Yo solía ser una persona reservada, incluso tendía a censurarme hasta que ayer en Conversation Exchange me encontré con algo desagradable. No, esta vez no fue un pene sorpresivo, lo cual en su momento sí me hizo escapar de Facebook. Era otra persona que me preguntaba si era posible que fuera escritora con la situación que se vivía en Venezuela, and I snap, damn…
Ser venezolano y que sea parte de tu identidad sólo lo descubrirás tú, lector cuando te bajes de un avión e intentes socializar, descubrirás algo que se introdujo por todos tus poros y bailó entre tus neuronas por muchos años, si es que usted no se consideró un venezolano de pura cepa desde antes, y sí yo era de ese grupo que no se sentía venezolana en todo sentido.
Que me pregunten a menudo de donde soy, porque tenga una forma de hablar “mía” me hicieron sentirme extranjera, demasiados libros extranjeros también me confundieron en su tiempo. Pero en realidad cuando te vas al exterior o incluso conversas desde la comodidad de tu casa con algún foráneo, te van a preguntar por tu país. Es inevitable que la atención que está recibiendo la cotidianidad de guerra en el país la conviertan en una noticia, tan terrible e interesante, como un Adolf Hitler cualquiera.
Hace tres o cuatro años se podía hablar de la nación convulsionada, la muerte de un presidente, un cuerpo escondido en el closet, inestabilidad política disfrazada, pero aún podías conversar de Venezuela sin que te hiciera un hueco profundo en el pecho. Se podía. No puedo decir que nos hayan quitado esa seguridad sino, que ha sido un juego a cuatro manos. Hace un año y un poco más hurtaron 300 metros de cables eléctricos de la casa que estaba construyendo mí madre, se repusieron los mismos tres veces seguidas hasta que algún agente de paz le ahorro un infarto, le comento la posibilidad de que enterraran los cables mediante tuberías (que no se enteren los malandros). Hace un año conseguir los cables de 10 pulgadas era difícil, hoy es imposible. Hace años mi forma y la de mi familia de adquirir la cesta básica cambio. En donde vivo hay supermercados que no recuerdo haber entrado al menos en dos años. Puedo decirle a mis seres queridos afuera que estoy bien, estamos bien, pero tener esa posibilidad deriva en aquellos que no la tienen. Hasta los vasos de agua se convierten en suaves agradecimientos. Sorteas la situación. Eres un sobreviviente, ya hemos vivido esto en la tragedia de Vargas, el despertar siendo un damnificado más.
Aun así en materias de “McGiverismo” como le explicas esto a un extranjero, ajeno de la personalidad del criollo de burlarse de todo, de ir “pa’ lante”, del venezolano que en sus mayores terrores se recrea, y de esa horda de aquellos que ven como única solución una guerra civil, una explosión social de mayor magnitud, el terminar el trabajo de los que destruyen el país mediante mensajes aterradores (reales y falsos) desde todas las pantallas, destruir lo poco que nos han dejado.
Hace unos meses sucesos tan determinantes como el cierre con la frontera con Colombia, ilustrando escenas casi sacadas de “Las Uvas de la ira” de John Steimbeck con nuestro nombre cubrieron los periódicos internacionales y no ha parado. Usted vea en The independent o The New York Times, The Tribune, que son periódicos de habla inglesa de gran difusión, una bola de nieve que va rodando desde una cima que no podrá ni visualizar de pronto explota cuando cualquiera te habla de Venezuela, te instiga el cómo puedes respirar, como es posible que la gente escriba en estos momentos o trabaje, o si quiera sea persona. Como si Venezuela pudiera llevarse lo que soy como ha hecho con muchos otros, yo por mi parte no voy a permitir que esos que se suicidaron el cerebro, me unan al club pero a veces es tan difícil de explicar a alguien ajeno a la situación.
Sé que acostumbrarme al circo es imposible. Sé que dejarme morir tampoco es la solución y escapar por escapar no es la solución, porque sé que todos aquellos que escapan de Venezuela son perseguidos por lo que no acabaron. Es un laberinto.
Intentas evitar hablar del país y de sus (o falta de) dirigentes políticos. Intentas evadirlo pero te prometo que en una acalorada discusión después de la comida en otro país te preguntaran, convirtiéndote en ese momento en el embajador de ese paraíso perdido donde creciste, entonces Venezuela se te convierte en una persona, en un familiar que es alcohólico o drogadicto, te avergüenza, pero es tu familia, intentas esconderlo de tu imagen, sabes que es parte de ti, en el fondo tienes tantos recuerdos que te unen a ese familiar… es tuyo. Te debates entre decir lo que piensas y terminar bajándole los ánimos a todos o ser las tres “E”: ecuánime, escueto y educado. Tengo el presentimiento que no soy la única que ha experimentado esto y seguirá sucediendo, créeme.
Mi relación con Venezuela nunca sido de un patriotismo soberbio ni nada menos. Cuidando de mis derechos políticos en la constitución, artículo 64, no tuve edad para votar en su momento, en 1999. Venezuela para mí era inestable aun cuando tenía siete años. Venezuela era ridícula con su malogrado programa de contingencia de desastres. Venezuela no era lo que yo era ni donde yo quería estar, aunque tuve que comprobar con los años que si estamos solos por dentro, estamos solos en todos los sitios.
A veces pienso que la sociedad a gran escala es un cumulo de frivolidades. No creo que nadie se atreva a desmentirme, pero cuando nosotros como venezolanos escapamos de nuestro país, porque es eso, es un escape, una diáspora del “sobreviviremos” y una emigración novísima. Emigrar es difícil aunque más difícil estar muerto por dentro y temer morir por fuera. Emigrar de Venezuela es una mezcla de moda y necesidad, pero todos diremos que es una necesidad para continuar la vida que queremos tener. Una decisión e incluso oportunidad de algunos, no está bien el que se queda. Extirpamos del conocimiento colectivo las opiniones ajenas.
De todas maneras debería ser más fácil hablar de Venezuela como un extraño, dejar en Maiquetía la nacionalidad. No pensar en los atardeceres ni en las palabras de tus padres y amigos, después de todo hablar de Venezuela es hablar de un país que nadie ha sido capaz de amar como es debido.
Y ¿tú que haces cuando te preguntan por Venezuela?
Me he encontrado por mera casualidad este post. Recojes un sinnumero de verdades, y como venezolano y ademas habitante del pais, conozco en carne propia que es explicarle a una persona extranjera una «descripcion de lo que ocurre». Son tantos los temas, y aunque se puedan definir en unas palabras, falta que sea una vivencia propia para entenderlo al 100%
La verdad: yo solía ocultarlo; no me he ido de Venezuela por cierto, es más: nunca he salido de aquí; pero eventualmente se hizo insostenible ocultarlo cuando hacía comentarios por internet como «hoy me encañonó la guardia» «hoy no comí» «hoy no tomé agua porque se me terminó» «vivo cagado y no duermo» entonces eventualmente hay quien pregunta, el problema es que después que preguntan creen que estás exagerando o que es parecido a algo que ellos les pasó una vez y dán consejos loquísimos, uno me recomendó entrar en la milicia (obviamente está chalado y no entiende porque creció en otra época, en otro sitio y en otro mundo), otro es así como «muy largo, no lo leí» y así… así que la verdad es que todavía no sé qué hacer ni como responder, tendré que hacer como Andy Warhol: «Dime la pregunta y dime la respuesta» porque a veces la gente pregunta, pero no creo que necesariamente les interese, a veces es más la curiosidad. Está muy bueno tu artículo, ah, y tampoco soy nacionalista.
Generalmente intento evadir el tema, me da mucha vergüenza Venezuela, es un país destinado al fracaso y la miseria que nunca florecerá ni aprenderá de los errores, un país que se esforzó por ser el peor