RUTA 6 VIAJE – N° 3 (MARIÍTA Y MARIO)

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Encabezado R63

La intolerancia es una característica inherente de la raza humana. El lastre intolerante late desbocado en nuestra costumbre enervándose cuando las ganas se lo exigen. La incapacidad de ser comprensivos con los cambios, con lo que el futuro trae en sus manos y los giros de la vida simplemente es un fantasma de nuestro desarrollo troglodita en pleno Siglo XXI. Los cambios asustan, se perpetúan con la sorpresa y difícilmente logramos articular alguna palabra para describir la sensación.

Me monto en una suerte de carromato metálico de una película de bajo presupuesto. Los buses venezolanos parecen olvido convertido en una caja de metal rumiante. Sucesivos clanc y pequeños empujones me dejan saber que el conductor hace los cambios de caja pertinentes. Ese clanc, clanc, clanc se asemeja más al martillar de un condenado que a un medio de transporte. Por cosas raras del destino, el bus está medio vacío. Algunos puestos vacíos regados aquí y allá. Cuando nos detenemos en el frente del IPASME, suben dos señoras armadas con bolsas atiborradas de productos de primera necesidad comprados en el Centro 99 que meses después desaparecería por el alto riesgo que representa un supermercado en Venezuela, ente emisor de balaceras, jalada de pelos, golpes limpios y sangre. Junto a las dos señoras, sube una joven de contextura recia, pelo castaño claro y fisionomía cortante, sobre todo por una prominente barbilla con una pequeña cicatriz en ella. Aquella chica me recuerda a alguien pero aún no preciso quién. El conductor, como personaje asociado al sadismo, se bucea  a la muchacha de pies a cabeza. Se relame los labios y sigue mirando hacia el camino. Preciso que el conductor se auto titula “médico” al leer una pequeña calcomanía que reza en el tablero superior: «La virginidad puede producir enfermedades. Vacúnese aquí”.

El rostro de la chica se enciende cuando me mira. Me saluda y se muda de puesto, justo al lado mío. No la reconozco pero si ella me saludo, es cortés responder el gesto. « ¿Cómo has estado? Casi ni te reconozco» dice emocionada. Al parecer tiene gripe, tiene la voz ronca. «Bien, bien. Con mucho estrés por la universidad, ¿tú?». «Pues perfecta chico. Dios, tenía tiempo que no te veía, has cambiado y mucho». «Sí, estás irreconocible, ¿Qué ha sido de tu vida?» respondo al tiempo que formulo preguntas genéricas haciendo tiempo para reconocerla. «Pues, hemos estado bien. Aquí estoy de nuevo, chico. Sí, me hice un cambio radical. Todo nuevo, porque una princesa como yo debe ser así» dice con un tono glamuroso. « ¿Cómo es que nosotros te decíamos?» pregunto tratando de saber si quiera su nombre. «Ahora me llamo María Susej pero cariñosamente me dicen Mariíta, no me acuerdo cómo me llamaban antes. Lo cierto es que no había visto la situación del país.  Estamos grave». « ¿Y dónde estabas viviendo pues?» pregunto sarcástico. ¿Dónde vive esta tipa? Me pregunto. «Hace dos meses que llegué de Ecuador. Yo estaba viviendo allá pero tuve problemas con mi novio y me quedé sin nada. Me tuve que devolver con una mano adelante y una detrás». « ¿Y eso que te fuiste a Ecuador? No me habían dicho nada». «El meollo es que nadie sabe que yo me fui a Ecuador, chico. Yo después que me fui de mi casa, me conseguí con un chamo en Caracas y me metí a vivir con él. Claro, ante todos éramos amigos, porque el tipo decía que no quería que nadie supiera que salía conmigo. Dime, ¿tú crees que está bien que me nieguen así? Lo que pasó es que yo seguí con el tipo y él trabajaba en la Embajada de Ecuador. Él me dijo un día que nos teníamos que ir de Venezuela porque la cosa se estaba poniendo peluda y nos fuimos. No fue fácil en mi condición seguir desenvolviéndome en un ambiente hostil. Venezuela para nosotras es una cicatriz en la cara, una vejación nocturna y un cáncer que nos queremos extirpar. Yo era feliz con el tipo, me daba todo, teníamos una vida medianamente cómoda. Nunca más supe de mis padres ni nadie de mi familia. La bisexualidad no es bien vista en este cúmulo de esperpentos chapados a la antigua, por lo que en Ecuador exploté mi potencial y logramos llegar a esa estabilidad económica que nunca llegaríamos aquí. De la noche a la mañana, el tipo comenzó a ofrecerme la opción de repotenciarme al completo, unas cirugías por aquí y otras por allá. Yo encantada de la vida acepté, pero nunca sospeché de su benevolencia. Primero me tuve que operar una cortada que me hicieron en la cara, me tomó dos cirugías para que me dejaran como nueva y mira, aún tengo una cicatriz pequeña –me señala la barbilla–. El abuso siempre va a estar de parte de los hombres que caen fácil en la tentación que tanto reniegan. El tipo iba y venía entre Venezuela y Ecuador por cosas de la embajada. «Tú no te preocupes que todo es un trabajo simple para complacer a lo más bello que tengo en la vida» me decía el muérgano. Yo seguía disfrutando, bueno, no tanto, de la serie de cirugías. Él era feliz viendo mi cambio y yo lo era aún más. Una vez, cuando todavía no había acabado el repotenciado, viajamos a Argentina y el tipo me pidió matrimonio y nos casamos en una ceremonia donde sólo acudieron dos extraños que fungieron como testigos. Ya el infierno indiferente de Venezuela quedaba en el pesado.

Terminé de operarme todo: las tetas, las pompis me las levanté y algunos retoquitos mayores debajo de la cintura. Resultó que el tipo no hacía diligencias gubernamentales sino que traficaba bajo las órdenes de unos verdes, hasta le dieron tres avionetas a su cargo para el transporte, imagínate. Cuando yo me enteré me dio un miedo horrible y discutimos. Él me dijo que me quedaba con él o me quedaba sin nada. Preferí quedarme sin nada y el tipo me comenzó a seguir y no tuve de otra sino pedir prestado a unas amistades allá para venirme y esconderme aquí. Ahorita estoy con un chamo que trabaja en PDVSA, no es lo mismo pero por lo menos tengo vida para disfrutar mi nuevo yo, sin el perjuicio ni los golpes. Ahora que una parte de mí murió, otra renació y me hace inmensamente feliz» termina y yo sólo puedo sonreír. Sigo sin saber quién es. «Bueno, ya yo me bajo» dice cuando el camastro para frente a Farmatodo. La cola por un champú y un desodorante se extiende poco más de una cuadra bajo el sol inclemente. Yo le sigo pues es mi parada también. «Me saludas a tu mami y a la Milagritos que también tengo tiempo que no la veo. Dile que después le escribo para que quedemos a hacernos unos arreglitos en el pelo como antes. Aunque ahora sí me los puedo hacer sin andarme escondiendo como una rata» termina de decir y me da un beso y me deja el cachete lleno de saliva y labial con olor a uva.

Cuando sigo mi camino hacia la facultad, abro los ojos como platos y volteo. Ella está en la cola, ya ha conseguido otra persona a quien contarle sus pericias. Mariíta, el cabello y la Milagritos, mi hermana. No hay mucho que decir. Se ve que es feliz en su presente y eso me alegra. Lo único que cambió en todos estos años es que yo antes la llamaba Mario Jesús.

 

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VIAJE N° 4: MIXTURAS IDEOLÓGICAS.

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