¿Qué estamos esperando?

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Ya se habían recogido 2.500 firmas para obtener la famosa planilla, que permitiera ahora recoger firmas (unas 200.000) para que una vez validadas, permitiera recoger nuevamente firmas (ahora unas 4.000.000) que también deberán ser validadas, para que (todavía no se acaba) se convoque a un referendo en el que se debe obtener la mayoría de votos, según contará Tibisay, y para que al menos 7.500.000 votos sean favorables a la revocatoria del mandato. Todo esto para que, o bien quede hasta que termine el mandato (en el 2019) el vicepresidente que decida nombrar Maduro (a menos que disuelva la Asamblea Nacional en caso de sucesivas mociones de censura) o luego de un mes se convoquen finalmente elecciones presidenciales. De este tamaño son el costoso y largo reto logístico y la incertidumbre de su resultado.

     Sólo para obtener la planilla para la segunda de las tres recolectas de firmas, el órgano electoral se tomó 48 días en proporcionarla. Y el CNE es sólo uno de los instrumentos del chavismo cuyo único plan es defender la revolución a toda costa. Desde el Tribunal Supremo de Justicia, hasta bandas  armadas, según sea el grado de sutileza requerido de acuerdo a la ocasión, pasando por el CNE, todo el aparato formal e informal del Estado está al servicio de la revolución. No nos confundamos. No están al servicio de Maduro, o de ganar una u otra elección, o de tener mayoría en tal o cual organismo, o en gobernaciones o alcaldías. Estas son, como podría decirlo Lenin hoy si pudiera hablar, en criollo y con el acostumbrado irrespeto comunista a las minorías, “mariconadas burguesas”. Son tonterías irrelevantes en todo sentido para la revolución y tal vez son sólo útiles para servirle de instrumentos coyunturales. Solamente útiles porque la oposición se entretiene con ellas y porque tiene tanta miopía que, en plena dictadura totalitaria, cree (o dice que cree para hacer creer a los demás) que tienen algún tipo de validez o relevancia práctica en las conocidas circunstancias.

     Si admitimos como válido el supuesto de que el pasado nos sirve de alguna guía para tratar de predecir el futuro, es decir, que las cosas suelen seguir siendo lo que siempre han sido, o que al menos variarán poco, y en especial si no hay nada de cierto impacto que pueda vencer esta inercia, puede ser muy prudente afirmar que: la revolución no se rendirá frente a sutilezas democráticas, legales o institucionales. Esto es frente a “mariconadas burguesas”. Es ilustrativo que la única vez que Chávez se rindió lo hizo cuando estaba preso y con una pistola sobre la mesa. Y esto fue mucho antes de que la práctica totalidad de los que conforman la estructura de poder tuvieran tanto rabo de paja, desde la DEA hasta la Interpol.

     No interpretemos mal la historia. El chavismo no se rindió cuando reconoció haber perdido la reforma constitucional en 2007. Chávez en la práctica y violando la constitución, aplicó las mismas medidas incluidas en su propuesta de formas tan alternativas como irregulares. La revolución tampoco se rindió cuando reconoció la nueva mayoría opositora en la Asamblea Nacional del 2015. A la semana le inhabilitó cuatro diputados, la Sala Constitucional, restringió las potestades de este cuerpo, anula por inconstitucionales todas sus iniciativas y ya se habla de la conformación de un parlamento comunal alternativo. Al estilo de como ya aplicara antes la misma estrategia frente a “victorias” de la oposición con el protectorado de Miranda o el virreinato del Distrito Capital.

     Si seguimos interpretando las intenciones y capacidades del otro con base exclusiva en nuestras propias teorías o deseos, que difieren tanto de las verdaderas intenciones y capacidades del chavismo, no acertaremos nunca al intentar entenderlo ni mucho menos al tratar de derrotarlo. No nos daremos cuenta por ejemplo de que en términos reales (no en cuanto a “mariconadas burguesas” que sólo están en nuestras mentes), la revolución no ha retrocedido un milímetro, todo lo contrario. Y que cada victoria opositora en la práctica no se ha manifestado ni en una gran pérdida de poder real para la revolución ni en una ganancia apreciable para la oposición.

     El chavismo tan sólo ha tenido que administrar los medios que tiene a su disposición para responder tan elegantemente como ha podido (o querido) de acuerdo a sus propias capacidades y a las particularidades de cada coyuntura. Y ha sido tremendamente exitoso haciéndolo. Cuando opta por “ceder” a alguna “victoria” institucional o electoral de la oposición, lo sólo hace porque para la oposición y para la siempre suficientemente indiferente comunidad internacional, ese gesto parece muy valioso y significativo. Aunque para la revolución representen migajas despreciables de acuerdo a su forma de entender y administrar el poder real. Porque al final lo que le interesa, muy acertadamente, es sólo esto último.

     No me lo tomen a mal, las “mariconadas burguesas” lo son para quienes desde el chavismo ostentan el poder, no para mí, seguramente tampoco para buena parte de la oposición. La separación e independencia de poderes, el imperio de la ley en un estado de derecho, la libertad de expresión y de asociación y las elecciones democráticas, son tan valiosas como puedan serlo. Es decir, tan valiosas en cuanto en la práctica representen efectivamente algo. Y más allá de los constantes intentos de endiosamiento de la regla de la mayoría, la democracia y aún más las instituciones republicanas, tienen un mérito incuestionable, tal vez el único: evitar el constante derramamiento de sangre en la lucha por el poder. Esta afirmación nos acerca al punto que intento hacer en estas líneas.

     Hasta ahora no he terminado nunca una discusión en la que no se conceda la tesis de que el chavismo nunca va a ceder nada en términos reales a menos que la situación real así se lo exija. Como ocurrió con el Chávez secuestrado por la fuerza dimitiendo ante sus captores. Al llevar este razonamiento a sus últimas consecuencias lógicas, sin importar qué caso particular estemos tratando (referendo, elecciones, Asamblea, etc.), o qué año de estos 17 sea, los argumentos suelen ser siempre de la misma naturaleza. “De todas formas no hay que perder los espacios”, claro, en especial si una vez conquistados continuaran siendo relevantes en la práctica y no como la Asamblea Nacional cuya utilidad parece condenada a servir de fondo a los selfies de todos mis amigos políticos, porque ya cedió en el primer pulso con el ilegítimo TSJ, y en el segundo, y en el tercero… “Eventualmente pasará algo, la gente no se va a calar esto”, pues sí, seguramente, a menos que los mandes a sus casas a tocar la cacerola, luego a entretenerse firmando, luego votando, luego de nuevo a las cacerolas. “Cuando bajen los precios del petróleo esto será insostenible”, pues sí, como lo es ahora, sin luz, medicinas o alimentos, sin valor de la moneda, con saqueos sucediéndose unos a otros a diario en todo el país y sin embargo el comodín del Armagedón nunca llega. Como no ha llegado en Cuba luego de más de 60 años en la total miseria y sin la esperanza de que una subida repentina del precio del petróleo dé la vuelta completa a la situación y volvamos a la bonanza clientelar y populista. “Un sector de la fuerza armada le va a poner un para’o a esto en algún momento”, ni sería deseable, ni pareciera ser realista, una vez que quienes no se auto-depuraron parándose a protestar en una plaza, o fueron purgados hace tiempo por el régimen, cuentan hoy con un extenso prontuario nacional e internacional y están tan inmersos en el entramado de corruptelas y narcotráfico, que jamás usarían sus armas contra la revolución que los cobija y que los mantiene alejados de algún calabozo de la DEA.

     Es decir, pareciera que no se resiste a una discusión larga y atenta el que se termine admitiendo que lo que poco a poco se pueda ir haciendo, aunque en términos de poder real no represente nada más que un cariñito a nuestras mentes burguesas, se hace igual a la espera de que desemboque en una situación límite, en la que un equilibrio real de poder fuerce el brazo a la revolución y la lleve a claudicar. Pero de esta situación límite nadie habla ni mucho menos nadie pretende incentivarla ni liderarla a buen término.

     Pero esta situación nunca llega y el liderazgo opositor se siente cada vez más cómodo apoltronado esperando. Y no sólo es que la situación límite no llegue, sino que desde la oposición se previene, desincentiva y canaliza hacia otras actitudes que nada suman a la consecución de poder real. Entiendo que en una posición de liderazgo no sea nada fácil el que esté en tus manos la explosión y explotación de esa situación límite. Exceptuando a un psicópata esa responsabilidad no sería sino apenas soportable. Requeriría de actitudes y aptitudes, pero en especial de agallas, que muy pocos cuentan entre su inventario. El único notable que se acercó a esto, Leopoldo López, se pudre hoy en una cárcel desde hace más de dos años porque no contó con el apoyo del resto del liderazgo opositor y porque tuvo además la valentía doble de sacrificarse como ejemplo de su propuesta de lucha pacífica. Que hay que aclarar que no significa que no haya violencia, sino que la violencia sea sólo desde el gobierno contra los rebeldes, a la espera de que esta injusticia provoque una rebelión a gran escala. Independientemente de si a algunos esto le parezca estúpido o a otros le evoque la grandeza de Gandhi, debe reconocerse que es un líder que supo tomarle el pulso a la situación y acompañarlo con agallas en su actuación. Las otras acalladas voces que van en este mismo sentido, hoy están también o presas o condenadas al destierro, no por el chavismo sino por la sacrosanta MUD, que los injuria con el manoseado epíteto de “radical”, que eso sí no osarían imputárselo al gobierno no vaya a ser que pierdan el voto del pueblo o las comodidades de ser la oposición oficial. El resto del liderazgo, cómodo con que hayan sido otros los que ensayaron aquello y viviendo de los presupuestos públicos asociados a su nuevo cargo electo (al igual que sus asesores reales o virtuales que también tienen familias que alimentar, o a los fieles militantes para quienes siempre se encontrará algo debajo de la mesa), sigue, como no, ganando espacios. Espacios que una vez ganados dejan de servir para algo más que para ellos mismos, y mientras, pues siguen esperando…

     Esperando que alguien más, o algo más, precipite la situación y los encuentre a ellos en el escenario más conveniente, para asegurar así el poder seguir cómodamente mamando de la teta del Estado pero ahora dirigiendo la sexta república. Bien sea otro Leopoldo López, o la “radical” de María Corina Machado, o masas anónimas de guarimberos indignados, o de saqueadores al borde de la desnutrición provocando un nuevo caracazo, o un grupo de militares alborotados (sabrá Dios con que intenciones), los que carguen eventualmente con la responsabilidad y la culpa de precipitar la situación. Porque saben muy bien, aunque no lo digan en público, que el chavismo con las presiones sociales, económicas o político-burguesas no es que se desinflará espontáneamente y se desintegrará dejando una montañita de polvo, sino que a raíz de estas fuerzas se desembocará en una situación límite de hecho, que ahora sí representará en términos revolucionarios una amenaza real y comparable a su poder y que podría hacerle frente, sino de igual a igual, al menos en el mismo orden de magnitud y jugando al mismo juego.

     Las instituciones democráticas y republicanas, que no debemos olvidar sólo se lograron a sangre y fuego frente al poder despótico, solamente funcionan en sociedades que tienen un equilibrio de poder real y en la que todos los incentivos hacen sumamente costoso a todos los actores salirse del marco institucional. La realidad venezolana de hoy no tiene absolutamente nada que ver con eso. Y por lo tanto no se puede hablar en términos de victorias o estrategias democráticas o institucionales como si estuviésemos hablando sobre aquellas otras sociedades, que evitaron más derramamiento de sangre al reconocer, fortalecer y respetar esas instituciones. En la Venezuela del 2016 estas instituciones ya no existen y para quienes ya tienen el poder real no representan límite alguno, son apenas merecedoras de su atención. Y obviamente no los contienen en su práctica de seguir derramando más sangre de inocentes por acción u omisión, o de continuar la destrucción del país a un ritmo cada vez más acelerado. Recuperar estas preciadas instituciones no es ni fácil, ni gratis, ni exento de dolor, pero además parece que necesitaríamos líderes más parecidos a Bolívar, Washington, Churchil, Jefferson o el mismo Gandhi, que a los políticos profesionales de la MUD.

     Esta parece ser la calidad del liderazgo opositor que sufrimos. Con muy pocas agallas y visión como para articular la situación límite que, con la voz bajita, tanto anhelan que les caiga del cielo y les termine beneficiando sin pretender dar mucho a cambio. Una situación que admiten sería la única posibilidad, pero que no tienen la valentía de liderar y canalizar de la mejor forma posible. Esta no parece ser la alternativa preferida, sino seguir esperando. Mientras tanto la gente como siempre sigue muriendo a manos del hampa y sometida a un gobierno tiránico y a la pobreza, a la vez que es entretenida con espejismos, promesas y medias verdades de sus acomodaticios líderes. Sólo que ahora ya no hay medicinas, o alimentos, o energía eléctrica, pronto no habrá internet, o televisión por cable o satelital o billetes con los que conseguir lo poco que aún quede a la venta. Parece confirmarse aquella vieja reflexión de que la lucha política nada tiene que ver con las necesidades de la gente, sino con los intereses de sus élites.

     Tal vez luzca paradójico pero hasta un esclavo es libre, pues nadie puede quitarle la decisión entre mantenerse en la servidumbre o sufrir las consecuencias de intentar remediarlo así le cueste la vida. Tal vez sea el momento de que el liderazgo político se plantee explícita y honestamente este dilema y que como verdaderos líderes se lo planteen también con honestidad a la sociedad venezolana. Y debe ser pronto, mientras aún podamos conservar algo de dignidad, humanidad o al menos de fuerzas vitales con las que decidir si seguimos siendo esclavos o intentamos dejar de serlos.

Entonces exactamente ¿Qué estamos esperando?

Luis Luque

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