Las luchas políticas por el poder siempre han estado llenas de tensiones. Especialmente cuando colisionan fuerzas que contradictorias en sus principios se refugian en la posibilidad de un posible consenso para propiciar transformaciones que el propio ritmo de los acontecimientos históricos demanda de sus actores políticos. Pero ¿Qué sucede cuando un hecho inesperado irrumpe dentro del escenario político y obliga a los actores a replantear lo que estaba planteado?
Era 1945, y el momento del Presidente Medina Angarita llegaba a su fin. El país ya no era el mismo desde la muerte de Gómez. Con las transiciones de López y Medina se cumplían 45 años de dominio absoluto de los Andinos en el poder. Luego de que algunas libertades civiles y políticas fueran legalizadas y reconocidas por el Estado, el gran tema de discusión para la época entre el partido político oficial PDV y los recién legalizados partidos opositores era posibilitar una reforma constitucional que le permitiera al pueblo venezolano hacerse acreedor por primera vez en su historia del voto universal, directo y secreto. Una elección que permitiera al pueblo decidir quién sería el próximo presidente de los Estados Unidos de Venezuela para el periodo 1946-1951.
Luego de frustrados debates en la cámara del congreso, disgustos, decepciones de muchos políticos, ruidos de sables y rumores de cuartel, se desestimaba la posibilidad de efectuar un cambio de gobierno a través del voto popular, recurriéndose a lo seguro. Mantener según la usanza positivista del gendarme necesario, la tesis del gran elector, que formalmente dejaba el nombramiento del cargo presidencial en manos del congreso (lo que tras bastidores significaba que dicha elección era decidida por la figura del Presidente de la República y el partido oficial).
Sin duda, la decisión aunque en apariencia cómoda para el PDV, produjo muchas tensiones en su seno interno. También desencadenó oposición desde las organizaciones políticas. Desde el gobierno se barajaban diferentes opciones civiles: el Dr. Diógenes Escalante, el Dr. Uslar Pietri, Caracciollo Parra Pérez, Ángel Biagini, que contrastaban contra las opciones militares (de mayor peso), el General López Contreras, o el Gral. Celis Paredes. De todas las posibles candidaturas la del ex presidente López, se asomaba con las mayores posibilidades de triunfo, (debido a su origen andino, su autoridad militar, y por mantener buenas relaciones con los viejos generales del gomecismo).
Para sorpresa de muchos, el presidente Medina no estaba de acuerdo con el retorno político de quien fuera el primer causahabiente de Gómez. Es en ese entonces cuando Medina acude al “Factor Escalante”.
El Dr. Escalante quien ocupaba para el momento el cargo de embajador plenipotenciario de Venezuela en Washington poseía unas credenciales políticas que le permitieron representar la “candidatura de la unidad” (hecho sin precedente alguno en la historia del país). Del Táchira y nacido en Queniquea, comenzó su carrera funcionarial durante el gobierno de Cipriano Castro, pasando por Gómez, López y Medina, lográndose mantener en el oficio diplomático por más de 28 años de hegemonía andina. Escalante era un intelectual a carta cabal. De ideas liberales, cordial y de buen temperamento, capaz de mantener como pocos buenas relaciones con sus adversarios políticos. La posibilidad presidencial ya se había presentado dos veces para Escalante antes de su candidatura de 1945. En una oportunidad en 1929, Gómez por recomendación, lo había tomado en consideración como posible candidato; asunto que no pudo concretarse. Luego López en 1941, (ex compañero de estudios y amigo de Escalante), lo estimó como candidato presidencial en ese momento. Pero Escalante siempre encontraba resistencia y desconfianza del generalato y los grupos económicos civiles fieles al gomecismo. Sin embargo, como refiere el adagio popular que: «a la tercera va la vencida” para 1945 Escalante contaba con el beneplácito del propio presidente y también con el apoyo de todas las fuerzas políticas nacionales (oficialistas y opositoras).
Ya todo estaba cantado, el PDV había oficializado lo que rumores callejeros confirmaban alentados por los titulares de la prensa nacional, en donde referían la posibilidad de que el nuevo presidente fuera un civil. Escalante era el nuevo “candidato del consenso”. Desde la oposición se mantenía la esperanza de que el nuevo candidato serviría como un instrumento de transición, esta vez no de un gendarme, sino como médium para incorporar en forma definitiva el espíritu de la democracia dentro de la Carta Magna Nacional. Algunas fuerzas del gobierno pensaban tal vez que Diógenes mantendría un curso tímido de apertura democrática por considerar que el pueblo venezolano no estaba preparado aún para asumir tan fundamental protagonismo.
De regreso al país, el Dr. Escalante puso a tono toda su agudeza política, asumiendo de lleno su candidatura, concediendo entrevistas, defendiéndose de críticas, reuniéndose con personalidades políticas, arengando multitudes. El país poco a poco fue tomándole confianza, los partidos políticos opositores y muy críticos al gobierno como AD, veían en Escalante al hombre ideal. Referiría uno de los dos Rómulos, en este caso Gallegos “Al mal menor entre todos los males presentes”. Si bien es cierto, Escalante era andino; pero era culto, de ideas liberales, de gran talante moral y sobre todo mantenía muy buenas relaciones con el Presidente Truman. Eso lo convertía en el candidato viable para la mayoría de los sectores del país.
Un lamentable 2 de septiembre de 1945, a escaso mes de la elección, Escalante se encontraba en la suite presidencial del Hotel Ávila aguardando una reunión con la alta dirigencia del PDV. Esa misma tarde, como de súbito golpe es sorprendido por una crisis mental, (producto del fuerte estrés al que estaba sometido). Tal crisis indujo al candidato a correr por los pasillos del Hotel en calzoncillos, murmurando sobre conspiraciones y robos de pertenencias personales que enemigos políticos le habían hecho horas antes de la importante reunión. Una junta médica designada por personalidades políticas del oficialismo y la oposición, reveló que el Dr. Escalante estaba sufriendo de un terrible ataque de arterioesclerosis. Este hecho lo imposibilitó automáticamente de hacerse finalmente con la primera magistratura de la república. Ramón J. Velásquez quien fuera su secretario para la época, recuerda que la última frase del Dr. Enrique Tejera París (representante de la junta médica), al referirse a la condición de Escalante fue: “Perdida, la razón está perdida”. “Escalante se ha vuelto loco”.
Esta locura repentina tuvo la capacidad de cambiar para siempre la historia del país, porque apenas transcurrido un mes del lamentable suceso, fue perpetuada la primera asonada cívico-militar del siglo XX, llamada controvertidamente “revolución de octubre” que involucraba a dirigentes de Acción democrática con una nueva promoción de levantiscos oficiales del ejército, descontentos por la precaria situación de las fuerzas armadas. Esto le costó la presidencia a Medina, y fue motivo de exilio para casi todos los funcionarios del gobierno. Nadie pensó que por causa de una locura, se elegiría luego de la transición del “trienio adeco”, al primer presidente civil en el siglo XX, “Rómulo Gallegos”, quien resultó electo mediante voto popular, libre, directo y secreto. Tal vez, nadie vaticinó que el gobierno de Gallegos sería como un parto prematuro de tan solo siete meses.
Posiblemente hoy muchos venezolanos no recuerdan que las réplicas del sismo Escalante pudieron haber sacudido Venezuela durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez. Es posible que tantos cambios hayan sido alimentados por esa proclividad muy venezolana de depositar el destino de un país entero en los bolsillos de un solo hombre. Lección que no hemos aprendido de la democracia y de la historia.