los años 50) y paso a ser una suerte de frontera física y espiritual entre dos visiones de país, dos modelos socio-económicos planetarios que encuentran en este valle un particular campo de batalla. Nuestra identidad es nebulosa, es difícil expresar en estos tiempos una identificación plena con el sitio (físico-fenoménico) en el cual nacimos y crecimos; aquel que soporta entre sus rincones urbanos nuestros recuerdos y atavismos más íntimos, nuestra infancia, el día a día que sólo mora en nuestra memoria.  Los habitantes de Caracas representamos la cara visible del conflicto venezolano entre espacio urbano e ideología.

Como el Berlín de la guerra fría, Caracas es una ciudad dividida por un muro. El muro es invisible pero no menos significativo. El prejuicio de los ciudadanos se refresca día tras día  y se refleja en los pocos medios de referencia; en los comentarios privados, en nuestra reflexión individual: el miedo al «otro» (real o imaginario) nos impulsa con frecuencia a odiar, a temer, a dividir, a generalizar lo que no puede ser generalizado. Estos estereotipos se reflejan de forma patente en la configuración urbanística del espacio, en sus muros y fronteras (visibles e invisibles).

Caracas no es una ciudad sino muchas, todas marcadas por la «idea preconcebida» correspondiente y su aparente faz urbana: el «Este» con su codicia empresarial, su modernidad «setentosa», sus urbanizaciones cerradas; el «Oeste» bravío y salvaje, campo desierto de la utopía igualitaria de Le Corbusier, alejado del ornato urbanístico mínimo y cerca de los desmanes del poder político desde la Colonia.

En realidad, el espacio urbano de Caracas es bastante regular: tendida tras la Cordillera de la Costa, de orientación este-oeste: terraza norte, suburbios al sur, extremo este y extremo oeste, con sus ciudades dormitorio. Pero la ciudad de cada quien, la que construimos cada día como correlato vital, esta determinada en lo concreto (y no sólo en los últimos 17 años) por la idea «general» de aquellos que la habitan, sus expectativas (reales o imaginadas), sus reivindicaciones (individuales o colectivas).

La frontera urbana entre los muchos ejes de división posibles no es física (ni siquiera socio-económica), es ante todo espiritual. La futura y anhelada reconstrucción del país debe empezar por la integración espiritual-eidética de su ciudad capital. En próximos contactos, algunas ideas al respecto.

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