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Perdimos a Yael Farache

YaelPN

“No soy libertaria…Si tú eres un libertario eres un comunista…(larga pausa)… o eres un tonto útil del comunismo que viene a ser lo mismo a efectos prácticos” (https://www.youtube.com/watch?v=znfodsjgVPg)

 

Así comienza el último vídeo de la bloguera Yael Farache. A lo que me refiero con que la hayamos perdido no tiene nada que ver con que los liberales debamos entristecernos por no contar con ella entre nuestras filas. Creo que era ya bastante obvio que de Yael se podría decir cualquier cosa excepto que fuera liberal, para ilustración bastan no sólo el vídeo que es la motivación de este artículo y que no puede ser más esclarecedor, sino además su constante servicio a la propaganda de Donald Trump, quien es tan liberal como yo leninista.

     Cuando digo que la perdimos hablo más como miembro de algún difuso grupo informal de gente que trata de ser seria y que intentamos tener como principios rectores servir a la verdad y ser honestos intelectualmente. No digo que yo mismo lo sea, pero al menos aspiro a serlo y tal vez por eso es que sea tan propenso a pedir demasiado de quienes veo con potencial para tener esas aspiraciones, como tan sensible a las señales que me hacen entender que me he equivocado rotundamente en esa percepción. Yael en este sentido creo que es un dramático ejemplo. Ya en algún momento había comentado cómo me estaba decepcionando sistemáticamente de un tiempo para acá. Confieso que esto comenzó a hacerse más evidente a partir de su salto al formato audiovisual. En aquella oportunidad traté de convencerme de que podría ser tal vez una cuestión estética. Que me chocaba percibir un cierto tono de banalidad o que me desconcentraba demasiado el escote y que estas cosas me predisponían al contenido del mensaje. Luego cuando empezó a hacer loas a Trump me dije a mí mismo, primero, que nadie era perfecto y luego incluso consideré la posibilidad de que yo mismo me estuviera equivocando en mi propia percepción del candidato a la postulación por el partido republicano. Gracias al mismo Trump esto duró por supuesto muy poco tiempo.

     Pero esta suspensión forzada de la incredulidad la doy por terminada hoy a raíz de este último vídeo. No por su aclaratoria de que no es liberal, cosa que sólo sería justo agradecerle enormemente, sino por proclamar una falacia tan burda como la de igualar a libertarios y comunistas con unos argumentos tan infantiles; y luego por hacer una descripción tan clara, como lo que tiene de tribal y primaria, de lo que considera un “conservadurismo natural” al que ella misma parece que se adhiere. Suelo separar el argumento de quien lo sostiene, pero cuando el argumento es tan falaz y quien lo sostiene es una persona inteligente, mi reacción es reclamarme a mí mismo la validez del juicio sobre las capacidades de aquella persona, o la de intentar atribuirle alguna intencionalidad a su mensaje que pueda justificar tan gran disociación en mis expectativas. Por esto sólo puedo explicarme el declive intelectual observado en Yael, como una contribución propagandística más a la campaña del proto-fascista Donald Trump, para quien los libertarios cercanos al partido republicano deberían ser enemigos naturales. Entenderlo así lamentablemente me hace dudar de todo lo que creí haber aprendido antes a través de Yael, porque si el talento se presta a algo distinto de hacer honor a la verdad, no puedo sino poner en tela de juicio todas aquellas cosas que produce ese mismo talento.

     Hasta aquí mis comentarios acerca de la intencionalidad de Yael sobre la que sólo puedo conjeturar. Hablemos primero de la falacia.

     Yael trata de forzar una igualdad entre comunistas y libertarios basada en el argumento falaz de que como los comunistas tenían la estrategia de socavar las bases morales de occidente para ganar así la batalla cultural y luego la guerra al destruir al enemigo desde dentro, entonces los libertarios por defender lo que ella llama derechos sociales, debemos ser o bien comunistas o sino, en el mejor caso, tontos útiles de estos. Según esta lógica falaz se entiende que todo lo que socave lo que Yael entiende como bases de la sociedad occidental, debería llamarse comunista o libertario indistintamente. Es decir desde un ladrón a una persona que es infiel a su pareja, serían con esta lógica libertarios o comunistas. Aquello de abogar por una dictadura proletaria totalitaria que controle los medios de producción sería un pequeño matiz y una característica que no permitiría distinguir entre libertarios y comunistas. Igual lo sería la defensa a ultranza de la vida y la propiedad, cosas pues de libertarios/comunistas que debilitan las bases de occidente.

     Lo que Yael llama derechos sociales y que cuya defensa libertaria según ella socavaría las bases de occidente, entiendo que es la defensa que los liberales hacemos de la esfera de autonomía individual sobre la moral personal de los ciudadanos en donde no toleramos intromisión alguna del gobierno. Es decir, creemos que el gobierno no debe dictaminar las normas relativas a la moral personal ni penalizar su incumplimiento. Por ejemplo, como se hace en Arabia Saudita donde se apedrean a mujeres por infidelidad, en Tailandia donde te pudres en la cárcel si te agarra la policía con un cigarrillo de marihuana o en algunos estados de Estados Unidos en donde está criminalizada la sodomía. Esto no significa que los liberales de alguna manera respaldemos un código ético basado en la homosexualidad, el uso de las drogas recreativas o la infidelidad marital. Sostener eso sería más propio de un politiquero demagogo tercermundista de algún partido progre. Quiere decir que consideramos que el Estado no debe inmiscuirse en temas de moral personal sino que esta debe quedar contenida en la esfera individual privada, protegida del gobierno, y que debe ser un asunto de la sociedad.

     Es decir, corresponde a la sociedad de forma autónoma y no al gobierno generar las normas sociales en lo concerniente a este ámbito y castigar su incumplimiento. Será tu religión la que te diga cómo deberías tratar el tema de la homosexualidad, corresponderá a tu familia y amigos de convencerte que no te drogues y a tu entorno social inmediato juzgar y penalizar cosas como la infidelidad. Ni el gobierno puede usar su coacción en estos temas, ni debe tolerar que terceros lo hagan (e.g. que se aplique la ley Sharia en Bruselas y la comunidad musulmana belga lapide a una mujer por infidelidad).

     Nótese que en esta defensa de la autonomía individual y de la reivindicación de los mecanismos privados propios de la sociedad sobre estos temas, no se favorece en ningún momento una ética particular sobre otra. No es necesario hacer ningún juicio de valor como que es bueno drogarse y por eso no debe ser ilegal, o que la homosexualidad es dañina por lo que debe prohibirse con multa y cárcel. El llenar de contenido ético corresponde a la sociedad, a las religiones, a las familias, códigos éticos laicos y a demás instituciones sociales de carácter privado y a sus mecanismos de presión y de difusión de estos valores, sea cuales fueren. Yo soy liberal y tengo mi propio código ético particular, muy influenciado por mi religión católica, por mi formación, por mi historia, por mis amigos y familia. Yo vivo, o al menos lo intento, según este código. Creo que es el mejor código para mí e incluso para todos los demás. Pero lo que distingue a un liberal es que igualmente creo no tener el más mínimo derecho de imponer este código a los demás utilizando la violencia, privada o del gobierno. Las bases de occidente en este sentido podrían ser precisamente aquellas que, en libertad de nuestros propios gobiernos, nos hemos podido dar a nosotros mismos. Y la idea de que el ámbito de acción del gobierno debe ser limitado es una de las contribuciones más importantes.

     Mucho antes de que un gobierno lo decretara, el respeto a los contratos, a la propiedad, a los intercambios voluntarios, el Derecho, etc. ya eran normas que la sociedad había producido o había comenzado su desarrollo. Hoy en día los gobiernos han adoptado estas normas, muchas de ellas las han secuestrado y distorsionado, y las han convertido en legislación, por ejemplo el matrimonio civil. Algunos de esos principios rigen hoy todavía el accionar de los gobiernos occidentales, tal vez no en la medida que quisiéramos, pero las libertades individuales, los derechos civiles, la privacidad, la intimidad, la inviolabilidad del hogar, etc. no son principios que la sociedad occidental deba a sus gobiernos, sino a sus propias sociedades. Y el gran esfuerzo que se ha hecho es precisamente evitar que los gobiernos contraríen estos principios. Es decir, el inmenso trabajo que han costado las libertades individuales que Yael menciona, ha sido precisamente intentando mantener a raya las aspiraciones del gobierno de imponer, en las esferas que no le corresponde, normas ilegítimas y arbitrarias. Esta práctica tan característica y tan preciada por occidente, tanto que podríamos identificarla como uno de sus pilares, es lo que hemos defendido históricamente los liberales, desde los derechos políticos de la mujer, hasta las libertades individuales que hoy nos toca defender. Y lo hemos hecho enfrentándonos con comunistas pero además y especialmente con los conservadores de turno.

     Parece claro que Yael cae en la tentación de suponer que son intocables aquellas regulaciones del gobierno que favorecen su particular punto de vista, su código ético, sus preferencias sociales. Eso que ella identifica como “las bases de la sociedad occidental”. Y es por esto que los comunistas, que pretenden también utilizar la violencia del Estado para imponer su propio código ético a la sociedad; y por otro lado los liberales que nos oponemos a que el gobierno dé preferencia a un código ético sobre otro, somos identificados por ella como la misma cosa. Hay que reconocerlo, si comunistas y libertarios tenemos algo en común es que no queremos que el código ético de Yael nos sea impuesto por el gobierno. Pero el gran detalle es que los comunistas estarían de acuerdo con esta afirmación sólo porque quieren imponer en cambio el suyo, mientras que los liberales estamos de acuerdo porque creemos que nadie tiene derecho a imponer su código ético a otros por medio de la violencia, ni Yael, ni el gobierno. Los libertarios no socavamos las bases de occidente al defender lo que Yael se refiere como derechos sociales, defendemos uno de sus pilares más importantes que es que el individuo debe decidir por sí mismo qué hacer con su propio cuerpo y qué estilo de vida llevar.

     Tal vez el miedo de Yael se deba a que es ella misma quien da por perdida la batalla cultural al marxismo. Porque teme que si el gobierno no impone por la fuerza los valores morales que ella identifica como las bases de la sociedad occidental, entonces la sociedad se desmoronará en una orgía de sexo libre y psicotrópicos al son del himno de la internacional socialista. Yael no será ni la primera ni la última que asume estúpidos a los ciudadanos y sin instrumentos a la sociedad. Es de hecho un rasgo muy característico de algunos conservadores. Veo claro que quien no ha entendido de qué va la batalla no somos los libertarios sino Yael, que cree que los idiotas que componemos la sociedad no podríamos valernos por nosotros mismos sin que el sabio gobierno nos aclare la diferencia entre el bien y el mal. Si de verdad ha ganado el marxismo cultural, pues que lo practique libremente la gente que desee hacerlo, a ver cuánto dura. Yo, que también creo poder identificar algunos de los pilares sobre los que se fundamenta la civilización, intuyo que sin el uso de la fuerza el experimento no durará mucho ni tendrá un final feliz. Y que pronto se volverá a normas más tradicionales, no porque las imponga un gobierno conservador sino porque funcionan. Y el éxito de las sociedades por practicarlas es lo que garantiza su supervivencia y prosperidad. Pero si no se deja el espacio para la experimentación social en el ámbito de la moral personal, nunca podremos depurar las normas tradicionales ni descubrir cuáles son aquellas normas que deben seguirse y cuáles deben abandonarse. Si verdaderamente se cree en el valor de la tradición, se tendría que confiar en que ella prevalecerá en competencia con experimentaciones alternativas. Esto es en lo que creemos los liberales y así valoramos la tración.

     No creo que los libertarios seamos libertinos ni que los conservadores sean trastornados con fobias al cambio y a la incertidumbre y con manías de control. O que sean racistas, ultraortodoxos, homófobos o xenófobos. Tampoco creo que los socialistas sean ladrones, flojos o estúpidos. Pero sí creo que al igual que un libertino tiene por lógica más tendencia a ser liberal, también lo tendría aquél trastornado, racista, ultraortodoxo, homófobo o xenófobo a ser conservador. Creo que definitivamente hay rasgos de la personalidad que favorecen la adhesión a una cierta ideología. Mucha templanza debería tener yo si siendo un intolerante crónico, deba entender por ejemplo al matrimonio como una institución social sobre la que mi gobierno no tiene nada que decir. Y esperar pacientemente que la experimentación social a largo plazo termine colocando al matrimonio homosexual en el sitio que tendremos que descubrir que tiene (por que aún no lo sabemos). Pero habría que concluir que debería tener más templanza aún si admito que sea el gobierno el que decida quiénes pueden casarse entre sí y que en algún momento me pueda llegar a obligar por la fuerza a aceptar el matrimonio homosexual en la legislación. Es el peligro que tiene admitir el estatismo de izquierda o de derecha: que eventualmente lo que no te guste te lo pueden obligar a hacer o aceptar con un fusil apuntado a tu cabeza. En esa circunstancia es probable que recuerdes con nostalgia cuando sino te gustaba algo sólo tenías que ver para otro lado, cambiar de canal o cambiar a los niños de colegio. O en el caso de Yael mudarse a algún barrio donde no haya negros, chinos, musulmanes o maricones (ver el vídeo a partir de 15:25).

     Para no alargarme más (ya sufrí demasiado con los 18:05 minutos del vídeo como para seguir torturando a mis lectores), quiero reiterar el agradecimiento a Yael por desmarcarse tan claramente del liberalismo y por caracterizar y descubrirnos su simpatía por lo que llama el conservadurismo natural. Sobre el esbozo de esta ideología (?) y por economía de tiempo sólo tengo ánimos para esquematizar, en tono sarcástico, tanto lo primitivo y lo atávico de sus postulados como lo peligroso de sus implicaciones. Se me ocurre hacer esto resumiendo las tres características que enumera Yael (en el vídeo, 13:15 en adelante) e ilustrándolos con una aplicación que tristemente conocemos: el nacionalsocialismo alemán de Hitler. Para no caer en la misma falacia de igualar en principio a un “conservador natural” con un nazi, aclaro desde ya que esa no es mi intención. Tan sólo quiero ilustrar la poca distancia ideológica con el nazismo que tendría lo expuesto por Yael, que en principio no me parecen más que pulsiones instintivas antisociales en favor de una sociedad tribal cerrada, y que ideologías extremas colectivistas, como el nazismo, han sabido explotar y llevar a ser explícitamente la política de un Estado totalitario. En negritas está el parafraseo más fiel que pude hacer de cada una de las tres características de un conservador natural según Yael:

1) Vivir entre semejantes, que sus vecinos se parezcan a él, que piensen lo que él piensa y que tenga el mismo aspecto que él : Básicamente la fundamentación de la pureza racial nazi y de la propaganda con la que se quería hacer uniforme al pueblo alemán. “Ein volk, ein Reich, ein führer” se traduce en: un pueblo, un imperio, un líder. La pulsión instintiva expresada en la aversión a los extraños, a los extranjeros, a las razas impuras, son típicamente explotadas para favorecer un colectivismo monolítico sin rostro, en la que el individuo no existe, y cuyo intérprete sea el gran líder. Las diferencias se temen, la uniformidad se favorece. Todo claro para llevar a la nación al puesto que se merece bajo el liderazgo del führer.

2) Mantener y elevar las tradiciones morales, ¡espirituales! y religiosas de su pueblo, defender los estándares morales: Los nazis solían hablar del espíritu de la nación o volksgeist, una idea muy hegeliana, como el marxismo, en la que el espíritu de la nación era colectivamente compartido por cada alemán. Un constructo colectivista según el cual el pueblo alemán tenía identidad propia, interpretada claro por el führer, y un destino histórico inexorable. Las antiguas tradiciones alemanas fueron revividas y puestas al servicio del Reich, incluso se fomentó el surgimiento de un neopaganismo volviendo a las antiguas tradiciones politeístas germánicas por considerarlas la fe auténticamente alemana sin contaminación extranjera. Se menospreció constantemente a la débil moral judeocristiana. El objetivo de la exaltación de los atributos nacionales era parte de una política de Estado para unificar a la nación en torno a un líder y su objetivo y diferenciarla de otras naciones inferiores y potencialmente enemigas.

3) Que su pueblo sea autónomo, que sea independiente y que no esté al servicio de nadie: La humillación tras el tratado de Versalles, la explotación y el control de los judíos de la banca y la prensa y la legitimidad para obtener el lebensraum (espacio vital) para la salud moral del pueblo alemán (invadir Europa oriental tomado por razas inferiores y repoblarlo), fueron elementos esenciales del discurso, ideología y práctica nazi. Por supuesto de lo que no era autónomo el pueblo era del führer a quien debían prestar su servicio fielmente. La nación como un colectivo para su movilización permite pasarle por encima a los derechos y planes individuales y egoístas de los ciudadanos que no se compatibilicen con el destino histórico del pueblo. Bajo el nazismo los individuos no serían libres. Los alemanes y las razas inferiores conquistadas por ellos (las que no serían objeto de genocidio) perderían necesariamente su libertad individual, pero en sacrificio por un bien mayor: por la libertad del pueblo.

Luis Luque

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